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TRIBUNA LIBRE

Schuman y Europa 75 años después

Publicado: 09/05/2025 ·06:00
Actualizado: 09/05/2025 · 06:00
  • Schuman pronuncia su famoso discurso del 9 de mayo de 1950, en el Ministerio de Asuntos Exteriores francés.
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"La paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan. La contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas".

Así comenzaba el discurso que, el 9 de mayo de 1950, hace justamente 75 años, pronunció el entonces ministro de asuntos exteriores francés, Robert Schuman, de manera solemne, en el no menos solemne Salón del Reloj del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, el Quai d'Orsay. Schuman sabía que estaba haciendo Historia y de aquí la solemnidad del acto. Estaba dando un paso fundamental hacia la superación de la tradicional confrontación entre Francia y Alemania, que era la causa principal de las guerras que venían asolando nuestro pequeño continente desde hacía unos doscientos años. Es verdad que la declaración había sido previamente negociada y muy bien medida en prácticamente todos sus términos por el entonces director del Plan de Desarrollo francés, Jean Monnet, y el enviado alemán, Walter Hallstein; sin embargo, no por ello dejaba de ser un acto pleno de riesgo y valentía.

El momento de la Declaración Schuman y las personas que la negociaron y redactaron son una manifestación evidente de las enormes dificultades y los riesgos que había que afrontar y superar. La Declaración se produce en mayo de 1950, sólo cinco años después del final de la Segunda Guerra Mundial, cuando buena parte de las principales ciudades de Europa –y, desde luego, de Alemania– se encontraban aún derruidas y en proceso de reconstrucción. Y sólo dos años antes, Francia había concluido con el Reino Unido un tratado de defensa mutua (Tratado de Dunkerke, de 4 de marzo de 1947) precisamente frente a un hipotético rearme de Alemania. Tratado al que luego se unirían los Estados miembros del Benelux –Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo– con el mismo objetivo (Tratado de Bruselas, de 17 de marzo de1948, que crea la entonces denominada Unión Occidental). Alemania, tras lo ocurrido en la Primera y en la Segunda Guerra mundiales, seguía siendo vista con un más que justificado recelo. La Declaración Schuman, pues, suponía un dificilísimo salto hacia delante y un cambio de paradigma que era muy difícil de aceptar entonces por muchos europeos.

Y las personas que negociaron y redactaron la Declaración debían, además, superar los traumas personales y la enemistad que el conflicto mundial había dejado en el fondo de sus almas. Jean Monnet había sido miembro del Comité de Liberación Nacional que había dirigido la resistencia francesa frente a las fuerzas de ocupación alemanas, y Walter Hallstein había sido un teniente de artillería de ese ejército de ocupación, destinado en Francia, precisamente en las baterías de costa de Normandía, preparadas para prevenir el desembarco de las fuerzas aliadas. Y, sin embargo –de aquí su grandeza–, lograron superar sus traumas y las viejas enemistades y se sentaron a negociar y diseñar los planos iniciales de lo que luego terminaría siendo el gran edificio de la Unión Europea.

La idea, tal y como se expuso entonces, puede parecer hoy muy pequeña y materialmente limitada; sin embargo, el diseño inicial y la intención última eran buenos: conseguir la cooperación económica entre los estados europeos –comenzando por Francia y Alemania–, rompiendo así con la tradicional dinámica de confrontación entre ellos, y, sobre esto, poner las bases para la creación de una futura federación de Estados europeos que los uniese políticamente y que trajese la paz definitiva al continente.

"La solidaridad de producción [de carbón y acero] que así se cree –decía la Declaración– pondrá de manifiesto que cualquier guerra entre Francia y Alemania no sólo resulta impensable, sino materialmente imposible. La creación de esa potente unidad de producción, abierta a todos los países que deseen participar en ella, proporcionará a todos los países a los que agrupe los elementos fundamentales de la producción industrial en las mismas condiciones y sentará los cimientos reales de su unificación económica". Y añadía: "De este modo se llevará a cabo la fusión de intereses indispensables para la creación de una comunidad económica y se introducirá el fermento de una comunidad más amplia y más profunda entre países que durante tanto tiempo se han enfrentado en divisiones sangrientas". En definitiva, concluía la Declaración, "esta propuesta sentará las primeras bases concretas de una federación europea indispensable para la preservación de la paz".

Hoy, 75 años después, no se ha creado aún la federación de Estados europeos que proponía Schuman; sin embargo, la integración económica y política conseguidas seguro que le sorprenderían y le harían sentirse feliz. Y, desde luego, esa integración económica y política han servido para mantener la paz entre los estados miembros de la Unión Europea. Estados que pasaron de ser seis en 1951, cuando se crea la Comunidad Europea del Carbón y del Acero –que se deriva de la Declaración Schuman–, a ser 27 hoy, más de la mitad de los cuales se encontraba entonces bajo el dominio de la Unión Soviética.

Sin embargo, la guerra ha vuelto con toda crudeza a nuestras fronteras y la Federación Rusa invade en este momento una parte extensa del territorio de un Estado, Ucrania, que es candidato a ser miembro de la Unión Europea. El conflicto de Ucrania es, por tanto, un conflicto nuestro y de su solución –y de cómo se haga– va a depender en muy buena medida cómo va a ser el propio futuro de la Unión Europea.

Pero, el problema de Europa no está en este momento sólo en sus fronteras, sino que está también dentro. Schuman se sentiría hoy contento con el nivel de integración económica y política conseguidos, sí, sin duda alguna. Pero Schuman se sentiría hoy también muy preocupado de ver como, a pesar de todo, su proyecto de paz e integración se ve cuestionado desde dentro de la propia Unión. En este momento, tras las elecciones de junio pasado al Parlamento Europeo, hay tres grupos parlamentarios de extrema derecha –antes eran sólo dos– que, con 187 diputados, son el 26 por cien del total. Y, a ellos podemos añadir la existencia de un grupo parlamentario de extrema izquierda que, si bien es mucho más pequeño (46 diputados, 6,4 por cien del total), mantiene un discurso político que es similarmente antieuropeísta y opuesto a las políticas que hoy defiende la Unión; entre otras, la política de defensa ante la amenaza rusa.

Y lo ocurrido en el Parlamento Europeo es sólo la manifestación concentrada en esa cámara de lo que está pasando, de manera dispersa, en varios Estados de la Unión, donde los partidos populistas y nacionalistas de extrema derecha han llegado ya al gobierno –solos o en coalición–, o están a punto de hacerlo.

Pero ¿qué va a ocurrir en Europa cuando esos partidos populistas y nacionalistas, que hoy están unidos y se manifiestan juntos y felices de sus éxitos electorales, comiencen a actuar y a defender desde sus respectivos gobiernos sus intereses nacionales, que serán necesariamente opuestos a los de los otros gobiernos igualmente nacionalistas? ¿Volveremos entonces –quieren volver de verdad– a la Europa de los nacionalismos de los años 30, que trajeron 60 millones de muertos a nuestro continente?

Creo que es el momento de llamar a la racionalidad y de abandonar las recetas radicales nacionalistas y populistas –antieuropeístas– que tanto daño han hecho a Europa. Y, desde luego, los que creemos en el proyecto europeo que diseñó Schuman, debemos confrontar con decisión y similar valentía la actual situación y –utilizando sus mismas palabras– hacer los necesarios "esfuerzos creadores equiparables a los peligros que [nos] amenazan". Europa es necesaria y su proyecto de integración es un proceso vivo "indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas".

Recordemos hoy, pues, a Schuman y su mensaje, no como un documento del pasado, sino como una receta actual para superar los males que nos afectan. 75 años después, su mensaje sigue vivo.

Antonio Bar Cendón es catedrático de Derecho Constitucional. Catedrático Jean Monnet ad personam (P.E.). Universidad de Valencia

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