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Trump: convulsiones de un imperio que se desmorona

Publicado: 29/03/2025 ·06:00
Actualizado: 29/03/2025 · 06:00
  • El presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
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"Para toda la humanidad" es el título de una adictiva serie de Apple TV sobre la carrera espacial en un mundo alternativo al nuestro. La premisa de la que parte la serie es la siguiente: la URSS, y no Estados Unidos, fue el país que logró pisar primero la Luna. Esto provoca una reacción de histeria en EEUU, que más o menos prolonga y profundiza la que se produjo en la realidad con el lanzamiento del Sputnik y el vuelo orbital de Yuri Gagarin: la sensación de que se estaban quedando atrás en la carrera espacial fue la que obligó a sucesivos presidentes y al Congreso y Senado de Estados Unidos a invertir millonadas en tomar la delantera a los soviéticos. De hecho, se dijo, atinadamente, que el mayor éxito de la URSS fue el programa Apolo. Sin Sputnik, sin Gagarin, dicho programa, que fue el que llevó al hombre a la Luna, no se habría producido.

En la serie, como los soviéticos continúan llevando la delantera mucho tiempo, Estados Unidos no deja el programa progresivamente de lado en los años 70, sino que invierte más y más, al igual que la URSS. No sólo llegan ambos países a la Luna, sino que montan una base estable allí, y posteriormente comienzan a coquetear con la posibilidad de ir a Marte. A partir de cierto momento, las circunstancias les obligan a cooperar. Lo que comenzó como un enfrentamiento sin cuartel se acabó convirtiendo en una asociación que contribuyó a disipar tensiones en una Guerra Fría que en el mundo alternativo de la serie no tiene fin, porque no se produce ningún derrumbe del bloque soviético.

En el mundo real, la existencia de la URSS, que obviamente fue perniciosa para los países que estuvieron sometidos a su égida, comenzando con las propias repúblicas que integraban la URSS y continuando por los países europeos del Pacto de Varsovia, generó también profundos efectos sobre las políticas del bloque occidental. Muy brevemente, los que ya conocemos: la creación y desarrollo de un Estado del Bienestar en Occidente (sobre todo en Europa Occidental, pero con consecuencias también en Estados Unidos), cuyo vértice se basaba en la idea de que era necesario ofrecer seguridad y condiciones de vida razonables a sus ciudadanos para que no les resultase demasiado atractivo el modelo comunista, con su carencia de libertad, pero con sus empleos y prestaciones sociales garantizadas y su mayor atención hacia la igualdad de las mujeres y de las minorías. 

  • Llegada a la Luna del Apolo XI -

Ojalá este bienestar y este interés por las vidas de sus conciudadanos hubieran estado en el meollo del modelo liberal-capitalista, pero qué le vamos a hacer: la permanente amenaza de la URSS funcionó mucho mejor, a efectos prácticos, que los pretendidos buenos deseos de nuestros amados líderes. Porque fue desaparecer la URSS y comenzar el camino en el que seguimos hasta hoy: recortar y recortar. Empeorar las condiciones laborales de la gente progresiva pero implacablemente. Externalizar la producción en países donde se pudiera pagar lo menos posible a sus trabajadores y que ellos se encargaran de inundar Occidente con productos baratos, mientras en el mundo occidental quedaba progresivamente en segundo plano la producción industrial en beneficio de los servicios financieros, la sociedad del conocimiento, el know-how, la alta tecnología, el coaching, la venta de humo, etcétera.

Años después, aquí estamos, en un modelo de riqueza occidental basado en quién tiene pisos y quién no. Los países en los que se deslocalizaron las fábricas han prosperado, han aprendido y cada vez son competitivos en más sectores; también en los de alta tecnología, particularmente en el caso de China. El modelo capitalista no es que esté en crisis, sino que está en crisis el liderazgo occidental, que no acepta la realidad. Una realidad en la que ya no vamos a ser los únicos que mandemos, como ilusoriamente se pensó tras el derrumbe de la URSS. Y no sólo eso: los erráticos movimientos de Estados Unidos en las últimas décadas (las de la pax americana), culminados con este segundo mandato de Donald Trump, han evidenciado la realidad de que Estados Unidos ya no es capaz de controlar el planeta, ni puede ni quiere hacerlo, y que ya no le sale a cuenta continuar con esa ficción. Tampoco le sale tan a cuenta como hasta la fecha externalizar la producción para luego comprar productos más baratos, porque eso también abarata los empleos y las condiciones de vida de sus ciudadanos. 

Se trata de una situación, la decadencia de un imperio, muy peligrosa, porque es difícilmente reversible y muy difícil de gestionar sin que genere todo tipo de tensiones. Por ahora, la estrategia de Trump es una rara combinación entre el reconocimiento tácito de su decadencia, que obliga a hacer un repliegue basado en proteccionismo para intentar revitalizar la capacidad industrial del país, y el intento de obtener todo tipo de condiciones ventajosas en sus relaciones con los demás países para imponer sus productos y restringir el acceso de los productos de los demás (es decir, que EEUU imponga aranceles sin que la cosa sea recíproca), con el "argumento" clásico de los matones de patio de colegio: la fuerza. Cero cooperación, ningún intento de encontrar acomodo en una situación que ya no es la que parecía ser en los años noventa. Nada de "para toda la Humanidad", sino "América para los americanos". No es simple aislacionismo, sino puro ventajismo con afán depredador allí donde se perciba debilidad (como el expolio que Trump espera conseguir de Ucrania o las presiones para hacerse con Groenlandia o el canal de Panamá).

  • El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, y el presidente de EEUU, Donald Trump. -

Incluso aunque sus presiones surtan efecto y a corto plazo obtengan beneficios, y sin duda en algunos casos los obtendrán, es dudoso que la apuesta le salga bien a Trump. Su país, que ya generaba bastante animadversión antes, ahora puede convertirse rápidamente en una especie de Corea del Norte difuminada: un país que -por increíble que nos parezca ahora- cada vez menos personas querrán -ni podrán- ir a trabajar, ni establecer vínculos sentimentales, laborales o comerciales con él. 

Ahora mismo Estados Unidos es el centro del planeta, pero puede dejar de serlo en unos años, y no sólo por la pujanza de la economía china o la reordenación del mundo en bloques territoriales. La influencia de la cultura, la política y la forma de vivir y de ver las cosas de Estados Unidos puede embarrancar, tarde o temprano, una vez se evidencia que lo que había detrás es lo que ha habido siempre detrás de cualquier imperio: la razón de la fuerza. Y si la fuerza se exhibe con total claridad es posible que le roben el almuerzo a los pobres desgraciados que se crucen con el matón en el patio unos cuantos años; pero es muy poco probable que lo hagan cuando ya no tengan que soportar al matón. 

Así que lo que vamos a ver en los próximos meses y años va a ser un afán por deshacerse de la molesta influencia de EEUU y su sustitución por otro tejido de relaciones más complejo y menos determinado por una concepción unipolar del mundo que ya no existe. Al menos, así debería ser en el caso de Europa, suficientemente lejos de Estados Unidos y con suficiente músculo poblacional y económico para tratar de funcionar con autonomía. Sobre todo, porque tampoco queda otro remedio (no es que sea muy optimista al respecto viendo cuál está siendo la ilusionante reacción inicial de los líderes europeos, consistente en invertir en armamento para defenderse de una amenaza rusa que, salvo en el caso de los países exsoviéticos, es altamente improbable que se consume nunca).

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