Opinión

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Yo sí te creo, hermano Dani Alves

Publicado: 05/04/2025 ·06:00
Actualizado: 05/04/2025 · 06:00
  • Dani Alves, en el banquillo de los acusados.
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Siendo estudiante de Geografía e Historia leí un libro que me marcó profundamente: La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. En sus páginas el lector puede encontrar una demoledora denuncia contra un siglo tan carente de "teología y geometría" como de "decencia y buen gusto", hasta el punto de que el autor, por boca de Ignatius J. Reilly, sostiene: "La degeneración, más que indicar la decadencia de una sociedad, como en otros tiempos, indicará ahora paz para un mundo atribulado". Esta degeneración es la que, por desgracia, se ha instalado en la vida pública española.

Para quien escribe, en estos tiempos oscuros que nos toca vivir, un caso se lleva la palma: las declaraciones de la ministra Montero. Entiendo que, para buena parte del PSOE del Tito Berni, nuestra insigne vicepresidenta primera sea vista como la nueva Hannah Arendt de la progresía, ya sea porque su verbo rivaliza con el de Virgilio o porque sus conocimientos jurídicos son dignos del mismísimo Cicerón. Pero como no pertenezco al partido del "casto" Ábalos ni de la "dulce" Jésica, debo confesar que no me sorprende sus declaraciones, todo lo contrario, confirman lo que vengo observando desde que Zapatero, con sus brotes verdes, llegó para el desgobierno de España: que el PSOE ni cree en la justicia ni en la división de poderes, y si no que se lo pregunten al presidente del TC, el nada cándido Pumpido

Cabe explicarse. En Alicia el país de las maravillas encontramos un breve pasaje que posee connotación jurídica muy apropiada para el caso al que nos vamos a referir. En él podemos leer: "¡Qué tontería! Dictar primero la sentencia y luego el veredicto. / ¡Calla la boca! – dijo la Reina poniéndose congestionada. / – ¡No quiero! – dijo Alicia. – ¡Que le corten la cabeza! – gritó la Reina a voz en cuello". A esta reflexión se acoge, cambiándole los términos, nuestra docta ministra, quien, asumiendo el papel del mítico Jano bifronte, es capaz de afirmar, sin rubor alguno, que "La universidad privada es la principal amenaza para la clase trabajadora" –¡pero si tu jefe estudió en ella!–, para, acto seguido, reconocer que el principio vertebrador de todo proceso garantista, la presunción de inocencia, no tiene cabida en el nuevo régimen impuesto por Puigdemont, porque lo que importa no es la verdad de los hechos, las pruebas, sino la aguerrida declaración de una joven indefensa.

Sus palabras no nos dejan mentir: "Qué vergüenza la sentencia de Dani Alves, después de lo que nosotras hemos luchado por la igualdad y los derechos de las mujeres, que la presunción de inocencia esté por encima de la declaración de una mujer que se haya enfrentado al poder es una vergüenza, defendemos la dignidad de las mujeres […] que todavía se cuestione el testimonio de una víctima y se diga que la presunción de inocencia está por delante del testimonio de mujeres jóvenes, valientes, que deciden denunciar a los poderosos, a los grandes, a los famosos. […] queremos decirle a esta mujer que estamos contigo, […]".

  • La vicepresidenta primera del Gobierno, María Jesús Montero. 

A nuestra ministra, sin conocimiento jurídico alguno, le sonrojan la sentencia dictada por tres magistradas y un magistrado de la sala de apelación del TSJC. En ella se pone de manifiesto que "La divergencia entre lo relatado por la denunciante y lo realmente sucedido compromete gravemente la fiabilidad de su relato", porque, entre otros hechos, la versión de lo ocurrido y lo grabado por las cámaras "no coincide"; una contradicción que ya apreció la Audiencia de Barcelona, lo que no impidió la condena de Alves. Para nuestra sorpresa, la Audiencia entendió que esa incoherencia no afectaba a los hechos. Me pregunto: ¿desde cuándo la incoherencia contribuye a la lógica argumental o al bien probatorio? Lo dicho: sorprendente. 

Ante la actual sentencia exculpatoria, la jacarandosa ministra del ramo nos deja una argumentación que es digna de ser inscrita, con letras de bronce, en el frontispicio de todas las Facultades de derecho: "Qué vergüenza que la presunción de inocencia esté por encima de la declaración de una mujer". De esta lapidaria sentencia bien se podría deducir que una mujer no miente nunca. Debe ser que solo los hombres mienten, pero no así las mujeres, cuya palabra se acoge a la verdad. Ante esta aseveración, entiendo que pronunciada en un estado de serenidad mental, le pregunto a la ministra de hacienda: ¿Se atreverán a realizar una inspección fiscal ante una declaración sospechosa de fraude, si esta la ha realizada una mujer? Entiendo que si ellas no mienten, quedan exentas de toda duda, ¿no es así, querida ministra? Y si nunca mienten, ¿me puede explicar por qué extraña razón el 77% de las denuncian por violencia de género no terminan en condena? ¿No cree que este dato contradice la supuesta naturaleza seráfica del sexo femenino? La ingenuidad de estas preguntas me lleva a recordar la afirmación de Deleuze: "El pensador no es acéfalo, afásico o analfabeto, pero lo deviene". Sustituyan pensador por presidente o ministro o político, y lo mismo coincidimos con el filósofo francés.

Por desgracia para ella, su infinita torpeza la delata, pero más aún a su partido. Por primera vez, el PSOE se quita la careta y proclama lo que todos sabíamos: que las leyes de género venían a subvertir el derecho –del que descreen– y a los pilares más recios sobre los que se había levantado nuestra civilización. Entre ellos, la presunción de inocencia. Su gravedad es admitida incluso por ese periodista aguerrido y siempre combativo contra el poder gubernamental que es Ferreras, quien no ha dudado en sostener que es "alucinante" y "peligroso" que una vicepresidenta primera del Gobierno se pronuncie en estos términos. Lo es, y mucho. Pero siempre hay quien defienda lo indefendible. Ahí está la gente de Podemos, sí ese partido fundado por Errejón y Monedero, prohombres del nuevo régimen, que no se caracterizan precisamente por ser monjes trapenses. Una voz reconocible de este partido es la inefable Irene Montero. Ella nunca defrauda. Sus altos conocimientos jurídicos le llevan a sostener que ve "violencia institucional" y "justicia patriarcal" en la sentencia absolutoria. Una vez más, sus palabras contribuyen a visualizar que la extrema izquierda más rancia de Europa, con sus tics totalitarios y sus simples explicaciones, ha venido a emponzoñar la vida pública, lo que ha contribuido a dividir a la sociedad en dos bandos tan antagónicos que resulta difícil creer en una posible reconciliación, o, cuando menos, en un acercamiento de sus posturas. 

Si grave es que un presidente del gobierno que ha estudiado en el Real Colegio Universitario María Cristina, privado y católico, arremeta contra "los chiringuitos" de las universidades privadas, cuando él, a su vez, se doctoró en la Universidad Camilo José Cela, con una tesis que ha sido aclamada, en olor de multitudes, por la comunidad académica internacional. Si grave es que la señora del presidente presida un máster sin tener titulación universitaria. Si grave es que el hermanísimo no sepa ni dónde trabajaba –enternecedor–. Si grave es que Ábalos posea chalés de lujo sin declarar, y hasta damas de compañía que, supuestamente, pagamos todos españolitos de a pie (naturalmente). Si grave es lo que está sucediendo en el Tribunal Constitucional. Si grave es señalar a los periodistas que discrepan del Condotiero. Y si grave es que quien maneja los hilos de la política patria sea un golpista fugado, más grave aún es el ataque frontal contra los jueces y contra la presunción de inocencia. Sin ella no hay ni Estado de Derecho ni Justicia posible, solo un poder autoritario que dispone, controla, señala y discrimina a quienes no le bailamos el agua. Ellos proclaman: el Estado soy Yo. Quienes no lo asumimos sabemos que nos espera un largo ostracismo, cuando no la difamación y el desprecio más absoluto de la casta dominante. Poco importa. Aquí seguiremos, en esta humilde trinchera, defendiendo lo que procuramos enseñar a nuestros estudiantes de derecho: que la libertad, como la conciencia, se pelea y se defiende día a día. 

"Acabar es callar", escribía Chesterton. Pero antes, permítanme que concluya transcribiendo los proféticos versos que escribiera Yeats en su poema La segunda venida

"Todo se desmorona; el centro ya no puede sostenerse, la pura anarquía se ha desatado en el mundo. A los mejores les falta la convicción, y los peores, por su parte, rebosan intensidad apasionada". 

Juan Alfredo Obarrio Moreno es catedrático de Derecho Romano

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