VALÈNCIA.- Tal vez sea por su pintoresco centro histórico acariciado por las aguas del Duero, por la interminable sucesión de tascas de aire retro y bodegas de fama internacional o sencillamente por conservar todavía el encanto de lo auténtico, la realidad es que Oporto atesora infinidad de atractivos a los que resulta prácticamente imposible resistirse. En la segunda ciudad de Portugal la ropa aún cuelga de los balcones y el pescado se sigue asando en plena calle. Ese aire nostálgico, que convive con una reciente eclosión de restaurantes gourmet y tiendas vintage, la ha situado entre los destinos más pujantes en la liga europea de las ciudades medianas, ideales para una escapada de fin de semana. El boom de las aerolíneas de bajo coste, por las que las autoridades han apostado con determinación en los últimos años, ha ayudado a retirar definitivamente el velo que existía sobre un destino a menudo eclipsado por la poderosa Lisboa.
El carácter de la también conocida como ‘ciudad de los puentes’ se ha forjado a lo largo de 2.000 años a partir de su estrecha relación con la actividad marítima y el omnipresente Duero. Oporto se extiende sobre la orilla derecha, muy cerca de la desembocadura. La mejor vista general, la reconocible postal de las abigarradas fachadas de colores encaramadas colina arriba desde el río, se obtiene desde la ribera contraria, en lo que ya forma parte de la ciudad de Vila Nova de Gaya. Este punto es ideal también para contemplar el famoso puente de Luis I, de estilo eiffeliano y convertido en uno de los principales emblemas del destino por su característico arco metálico y su plataforma en dos alturas.
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El centro histórico, patrimonio de la Unesco, se despliega alrededor de la Praça da Ribeira. Deambular por sus callejuelas para dejar volar la imaginación a través del tiempo es uno de los mejores planes que brinda la ciudad. La peatonal Rua das Flores, en la que sobreviven algunos de los comercios históricos de la ciudad, o la Rua de Fonte Taurina aseguran un paseo agradable. El barrio rebosa autenticidad por todos los rincones, a cuál más encantador con sus llamativas fachadas decoradas con ladrillo, y está atestado de tabernas con solera en las que tomar algún petisco (pequeño bocado), el omnipresente bacalao a la brasa o para atreverse con las contundentes francesinhas, la versión superlativa de un sándwich que gana contundencia a base de embutidos, queso, huevo y salsas, rematado con patatas fritas.
Colina arriba y dentro del casco histórico se ubica la famosa Iglesia de los Clérigos (data de 1763) y la torre del mismo nombre, la más alta de Portugal —tiene una altura de 76 metros—. Este templo barroco de aspecto recio esculpido en granito es uno de los principales iconos de la ciudad y forma parte de su catálogo de sitios Patrimonio de la Humanidad. Muy cerca de allí, en el número 144 de la Rua Das Carmelitas, encontramos la mítica librería Lello e Irmao (1881). La fascinación que produce su fachada solo se ve superada por la monumental escalinata doble que brilla en el interior. Las colas en la puerta —hay que pagar entrada, tres euros— son habituales porque se considera que sirvió de inspiración a la escritora británica J.K. Rowling, autora de la saga de Harry Potter. Justo al lado, en la Rua Galeria do Paris y sus paralelas, se concentra la mayor oferta de ocio nocturno de la capital del norte de Portugal.
Bodegas como reclamo
Otro comercio histórico que tampoco debería pasar por alto es el emblemático café Majestic, abierto desde los años 20 del pasado siglo a la altura del número 112 de la Rua Santa Catarina. Muy cerca de allí, la céntrica estación de tren de San Bento es otra parada ineludible. En particular la contemplación de su hermoso vestíbulo obra de Jorge Colaço, decorado con más de 20.000 azulejos que relatan la historia portuguesa. Contra tamaña demostración del uso de la cerámica decorativa compiten la fachada de la Iglesia do Carmo y, sobre todo, la conocida como Capilla de las Almas, pegada al espacio comercial con más solera de Oporto: el antiguo mercado de Bolhao. Si existe un lugar ideal para tomar el verdadero pulso cotidiano de la ciudad sin duda es este. Recorrer sus paradas de frutas, verduras y pescados frescos es como dar un salto de treinta años en el tiempo y la mejor manera de experimentar la calidez y amabilidad portuenses.
Además de los puentes, los paseos fluviales o los recorridos de la línea 22 del histórico tranvía, uno de los rasgos diferenciales de esta ciudad asentada sobre colinas son sus miradores. Las mejores vistas se obtienen desde la Sé, la catedral de Oporto, o desde el conocido Palacio de Cristal, con varias terrazas para contemplar las panorámicas del Duero y Vila Nova de Gaia. En este municipio, situado en la orilla contraria del Duero, se ubica el conjunto de bodegas por las que Oporto es reconocida internacionalmente como cabecera de una de las principales regiones productoras de vino en todo el mundo.
Los enormes carteles de estas bodegas a la orilla del río lucen como reclamo de turistas que cruzan desde Oporto con la intención de redondear una escapada que quedaría incompleta sin una visita guiada a alguno de estos templos vinícolas como Ferreira, Cálem o Sandeman, acompañada de una cata de algunas variedades. En esta última bodega, famosa por el misterioso personaje copa en mano que luce como logotipo, se recorren instalaciones con más de dos siglos de antigüedad para conocer los secretos de la elaboración de estos vinos de elevada graduación y gusto dulce que nace de las uvas cultivadas en los viñedos aguas arriba del Duero.
* Este artículo se publicó originalmente en el número 40 de la revista Plaza