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La nave de los locos

Se precisan bebés

  • Foto: EFE
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He visto a un niño correteando delante de mi casa. Cuidaba de él un padre cuarentón. Se reían y costaba identificar cuál era más crío de los dos.

“¡Noticia bomba!”, me dije asombrado. Todavía se ven a niños jugando por la calle. Todavía. Dentro de poco cruzarse con uno de ellos será una anécdota tan extravagante como que un ministro de Hacienda apruebe unos impuestos justos.

Hace poco más de una semana estalló la última bomba demográfica. Al conocerla, la gente enarcó las cejas y siguió a lo suyo, como si nada, un poco curada de espanto. En los diez años de esta crisis interminable (2008-2018), el número de nacimientos se redujo un 29%, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). El ejercicio pasado nacieron cerca de 370.000 niños; en 2008 fueron 520.000.

Una legión de expertos —a cada cual más televisivo— nos ha explicado las razones de este hecho. La principal es la precariedad laboral que afecta a los jóvenes. Como carecen de estabilidad en sus vidas, optan por no procrear, según este análisis.

Algo de razón tienen cuando apuntan esa causa pero, a mi entender, el problema es más complejo. Ha habido también un cambio de valores. Hoy tener un hijo es menos importante, en muchos casos, que asegurarse una trayectoria profesional. Es más gratificante comprarse un perro, que no llegará nunca a ser adolescente… por suerte.

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