En el mundo empresarial, las compañías son las que garantizan el crecimiento y la evolución. Algunas comienzan a convertirse en dinosaurios por su tamaño y poder: algunas dominan el terreno, otras se adaptan, y muchas acaban fosilizadas en los archivos del Registro Mercantil. Cuando llega la catástrofe financiera, aparece una figura que no es el paleontólogo, pero sí intenta que la especie sobreviva: el administrador concursal. No lleva sombrero ni busca fósiles, pero sí diseña estrategias para que la empresa no se convierta en un fósil contable.
La imagen tradicional del concurso de acreedores ha sido la de un cementerio empresarial: un lugar donde las compañías van a morir, donde los acreedores se reparten los restos y donde el administrador concursal actúa como enterrador. Sin embargo, el nuevo texto de la Ley Concursal pretende cambiar esta narrativa. Ahora se busca salvar unidades productivas, mantener el empleo y conservar la actividad económica. Porque, seamos sinceros, liquidar es fácil; lo difícil es reconstruir.
Y vaya si hace falta valor para enfrentarse a balances que parecen películas de terror.
Un cambio de paradigma: del funeral a la reanimación
Durante años, el concurso se ha visto como el último acto de una tragedia empresarial. Pero el nuevo texto legal introduce mecanismos que priorizan la continuidad frente a la liquidación. ¿Por qué? Porque detrás de cada empresa hay algo más que números: hay personas, empleos, proveedores y, por supuesto, impuestos que el Estado quiere seguir cobrando. Liquidar significa destruir valor; salvar significa mantener la rueda girando.
El administrador concursal, en este contexto, deja de ser el médico forense para convertirse en el cirujano de urgencias. Su misión no es certificar la muerte, sino intentar que el paciente salga vivo del quirófano. Y para ello necesita algo más que conocimientos contables: necesita visión estratégica, capacidad de negociación y, en ocasiones, nervios de acero. Y ante todo … flexibilidad. Flexibilidad significa capacidad para adaptar las soluciones a los problemas y evitar las recetas magistrales que valen para todo … cada empresa es un mundo y tiene un entorno. De la misma forma, cada dinosaurio tenía la obligación de adaptarse al ecosistema para salir adelante.
En este mundo complejo, adaptable y que huye de soluciones únicas, el administrador concursal debe ser flexible y camaleónico … ““¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?”. Como decía Groucho Marx, pero siguiendo un criterio y una estrategia, no improvisando respuestas. En un proceso concursal, la flexibilidad es muy pero que muy valiosa y, siguiendo con nuestro símil, concede más posibilidades de supervivir que el ámbar a los fósiles.
El administrador concursal: protagonista anónimo en tiempos de crisis
Imaginemos la escena: una empresa en caída libre, acreedores llamando cada cinco minutos, empleados con miedo a perder su trabajo y un consejo de administración que busca culpables. En medio de este caos, aparece el administrador concursal. Ni remotamente tiene capa ni poderes mágicos, pero sí una responsabilidad enorme: gestionar el concurso con inteligencia y, si es posible, salvar lo que se pueda.
Su papel va mucho más allá de repartir lo poco que queda. Debe analizar la viabilidad de la empresa, negociar con acreedores, buscar compradores para unidades productivas y, en ocasiones, convencer a todos de que merece la pena seguir luchando. Porque “Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad”
y el concurso, aunque suene a catástrofe, puede ser la oportunidad para reinventarse.

La importancia del nuevo texto legal
El legislador, en un arranque de optimismo, ha apostado por mecanismos que permiten reestructurar antes de liquidar. Planes de reestructuración, acuerdos extrajudiciales y ventas rápidas son ahora las armas legales que un buen administrador concursal debe saber manejar. ¿Por qué? porque salvar una unidad productiva no solo mantiene empleos, sino que también evita que el tejido empresarial se desintegre … evita que una especie se extinga.
Antes, el concurso era sinónimo de liquidación. Hoy, gracias a la reforma, se busca que las empresas puedan negociar con sus acreedores antes de caer al precipicio. Esto implica transparencia, rapidez y, sobre todo, voluntad de colaboración. Porque, seamos sinceros, si cada parte tira para su lado, el resultado será el mismo de siempre: una bonita lápida con el nombre de la empresa.
Un toque de realidad …
Eso sí, no nos engañemos: el administrador concursal no tiene capacidades sobrehumanas. No vuela, no tiene super fuerza y, a veces, ni siquiera tiene tiempo para un café. No obstante, en entornos en los que cerrar empresas se ha convertido en deporte, su papel es más necesario que nunca.
En definitiva, el concurso de acreedores no debería ser visto como el final, sino como una segunda oportunidad. El administrador concursal, lejos de ser el enterrador, debe ser el arquitecto de la reconstrucción. Y el nuevo texto legal, si se aplica con inteligencia, puede ser la herramienta que permita que muchas empresas no acaben en el museo de los dinosaurios.
Porque, como decía Churchill:
“El éxito consiste en ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo.”
Y en el mundo empresarial, el entusiasmo debe ser lo último que se pierde… justo antes de la liquidez.
José Carlos Cuevas
Socio de Transformación y Trunaround de Crowe Spain