Es la luz y la incandescencia de las luciérnagas parapetada tras el oscuro manto de la noche, esa que imita la puerta de la entrada. Sabores exóticos y experiencias compartidas. Sobriedad y buen gusto. Materiales nobles. Disciplina. Sensibilidad. Elegancia y sutileza. Hotaru es un japonés donde la cocina es un valor seguro; la sala, un remanso de paz; y el espacio, un lugar para dejar que el tiempo pase lentamente mientras somos felices.
Hotaru es el resultado de un sueño. Ese que alumbraron Inma Sobrino, Juan Carlos Ramón y Carlota de Ramón, justo antes de la pandemia. De un sueño y también de una pasión: la de compartir con el resto de la ciudad su amor por la cocina y las costumbres japonesas. Una cocina y unas costumbres que se observan en cada uno de los detalles que pueblan el restaurante. Desde la barra de sushi a la entrada, donde apreciar el trabajo de los sushimen, pasando por el salón central donde el brillo de la luz cruza las cristaleras adentrándonos en el atardecer, hasta llegar al jardín interior, donde uno puede dejarse llevar por el susurro de la brisa en una tarde otoñal.