Andrea vive en el piso 13 de un edificio con dos entradas en la Plata. Desde allí puede elegir contemplar las montañas más cercanas de València o asomarse y ver, allá abajo, a unos niños jugar un partido de fútbol como si fueran hormigas. Es una vivienda sin alardes, con paredes blancas estucadas, pero que lleva impregnada la personalidad de Andrea y su novia. Esta tarde se han abierto una cerveza mientras un chihuahua que se llama Pepita olisquea a los intrusos. Es su casa, pero también fue la casa donde se crió de niña. “He vivido obsesionada con esta casa. Me fui de esta casa con 19 y volví con 31 después de que se me quedara la obsesión de vivir en un 13”, dice antes de explicar que su nombre es Andrea P. Latorre.
Esta mujer de 36 años lleva una vida entre dos polos. La oscuridad de su faceta musical -“soy muy oscura”, dirá después- y la felicidad de los libros que escribe para Disney. La creatividad de una chica que viene de una familia que hunde sus raíces en la calle Zapadores, donde nació su madre, que era la hija de Rosita ‘la Olivera’, la dueña de una tienda de aceitunas. “Con 7 años nos fuimos a vivir a La Cañada, pero yo me fui de casa con 19 porque me marché a vivir a Barcelona. Quería estudiar literatura comparada y aquí no había. Yo hice Filología Hispánica, pero yo quería hacer teoría literaria. Es más transversal. En Barcelona acabé la carrera en la Universitat de Barcelona e hice el máster de Comparada allí”.

- Andrea P. Latorre.
- Foto: KIKE TABERNER
De niña devoraba la literatura juvenil. Es de la generación que creció a la velocidad de Harry Potter. Pero, además, siempre le gustó escribir. Desde que era una niña. “El problema es que nunca tuve la ambición que sí tuve con la música”. Ahora habla de la literatura sin echarse flores ni ponerse estupenda. Andrea dice que escribir solo es un oficio. Su idea inicial era dar clase, ser profesora, pero la música se cruzó en el camino y desbarató todos sus planes. “Empecé a estudiar nihilismo, cosas que me interesaban mucho y se metió en mi vida san Juan de la Cruz -poeta místico del Renacimiento-“, explica mientras hace un gesto con la cabeza señalando la pared. Una pared blanca de la que cuelga una estampita de santa Teresa de Jesús.
La música la empujó a montar con su compañero de grupo un festival de “música un poco, no sé cómo llamarla, experimental”. También creó un sello discográfico que le permitió sacar adelante sus textos “poéticos filosóficos”. Y así, poco a poco, se fue separando de la universidad para alimentar sus nuevas inquietudes. “Yo llegué a Barcelona con mucho lío mental: muchas intuiciones y pocas certezas. Las respuestas las encontró en la mística barroca y en los profesores de nihilismo. “Mi música va de eso: buscar la no certeza”.

- La pared de casa de Andrea con la estampa de santa Teresa de Jesús.
- Foto: KIKE TABERNER
Andrea y Sergi Alejandre, que venía del hardcore melódico, montaron un grupo. Ella venía más del gótico. “Nadie me había enseñado y yo me obligaba a escucharlo todo. No tenía a nadie que me dijera qué era ‘cool’ y qué no”. La música le fue llenando hacia la escena punk de Barcelona. “Pero yo no quería hacer punk. No me interesaba musicalmente decir puta policía, aunque estuviera a favor. A mí me apetecía decir puta policía de otra manera. A mí me gustaba deshacer las categorías de otra manera. Yo cantaba escondida en una habitación porque tenía pánico escénico. Me costó muchos años encontrar mi voz. Yo era insoportable. Yo era un palo plantado en el escenario mirando al suelo. A mí SDH -su grupo- me dio un cuerpo en el escenario. No tenía ni el síndrome del impostor porque no me consideraba ni cantante. Tenía una negación de mí misma tan grande…”.
Al final, después de siete años dando conciertos, encontró su personalidad delante del público. Mientras, el festival, que se llamaba Cønjuntø Vacíø, crecía y crecía. Una expansión sin ayudas institucionales porque venían del punk y eso no se contemplaba. Invertían su dinero. Eran libres. “Fuimos muy osadas. Allí pude ver a los artistas que más me han inspirado en la vida por muy poca pasta. Yo creo que venían porque veían que yo quería verlos”. Andrea recuerda que atrajeron a John Maus, que se les hizo muy grande, que meter a 600 personas en una sala de L’Hospitalet era algo muy loco. “Se nos hizo demasiado grande y decidimos sentarnos en nuestro grupo”.
En Barcelona trabajó para pagarse la universidad. Por la mañana iba a clase y por la tarde era secretaria de una agencia de publicidad. Barcelona en estado puro. Luego hizo prácticas, “puro Excel”, hasta que la cogieron en una editorial de libro de texto. “De ahí que ahora escriba libros para niños. Es mi oficio. Llegué sin querer”. Ahora se gana la vida con la literatura, las giras por medio mundo con su grupo, como correctora de textos… “Hago un poco de todo. Escribo libros sin mi nombre”. Ahora se acuerda de los primeros cuentos, de su querencia a lo mistérico, más cercanos al cuento de brujas más clásicos. “Oscuritos”, dice entre risas para añadir que la obligaron a iluminarlos un poco.

- Andrea P. Latorre en un concierto.
Donde no cede es en su música, rotundamente oscura. En la pandemia dejó su trabajo de oficina para poder girar con su grupo, SDH. A la vuelta a la normalidad, comenzó a llevar su concepto musical a pequeños clubes de Europa y Norteamérica. Un público pequeño pero muy fiel. “La gente nos mete en el dark wave, aunque yo no escucho mucho dark wave, pero sí, puede ser”. Y llegaron a lugares que jamás podrían haber imaginado gracias a una agencia que lleva a gente como Boy Harsher, Linea Aspera o Spike Hellis, tres bandas de chica-chico, como ellos. “Al final nos llamaron también de dos festivales en Estados Unidos, el Substance, en Los Ángeles, y el Sanctum, en Chicago, que han sido las dos experiencias más bestias que yo he tenido en mi vida. Son festivales muy grandes”.
Sandra, su compañera, escucha en silencio tumbada en el sofá mientras hace como que consulta su portátil. El comedor está llenos de objetos extraños: velas blancas consumidas, un tablero de ajedrez muy bizarro, un búcaro con dos rosas marchitas, un cartel de la película ‘The Angelic Conversation’… Y pilas de libros por todas partes con títulos como ‘Las máscaras de Dios’, de Joseph Campbell, o ‘La noche se agita’, de Henri Michaux. También llama mucho la atención un retrato muy potente de Clarice Lispector, una escritora ucraniana (1920-1977) que cautivó a Andrea. En una fuente de cristal hay un trozo de palosanto con una punta quemada. “Eso es cosa de Sandra… A mí me da alergia. Pero mi madre es como Sandra y purificó toda la casa con el palosanto”.
Aquellos grandes festivales les abrieron las puertas de Europa. “Por aquí por España no tocamos mucho. También es que tocamos en inglés… Al principio fue una máscara, un disfraz para una cantante muy insegura. Luego canté en castellano, que me conectaba más con mi tradición de poesía. Pero hablo de otras cosas en inglés. Ya no es una máscara, es más orgánico y compongo directamente en inglés”.

- Foto: KIKE TABERNER
Andrea acaba de volver de Nápoles, donde actuó con su banda. Antes había estado en Polonia, donde, por razones que desconoce, tienen mucho público. También pasaron por Alemania, Croacia, Italia… Noches ante 300 personas en Berlín o lunes lluviosos frente a menos de 50. De su último bolo en València, en Spook, hace ya dos años. “No me llaman mucho aquí, aunque también me cuesta mucho más tocar en València”. Aquí tiene sus garitos de cabecera: el Magazine (ella lo llama el Maga), la Residencia (la Resi, para ella), La Tribu y otros lugares de la plaza del Cedro. “Y luego de okupas iba mucho al Mayhem, Proyecto Mayhem, o la Pilona”.
Cuando dejó Barcelona y regresó a València, en 2020, se obsesionó con volver al 13 de la Plata. Una casa que tenía idealizada. Los recuerdos de Rosita la Olivera. Llegó con un codo que se acababa de romper en un accidente tonto, jugando con bolas de nieve, en una gasolinera de Ginebra. Canceló la gira y volvió con el brazo colgando hasta València para operarse e iniciar su nueva vida.
Santa Teresa de Jesús ya le había cambiado la vida antes. Virginia Trueba, una de esas profesoras providenciales, le mostró diferentes autores y la obra de esta monja de Ávila iluminó su camino. Andrea duda mucho ante la pregunta de si es creyente. Tiene más certeza sobre su espiritualidad. “Soy heterodoxa. No creo en tener que hacerlo como tú me dices que tengo que hacerlo. Se puede acceder a la trascendencia desde muchos lugares y la mejor manera es a través de uno mismo. Yo intuía esto, pero no lo comprendí hasta que leí a san Juan”.

- Foto: KIKE TABERNER
Es hablar de esto y surgir, inmediatamente, el nombre de Coil. “Fueron unos pioneros de la música electrónica inglesa con los que tengo un vinculo muy fuerte y con los que me han pasado cosas íntimas muy bestias. He accedido a planos muy trascendentes de mi mente; partes de mi psique que no sabía que existían. Todo lo que escribo tiene mucho que ver con lo que escribía John Balance (o Jhon Balance, líder de este grupo). Me inspira mucho. Para mí, más que artistas, es gente que tiene la capacidad de ser un canal, como lo era san Juan o Clarice Lispector”.
Sus padres, un ingeniero y una vendedora de bolsos, jamás juzgaron su deriva personal y profesional. “No tienen nada que ver conmigo, pero siempre han sido muy abiertos”. Al final los padres suelen ser felices si ven felices a sus hijos. Andrea P. Latorre lo es que con su música, entrando en trance en un escenario o con su oficio de escritora, ahora centrado en convertir las películas de Disney en una novela. Esta artista valenciana hacer una descricopión sorprendente de su oficio de escritora. “Me da gusto colocar las palabras de una manera, la que sea. Es como construir algo y eso para mí es un oficio. Cuando canto lo que busco es otra cosa. No hay tanto una dirección, hay más una pregunta. Luego tengo otros cuentos aparcados, que cuestan más de sacar porque no son lo que la gente está más acostumbrada a leer”.

- Foto: KIKE TABERNER
El grupo acaba de fichar por un sello de Canadá que está reeditando toda su música en cedés, que están poniéndose de moda otra vez. Andrea reflexiona sobre los soportes: los cedés, los vinilos, las casetes… Las plataformas actuales permiten escuchar mucha más música, pero de una forma que cala menos en los consumidores. “Ahora me olvido. En cambio, con los discos, recuerdo cada canción, cada letra. A mí me encantaba leerme toda la información que llevaban. He visto que lo que no existe, se te va de la mente”.
Andrea, de adolescente, nunca aprendió a tocar un instrumento, pero la música la atrapó. “Yo fui una niña rata, pero de la música. Escuchaba mucha música en inglés y creo que ahí aprendí. Me gustaba aprenderme las letras pero no por saber qué decían sino más por el placer de poder cantarlas”. Aquella niña rata ahora gira por el mundo con su música inclasificable y convirtiendo en novela ‘Buscando a Nemo’ o ‘Aladdin’. Pero siempre vuelve a casa, entra en el ascensor y sube al piso 13. Desde allí domina el mundo, su mundo,