Ángel Beitia ha elegido para este encuentro la plaza de Santa Úrsula, a espaldas de las Torres de Quart. Allí, en ese aparente remanso de paz, se cometieron graves atrocidades durante la Guerra Civil. Decenas de muertos en el casco histórico de València. Allí, en el convento fundado en 1605 y que hoy ocupa un lateral de la plaza, metió una vez una grabadora de la que, dice, se escuchó una sicofonía -sonidos atribuidos al más allá- en la que parecía entenderse que alguien pronunciaba las palabras “el verdugo”. Ángel inmediatamente lo justificó como una alusión a la checa que montaron allí los republicanos para interrogar y torturar a los presos. Algunas fuentes señalan esta checa como la más terrible de España. “Fue la checa más sangrienta de València. Fue algo terrible que se mantiene aquí oculto”.
Ahora es una plaza bonita y tranquila. Sin mucho tráfico. En un par de laterales hay varios bancos que la gente aprovecha para descansar o echarse un cigarrillo. Nos sentamos en el más esquinado, cerca de la salida hacia la estatua del Palleter. Noto que Ángel está muy cerca y me tiro un poco hacia atrás. Al minuto vuelvo a sentir que está incómodamente próximo y tiro el culo un poco más hacia el extremo. Este hombre de 54 años vuelve a acercarse. Entonces veo que lleva audífonos y luego contará que de niño perdió la audición. Al empezar la conversación, Ángel solo mira hacia los labios.
Ángel Beitia dice que vive en Alfafar y que su familia, entre la que se encuentra el artista fallero Josué Beitia, el ganador del primer premio de la sección Especial en 2024, está reponiéndose de la tragedia. Él perdió el coche, pero lo cuenta sin atisbo de pena. ¿Quién no perdió el coche en todos esos pueblos? Pero este hombre tiene la habilidad de convertir la conversación en un embudo que siempre acaba en el presente. Él ha venido a hablar de su libro, o, mejor dicho, de sus libros de misterio. Los lleva en un maletín como si fuera un ejecutivo y la mínima excusa lo abre y saca su arsenal. Antes cuenta que trabaja en una televisión local presentando un programa que se llama ‘Misterios de casa’.
Siempre le fascinó lo misterioso. “De niño, con cuatro o cinco años, veía a escondidas a Fernando Jiménez del Oso -dirigía y presentaba programas en TVE-. Y eso despertó mi curiosidad. Desde entonces fui evolucionando, aunque al principio me daba vergüenza decirlo porque era un tema tabú. Pero los medios han ido evolucionando e Iker Jiménez lo ha popularizado. A la gente, cuando le hablas de misterio, le vienen a la cabeza los fantasmas. Pero no es eso. Son muchas más cosas: antropología, tradiciones, crímenes sin resolver… Y hasta el universo. La gran pregunta: ¿Estamos solos? Ufología, alienígenas. Es un mundo más amplio que abarca también a la ciencia. Eso sí, detesto el amarillismo y el sensacionalismo”.

- Foto: KIKE TABERNER
Pues ya se ha presentado. Es hora de averiguar de dónde viene. Ángel nació en València, pero es hijo de un vasco y una andaluza. “Me he impregnado de la cultura vasca, de su mitología, de sus tradiciones… En Andalucía es muy diferente”. Aunque lo que más recuerda de su infancia y su adolescencia son los problemas que le ocasionó su deficiencia auditiva. “Soy hipoacúsico”, repite hasta tres veces porque en algunos momentos cuesta entenderle. “Vamos, que soy sordo. De hecho no me molesta que me llamen sordo. Pero he tenido que superar muchos obstáculos.. No es fácil la niñez y la adolescencia cuando tienes un defecto auditivo. A mí me costó mucho. Y no fue fácil destacar dentro del misterio porque para gente como yo es muy difícil hacer un programa de radio. No pude hacerlo hasta que mejoró la tecnología. Entonces di el salto y me di a conocer. Ahora ya he publicado varios libros”.
Ángel empezó a perder la audición con siete u ocho años. Sus padres se negaron a recluirlo en un colegio para sordomudos. Quisieron que su hijo, uno de los cuatro que tuvieron este chófer y esta ama de casa, tuviera una educación corriente. “Gracias a eso ahora hablo un poquito mejor de lo normal. Y, además, he aprendido más cosas que los demás gracias a que no me he escondido ni me he encerrado”.
Se intuye que sus primeros años fueron un tormento. Sorprendentemente, al hablar de esto, alude a la importancia que tuvo que su hermano fuera instructor de gimnasio. Juan Antonio Beitia llegó a ser Míster Universo (2002). Un culturista que murió en 2021, con 58 años, de un infarto. También habla de su sobrino artista y de otro, Carlos Beitia, que es futbolista y llegó a jugar en las categorías inferiores de la selección española. “Ahora está en Omán”. Él tomó otro camino. “Yo me he dedicado a esto, al estudio de la antropología”.
La infancia y la adolescencia las pasó en un colegio de Alfafar y un instituto de Catarroja en el que abandonó los estudios porque, dice, tenía que trabajar. Pero rápidamente cuenta que ahora ha retomado los estudios y hace cursillos, como uno sobre la historia de Venecia en la Università Ca’ Foscari. “Después de eso escribí un libro que se llama ‘Venecia misteriosa’, donde cuento un algunas historias”.

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Ángel te mira fijamente a los labios y la mayor parte del tiempo la conversación es fluida. A veces nos enganchamos porque él no me entiende a mí o al revés. A veces se nota que se marca un farol, hace como que ha entendido y responde otra cosa. Pero Ángel asegura que la lectura labial, algo que fue aprendiendo, sin mucha ciencia, poco a poco, le cambió la vida. “También tuve mucha suerte con los profesores: me ayudaron y me lo pusieron fácil. No hay un tiempo concreto para aprender a leer los labios. Vas mejorando con el paso del tiempo. Lo he aprendido solo desde que me pusieron un audífono con siete años y tienes que aprender a escuchar con eso, acostumbrarte a los ruidos, las palabras… Y sigo aprendiendo, que cuesta mucho”.
Pero su mayor temor de niño no era la crueldad de los otros niños, ni las dificultades que se encontraba un chaval con problema auditivos. A Ángel lo que le horrorizaba eran los vampiros. Con el tiempo aprendió que la mejor forma de enfrentar los miedos es el conocimiento. Así que un año cogió y se fue a viajar por Rumanía. “Quería conocer mejor la antropología del mundo del vampirismo”.
Este experto en lo misterioso asegura que todos los que se han dedicado a lo mismo acaban pasando, antes o después, por los fenómenos paranormales. “Yo he visitado por algunos sitios muy famosos que estaban supuestamente encantados, como el Hotel Corona de Aragón, en Zaragoza, donde se produjo un incendio”. Allí se dice que hay una habitación, la 510, que está embrujada. El 12 de julio de 1979 se produjo un incendio a partir de una churrera y el desastre se saldó con 83 muertos y 113 heridos.”También estuvimos en una casa en Requena, en el preventorio, donde fuimos pioneros en una investigación. Nosotros desafiamos todo y pasamos allí cinco días y cuatro noches para ver que había de verdad. Pero he de decir algo: llevo más de 40 años intentando cazar un fenómeno paranormal y aún no he tenido suerte… No es nada fácil”.

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Al final se cansó de los fenómenos paranormales y se enfocó hacia la antropología y la historia. “Y me di cuenta de que la historia tiene muchos misterios sin resolver. Y València, en concreto, tiene mucho por descubrir en cuanto a personajes y sucesos”.
La gente sigue a lo suyo en la plaza. Revolotean las palomas en busca de comida, los restos que dejan los turistas descuidados. Algunos sacan el móvil y fotografían las torres y su rostro picado por la metralla. Hace una tarde apacible y los vecinos pasean a los perros mientras miran su teléfono. Ángel cambia la voz y comienza a relatar una historia de misterio, la de un religioso llamado fray Francisco Montañana. Su investigación le llevó a tener que descargarse unos cuantos archivos de la Inquisición. “Esa historia me demostró que València es una ciudad que albergaba muchísimas historias en cuanto a magia, mística, alquimia… Ese religioso era un antiguo presbítero de la iglesia de los Santos Juanes y lo habían detenido por intentar invocar al diablo. Pero detrás de esa invocación hubo una gran trama: este religioso sacrificaba gatos para hacer determinados ritos y robó el libro de ‘Las Clavículas de Salomón’ a la Inquisición para invocar al diablo. Aunque no lo consiguió. El hombre, en realidad, estaba buscando los tesoros que habían escondido los judíos, los moriscos, tras su expulsión. Los escondieron porque pensaban volver y encontrarlos. Este religioso lo intentó a través de muchos rituales”.
Ángel insiste en que en València había mucho interés por la magia, la brujería, la alquimia, la astrología… Entonces aprovecha para meter la mano en el maletín que parece haberle robado al cobrador del frac y extrae un ejemplar titulado ‘Recónditos enigmas a la luna de Valencia’ (2017). “Son historias de València y su provincia. Como la de sor Inés, de quien se decía que el día que tomó los hábitos la tierra había temblado porque el diablo se había enfadado. Pero justo ese día -siglo XVII- se produjo un terremoto en Xàtiva que se sintió en Benigànim. Y esa es toda la explicación”.
Otro personaje al que le siguió la pista fue a Viekoslav Luburic, un nazi que se refugió en Carcaixent. “Fue uno de los más sanguinarios que trabajaba en el equivalente a las SS en Croacia. Luego se vino aquí y se escondió. Su muerte está envuelta en un aura de misterio porque no se sabe si fue un encargo del mariscal Tito o un encargo del propio gobierno o un ajuste de cuentas. Se le encontró muerto en Carcaixent, donde todavía está su tumba. Era un maltratador y muy violento. Al final se refugió en Carcaixent y montó una imprenta donde hacía unos panfletos que mandaba al extranjero. Pero parece ser que su propio compañero lo mató y metió el cadáver debajo de la cama. Pero nadie sabe quién es esa persona y nadie la pudo localizar”.
Aunque su gran obsesión es Venecia. Ángel viaja a la Serenísima dos o tres veces al año. Ahora ya es todo un experto sobre una ciudad que, cuenta, está cubierta por un manto de muerte. “Sobre todo por la peste, pero cuando estudias su pasado descubres que, más allá del tópico de la ciudad del amor, Venecia era una ciudad muy peligrosa, especialmente por la noche. “Por eso había unos vigilantes nocturnos. También había mucha prostitución y cada burdel tenía a su propia bruja para asustar a aquellos que pudieran maltratar a las prostitutas”.
También conoce los secretos de València y de 2016 a 2019 se dedicó a hacer unas rutas misteriosas que empezaban en la plaza de los Santos Juanes, donde contaba que la Iglesia había ocultado las tradiciones paganas. Luego llevaba a los curiosos hasta la Lonja, donde hablaba del simbolismo y del bestialismo que está representado en su fachada. Y también buscaban los lugares donde fueron ahorcados algunos ciudadanos. Ese era el momento de visitar también la callecita donde vivía Pascual Ten, el último verdugo, que habitaba una casa de la calle Angosta de la Compañía que hoy tiene su puerta tapiada. “Él llevó a cabo la última ejecución en España y tuvo que desplazarse a Murcia para ejecutar a una mujer que era conocida como ‘La perla murciana’ (Josefa Gómez Pardo) porque había envenenado a ciertas personas. La ejecución se produjo garrote vil el 29 de octubre de 1896. Pascual Ten fue el último verdugo público”.

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Ángel cuenta que la figura del verdugo estaba rodeada de un aura de misterio. “Era una profesión repudiada. El verdugo era el último en entrar a la iglesia y en las tabernas tenían que ocupar siempre la mesa más arrinconada. Ese hombre tenía la orden de descuartizar el cadáver después de las ejecuciones. Esas partes las colgaban en las cruces cubiertas de acceso a València como aviso disuasorio a los que llegaban a la ciudad. Pero cuando no recibía una orden de las autoridades, se llevaba los cuerpos a Tavernes Blanques, junto al barranco del Carraixet, donde estaba el cementerio de los ajusticiados”.
Los verdugos, cuenta, descuartizaban los cadáveres: le cortaban los dedos al cuerpo, le arrancaban los ojos y las uñas… “Y luego vendían todo eso en el mercado negro porque las partes de un ejecutado decían que traían buena suerte. Y eso funcionaba muy bien en la València nocturna y más tenebrosa. La gente lo compraba para protegerse. Y cuando se decapitaba a alguien, a la gente le gustaba ponerse cerca para que les salpicara la sangre porque también traía buena suerte. Las gitanas cogían después la cuerda de la horca porque también era muy apreciada. La cortaban en trocitos y la vendían como un talismán”.
Angel tiene mil historia que contar sobre aquella València antigua. Entonces abre su libro, busca una foto de un cuadro de Julio Romero de Torres llamado ‘Gitana de la naranja’ (1925) y explica que la gente simplemente ve a una mujer con esa fruta, pero que hay mucho más detrás de ese retrato. “ Parece ser que en València se hacía un ritual con la naranja para atraer también la buena suerte”.