València

El Callejero

El Algarrobo, el hombre que anuncia cuándo comienza la mascletà

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Dice Ferran Torrent que si abre una novela y lo primero que lee es la descripción de un día de lluvia, cierra el libro y pasa al siguiente. Así que no llueve este lunes, ni sopla un viento molesto que se cuela por el cuello de la chaqueta, ni brilla como una bandeja el suelo mojado en la explanada de la plaza del Ayuntamiento. Juan tampoco empuña un paraguas pequeño que parece diminuto al lado de esos otros que levanta la gente y que son más grandes que la plaza de toros. Solo ellos pueden circular por las aceras estrechas. Pero sí llueve, y el pirotécnico padece mientras cuelga las ristras de petardos rojos porque es un día complicado para Pirotecnia Alto Palancia, de Altura, encargada de la tercera mascletà de marzo.

 

Juan Picazo camina por la plaza como un general. Tiene aparcado su coche frente al recinto vallado de la mascletà, igual que Bernie Ecclestone era el único que tenía su cochazo aparcado en el circuito urbano de València -Valencia Street Circuit lo llamaron-, en los tiempos de la Fórmula 1, cuando nos hacían creer que nunca llovía y que siempre brillaba el sol. Juan sale de su furgoneta, camina hasta el Ayuntamiento y al abrir una puerta lateral, dos parejas de policías empiezan a saludarle y a gastarle bromas. Él no hace mucho caso, sigue avanzando, coge dos silla de plástico sin pedir permiso a nadie, y las coloca una al lado de la otra para sentarse y empezar a contar por qué todo el mundo le conoce como El Algarrobo.

 

El mote viene de cuando entró en una empresa y se puso a cargar pesadas baterías en un camión. Se ve que iba tan ligero con la carga que un compañero exclamó: “Mira, parece el Algarrobo (un personaje que hacía de forzudo en la serie ‘Curro Jiménez’, que se hizo muy célebre en los años 70)”. Luego lo pasaron a cerrajería y, finalmente con las vallas. “Entré en 1997 y desde el año 2000 ya empecé con el vallado de la mascletà. Desde entonces, desde que lo dejó Vicente Gimeno, he sido el encargado del perímetro de seguridad en todos los actos del Ayuntamiento: desde la mascletà hasta la ofrenda de la Virgen. Vicente me lo enseñó todo. Si había que hacer algo, el Algarrobo era el primero. Hace cinco años, en 2020, me prejubilé y ahora en mi puesto hay dos personas”.

 

Se dejó el trabajo, pero siguió como el ‘sheriff’ de la mascletà. Así que ahora ya no tiene que madrugar para llegar a la plaza del Ayuntamiento a las siete de la mañana. “Venía y cambiaba los carteles, revisaba todo el perímetro, ponía las bridas… El que mandaba era yo”. Ahora llega a las diez y se va a almorzar con los compañeros. Luego, la fuerza de la costumbre, le da la vuelta a la plaza y si ve algún fallo, se lo comunica a su hijo o a su yerno. “Aquí conozco a todos los policías y a los que están aquí desde primera hora para coger sitio. Si les decía que se tenían que poner más atrás, obedecían, y al acabar, cogían la valla y ellos mismos la dejaban en el sitio”.

 

“El Algarrobo es una institución”

 

Cuando se acerca marzo, Juan ya empieza a sentir “el mono de la pólvora”. Y a partir del 1 de marzo, no falla ni un día hasta que arden las fallas. Hace cinco años le operaron del corazón y cuenta que le pusieron tres ‘by pass’. El pasado le quitaron la vesícula. “Pero este me encuentro mejor y no me voy a saltar nada, ni los castillos ni nada”. Luego, cuando acaba el follón, coge el coche y se vuelve a Paterna, donde vive desde hace años. Durante un lustro fue el presidente de la Falla L’Amistat, allí en el pueblo. Hace cuatro se quedó viudo y como sus dos hijos ya volaron del nido, pues vive solo. Una hija está de policía local en Chiva y el otro, Juan, es quien tiene que sucederle en la plaza.

 

  • Juan Picazo, 'El Algarrobo'

Cuando queda media hora, Juan Picazo ya está por allí hablando con los Bomberos, Policía Local y Protección Civil. “Es una institución en la mascletà”, dice uno de los que mandan. A las 13:50 horas, se coloca el casco verde por detrás de la espalda y, nervioso, empieza a consultar la hora en un Casio dorado. El año pasado tenía uno negro, pero se le estropeó y lo cambió por este. La hora es importante. El casco es verde, como ha contado, y en la nuca lleva el nombre del Algarrobo, igual que en la parte trasera de la chaqueta que lleva puesta, y encima, el nombre de sus tres nietas: Edurne, Claudia y Lara.

 

El Algarrobo escucha atentamente las indicaciones de los agentes del orden, que van de amarillo fosforescente. Después espera, entre tenso y paciente, a que pase el tiempo junto a los pilones que hay en el centro de la plaza, entre el ‘corralito’ de la mascletà y la fachada del Ayuntamiento. Allí se queda plantado como si fuera de la guardia real de Carlos III. No mueve ni un músculo. El pirotécnico dispara un aviso, pero por culpa de la lluvia sale desviado y todo el mundo escapa corriendo porque la carcasa cae en la zona donde están los policías.

 

A las 13:54, Juan ya no deja de mirar su reloj. A las dos en punto, se cala el casco en la cabeza mirando al balcón del Ayuntamiento, y, al instante, se escucha a la Fallera Mayor dar la orden: “Senyor pirotecnic, pot començar la mascletà”. Juan le da la espalda a la corte de honor y se queda contemplando los fuegos. Es un día complicado. La lluvia ha arruinado la mascletà, que se corta y obliga varias veces al responsable a encender de nuevo la mecha. Algunos ‘masclets’ salen desviados y la policía obliga a todo el que anda por allí -compañeros, bomberos, personal de Protección Civil, fotógrafos…- a salir disparado de esa zona.

 

Todo el mundo corre a refugiarse bajo el balcón, pero Juan no. Juan es un algarrobo plantado en mitad de la plaza. No se mueve de su sitio. Se queda allí anclado, sin más protección que el casco verde, desafiando a la pólvora que a veces acaba explotando a sus pies. El humo se convierte en una niebla espesa que apenas permite verle. Su figura se recorta a duras penas entre la nube que ha cubierto toda esa zona de la plaza. Huele a pólvora en esta tarde húmeda, inicio de otra Dana que obligará a suspender las siguientes ‘mascletaes’.

 

Ni el peligro puede con él

 

El Algarrobo es un tótem que se mantiene firme en medio de las explosiones y la confusión. Es una mascletà peligrosa y los periodistas, que antes apuraban hasta el borde de la valla haciéndose los valientes, ahora reculan temerosos hasta dar con el culo contra la fachada de la casa consistorial. Juan resiste hasta que explota el último petardo. No se ha movido del sitio y ahora, con el público gritando excitado y aplaudiendo, emerge entre la niebla de pólvora, mientras coge el casco con una mano y lo eleva, apuntando hacia el balcón. Con la otra mano arrastra al pirotécnico, que abraza primero a un conocido y luego se deja llevar por el Algarrobo hasta una puerta lateral. Allí desaparecen y la gente no tarda en volver a recuperar el espacio perdido durante la mascletà.

 

  • Foto: KIKE TABERNER

Juan ha contado antes que ya no sube al balcón. “En tiempos de Rita Barberá, que en paz descanse, subía. Pero en una de esas se coló un espontáneo que iba vestido igual que los pirotécnicos, llegó hasta arriba y le dijo de todo a la alcaldesa. A raíz de entonces alguien de Junta Central Fallera (JCF) me dijo que no pasara para adentro porque yo no tenía por qué cargar con la culpa de nada. Así que ahora los llevo hasta la puerta, me abre la policía, les digo cuántos van y ya los acompaña alguien del JCF”.

 

A María José Catalá no la conoce. Él añora a Rita Barberá. “Se sabía mi apodo y hasta mi nombre. Y el último día, después de la ‘cremà’, nos hacíamos una foto juntos. Me dio mucha rabia cuando murió porque yo creo que la mataron. Murió por culpa de la política”. El Algarrobo dice que no le va ningún partido, pero acaba la frase y asegura que le tira más el PP. “El PSOE siempre jode España”, suelta este manchego que nació en Ciudad Real, donde su padre trabajaba de albañil. Juan estuvo dos años empleado como camarero en Palma de Mallorca y luego se fue a vivir a Torrent, donde se había mudado su familia. Por aquel entonces se dedicaba a hacer chapuzas donde le llamaban y en una de esas, en Paterna, conoció a su mujer.

 

La primera vez que se vieron ella le pidió un cigarrillo y él le dijo que solo se lo daba a cambio de un beso. Escuchó un no rotundo. Luego volvió a por fuego, y lo mismo. Que si un beso y que no. “Pero luego nos volvimos a ver y, poco a poco, empezamos a salir”. Eso ya es historia. Ha llovido mucho desde entonces. Ha habido tiempo para que Juan Picazo se convirtiera en una institución. Muchos han reconocido su labor a lo largo del tiempo: el Ayuntamiento de Valencia, la Policía Local, la Cordà de Paterna, que le concedió el ‘Coet d’Or’, su máxima distinción… Aunque lo que le da la felicidad es el fuego y la pólvora, la fragancia que adoran los falleros. El Algarrobo no sabe cuánto tiempo va a seguir así. Tampoco lo quiere pensar. “Yo, mientras me encuentre bien, voy a seguir viniendo a la mascletà”.

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