València

Juanjo se convierte en Jesús el Nazareno una vez al año

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VALÈNCIA. Juanjo Salazar y Jesús el Nazareno se llevan 12 años. Así que el vecino del barrio de Canyamelar se tiene que poner una peluca y tirar con la barba encanecida para salir en el Via Crucis. El gesto adusto del rostro, eso sí, le ayuda a meterse en el papel. Él nunca quiso ser el hijo de José y María, pero llegó un día que se jubiló su antecesor en la Real Hermandad de la Santa Faz y el presidente, también su padre, le dijo que ahora le tocaba a él. Y ahí está. Con una túnica que parece de tela de saco, unas sandalias, la peluca bajo una corona de espinas hecha con el tallo de unas rosas y la cruz a cuestas.

Todos los Viernes Santo, desde entonces, repite el camino desde la sede de la hermandad hasta la plaza del Rosario, donde está su parroquia, y desde allí, en procesión, avanzan delante de la imagen de Mariano Benlliure y los músicos de la banda El Ejemplo hasta la plaza de la Creu de Canyamelar, donde representa la escena en la que Jesús se cae al suelo con la cruz a su espalda y la Verónica le ayuda secándole la faz con la sabana blanca. Son solo unos segundos, pero la banda baja los instrumentos y el público, conteniendo la emoción, contempla la escena bíblica en respetuoso silencio.

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Juanjo tiene 45 años y heredó la tradición de la Semana Santa Marinera de su padre, Kike Salazar. El hombre lleva con mucha dignidad que ahora tenga que ir en una silla de ruedas porque hace solo dos semanas, durante un viaje con Mersín, su mujer, a Huelva, le dio un ictus. La parte izquierda del cuerpo la tiene paralizada, pero Kike sonríe vestido con un forro polar morado con el escudo de la hermandad, la misma que preside desde hace lustros. Una sociedad que este año celebra su centenario en la calle José Benlliure, la calle más devota de València. Solo en ese tramo, entre Casa Montana, en una esquina de la manzana, y El Ultramarinos, en la otra esquina, hay tres hermandades, y el Viernes Santo, a las nueve de la mañana, coinciden en ese pedacito de la calle. Salen en intervalos de dos minutos después de que cada banda haya tocado el himno de España con tambores y cornetas.

Los Salazar son familiares de los dueños de La Pepica y durante muchos años trabajaron en este famoso restaurante de la playa. Luego abrieron sus propios negocios de hostelería. Hasta que el desgaste fue tal que tiraron por otro camino. “Ahora me dedico al mundo de la climatización. Es otra historia”. Ahí también echa muchas horas, pero en Semana Santa levanta el pie el Miércoles Santo, que es el día grande de la Santa Faz, para centrarse en lo religioso. El Jueves Santo, después de la procesión, Juanjo cenó de sobaquillo en la sede de la hermandad. A las doce se fue a dormir y a la mañana siguiente, a las nueve, ya estaba vestido de Jesús.

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Un asunto de familia

Juanjo siguió el camino de su padre, que es el presidente desde hace 29 años. Desde que su hijo hace de Jesús, ese día es más especial y todos se emocionan y hasta hay días que lloran de puro sentimiento. “Esto lo llevamos muy dentro”, dice. No es cualquier cosa procesionar por el barrio con una cruz de más de tres metros de largo apoyada en un hombro, arrastrando la base por un suelo lleno de adoquines que hace que, en cada junta, el madero rebote en su hombro.

El Via Crucis atrae a muchos devotos y otros tantos curiosos que sacan el móvil para grabar un vídeo o hacer una foto. En la plaza es llamativo porque se reúnen todas las hermandades de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario y durante unos minutos, antes de empezar el recorrido, Juanjo se cruza con otros que también van caracterizados de Jesús. Varios nazarenos que toman café, fuman cigarrillos de puro nerviosismo y se hacen fotos con los turistas.

El primer año pasó un poco de vergüenza. No es cualquier cosa ir vestido de Jesús por la calle. Todo el mundo le mira, le graba, le hace preguntas. Y él, serio pero amable, atiende a todos con paciencia. Ahora ya lo tiene asumido y se mete en el papel con facilidad mientras sus hermanos de la Santa Faz caminan con el hábito morado y la cabeza cubierta por un capirote blanco. Cuando llegan a la plaza de la Cruz, aparcan El Paso de la Verónica en un lateral y los cuatro chavales que van dentro, salen por debajo de las faldas del trono. Van con pantalones negros de chándal y uno de ellos lleva un rosario plateado colgando del cuello.

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Así es como visten los jóvenes, aquellos que heredaran la tradición de la Semana Santa Marinera antes de lo que piensan. Así ha sido durante cien años. Su hermandad fue fundada el 6 de mayo de 1924 y celebran ahora el centenario porque no fue hasta el año siguiente, el 8 de abril de 1925, cuando marineros y pescadores salieron en procesión por primera vez. La Santa Faz aportó el primer grupo escultórico que procesionó en la Semana Santa Marinera, una obra de imaginería del escultor local Manuel Silvestre, un trono-anda bendecido el Domingo de Ramos de 1928, el mismo año que Alfonso XIII les concedió el título de ‘Real’. La imagen fue destruida durante la Guerra Civil y la hermandad le encargó una nueva, el Paso de la Verónica, a Mariano Benlliure. El artista lo representó con dos figuras talladas en madera a tamaño real. El encargo tuvo un precio de 30.000 pesetas gracias a que el escultor regaló su arte y solo cobró el coste de los materiales. Su obra fue bendecida el 2 de abril de 1944.

Un barrio irreconocible

Kike Salazar , el padre, nació y creció en la calle José Benlliure, y cuando era niño y llegaban las procesiones, bajaba con un bocadillo y una sillita, y no se marchaba hasta que pasaba el último cofrade. “Mi mejor amigo, Julio, pertenecía a una hermandad y cuando yo le comenté que quería apuntarme, me dijo que me esperara, que no estaba a gusto y quería cambiarse a otra. En la falla de esta calle, el dueño de Mármoles Sinisterra, que hacía lápidas, nos enseñó el local, que estaba en otro sitio. Allí tenían la imagen. Nos encantó y Sinisterra nos dio la dirección del sastre para que nos hiciéramos el traje y nos apuntáramos. Teníamos 21 años y yo quería volver a a vivir aquella experiencia que veía aquel niño que se sentaba en una sillita en la calle. Entonces los veía pasar y quería meterme en este mundo. Y vaya si me metí, pero de cabeza”, recuerda el hoy presidente de la hermandad.

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El barrio ha cambiado mucho desde entonces. Los marineros han sido sustituidos por turistas con gafas de sol que arrastran maletas con ruedas. Los pisos turísticos y los restaurantes para ‘foodies’ están tomando el Cabanyal y Canyamelar. Kike hace memoria y recuerda la corsetería de enfrente, Casa Montaña, Casa Nadalo, que vendía garrafas de agua, una paquetería, Casa Mompó, y en la esquina, una tienda con material de electricidad. Los domingos iba la gente de València a probar las famosas anchoas de Casa Guillermo. O a por los merengues de café y los exquisitos palos catalanes de crema de la pastelería Guinart. Ya no queda nada de eso. Ahora la gente está pintando las fachadas para sacarle los cuartos a los viajeros por un par de pernoctaciones.

La devoción de los Salazar se limita a la hermandad. No llega a la gastronomía. De sus cocinas rara vez sale alguno de los platos tradicionales de estas fechas en el barrio: la titaina, los escabeches, las albóndigas de bacalao, los pepitos… Los abuelos, Kike y Mensín, Juanjo y su mujer, y ahora sus dos hijas, están todos en la Santa Faz. El Viernes Santo tampoco fallan mientras las chicas y el chico del rosario empujan el anda que transporta las dos figuras de Benlliure rodeadas por cuatro faroles y flores frescas que huelen de lejos. Los vecinos se asoman por las ventanas. De los balcones cuelgan rostros de Cristos y Vírgenes. La música de las bandas suena ceremoniosa por todas partes en una mañana de sol, alegría y solemnidad. Los bares abiertos están llenos de paseantes hambrientos y camareros hartos de tanto trabajar. Algunas gaviotas cruzan Canyamelar en vuelo rasante. Hay fotógrafos por todas partes. Muchos retratan a Juanjo, contenido pero feliz el día del año que se convierte en Jesús. Su gran día.

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