València

EL CALLEJERO

Juanra, el peluquero que inspiró a Juan Roig en la Dana

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Hace un mes, Juanra Boscana vio entrar a Juan Roig por la puerta de su modesta peluquería en Picanya y, todo lo grande que es, se sintió diminuto. El conocido empresario venía con tres o cuatro acompañantes porque quería conocer y saludar a este hombre de 43 años que, según le aseguró, se había convertido en su inspiración para poner en marcha Alcem-se, el programa de ayudas ideado por el presidente de Mercadona para reactivar cuanto antes el tejido económico de las zonas afectadas por la Dana. “Juan Roig no paraba de darme las gracias y yo le decía que yo no era nadie. Que él era un gran empresario y yo, un simple peluquero de pueblo. Pero él insistía en que la gente como yo era la que había levantado esto”.

La historia comienza unos días después de la Dana. Juanra lo había perdido todo. Su negocio estaba en una planta baja al lado del barranco del Poyo y su casa, lo mismo pero al otro lado de ese tsunami que bajó desde las tierras altas con una violencia nunca vista. Su coche se lo llevó la corriente. Un día, un voluntario de Castilla y León le preguntó a Juanra si conocía a alguien que pudiera cortarle el pelo, que lo llevaba muy largo. El peluquero le contó que llevaba 30 años en la profesión y que, si se fiaba, se lo cortaba él mismo. El profesional sacó una silla de su casa, la puso en mitad de la calle Vistabella y comenzó a darle a las tijeras allí mismo.

Una persona que, al parecer, conoce a Juanra Boscana y a Juan Roig, le pidió permiso para hacerle una foto y se la mandó al empresario. El retrato le llegó al mecenas y, conmovido, creyó ver ahí a una persona que había perdido su negocio pero que había decidido seguir trabajando donde fuese. Un emprendedor. Roig entendió que mucha gente lo único que necesitaba para volver a ponerse en marcha, para ‘alçar-se’, era un espaldarazo económico. Y entonces dio ese paso determinante para enderezarlo todo.

  • Imagen que inspiró a Juan Roig. -

El pasado verano, cuando Juan Roig encontró unos días de calma, cogió a sus nietos, los sentó a su alrededor y les enseñó la foto de Juanra cortando el pelo en la calle en mitad del caos y el horror. El hombre les habló a los niños de que no todos tienen la suerte de nacer en una familia con dinero y que muchos otros tienen que hacer cualquier cosa para sobrevivir. El empresario, enternecido como todos los valencianos por el dolor de todos esos últimos meses tan crudos, les habló a sus nietos de la importancia de levantarse, de ‘alçar-se’, y seguir adelante.

Añoranza por la infancia

Juanra cuenta orgulloso su historia mientras le recorta la barba a un cliente. La peluquería es pequeña, pero tiene el peso de tres generaciones. Frente a los clientes, encima del espejo, a la derecha, hay una fotografía de su abuelo, Juan Boscana, cortando el pelo en su salón hace 78 años. “La casualidad es que en la foto sale el abuelo de Paco Raga, que es amigo de Juan Roig”. El abuelo también es el protagonista de un gran retrato, también en blanco y negro, que hay al lado, entre la foto de la antigua barbería y el de la hija de Juanra haciendo una palomita con la camiseta de portera del Levante.

Juanra explica que su foto no fue la única que emocionó a Juan Roig, que también le removió otra del llamado puente de la solidaridad lleno de los voluntarios que cruzaban en masa para ayudar a los que tenían sus casas y sus negocios llenos de cañas y barro. El cliente escucha las historias sin decir ni mu. Al lado hay encendida una pequeña televisión donde siguen dándole vueltas a la muerte de Isak Andic y la pared del fondo es una especie de museo de los recuerdos de Juanra. Metidos en cajas, hay varios funkos, esos muñequitos cabezones, con los personajes de ‘Stranger Things’, la serie que enamoró al peluquero. “Al final no deja de ser la historia de unos chavales que van por ahí en bici, como Los Goonies, que era lo que yo hacía aquí, en Picanya, cuando era un niño, ir en bici y hacer trastadas. Yo siempre he sido muy nostálgico y me gusta tener recuerdos de mi infancia y mi adolescencia”.

  • Foto: KIKE TABERNER

A Juanra le gusta lo de su juventud y con la ayuda de Juan Roig tiene pendiente reformar su peluquería, lavarle la cara y, ya puestos, darle un toque ochentero con recuerdos y hasta una máquina de recreativos. No solo añora lo fantástico, las películas de ‘Regreso al futuro’ y ‘Los Gremlins’, también el respeto por la gente mayor y muchas cosas más que, dice, se ha perdido. Valores que él aprendió de su padre y de su abuelo, el hombre que le cortaba el pelo a Juan Negrín. “Él era de Mallorca y mi abuela, de Alberic. Mi abuelo vino a Picanya como refugiado, le abrieron una casa y ya se quedó aquí. Cuando llegó abrió la única peluquería para caballeros de toda Picanya, y, además, era representante de Philips. La radio que tengo ahí expuesta se la vendió a un hombre del pueblo que, años después, me la quiso dar”. La primera tele de Picanya fue la de los Boscana. El abuelo la ponía en la peluquería y los vecinos se acercaban los días que había fútbol o toros.

Salvó a sus tíos

Juanra recuerda también la historia de JR, un perro muy listo que tenía su abuelo en la peluquería. Cuando abría por la mañana, desaparecía, pero regresaba justo a la hora de comer. Después volvía a irse y no volvía hasta poco antes de bajar la persiana para dormir a resguardo. Después del abuelo, llegó el turno de su padre, otro Juan Boscana. Hace cuatro años, cuando cumplió los 65, se jubiló. A su hijo le puso el nombre de los dos abuelos, Juan y Ramón. Y este, al ver que él era Juanra y su mujer Juanita, decidió cortar con la tradición y ponerle otro nombre.

Otro cliente ha entrado y se ha sentado en la silla de barbero. Juanra le pasa la maquinilla por toda la cabeza pero deja a salvo la trencita que se dejó el cliente para cumplir la promesa que hizo hace dos años, cuando la Argentina de Leo Messi ganó la Copa del Mundo.

  • Foto: KIKE TABERNER

La peluquería luego se queda vacía y entonces, ya en la intimidad, Juanra cuenta cómo fue su 29 de octubre de 2024 y lo que pasó después de que su último cliente se marchara a las 17:30 horas. “A las seis estaba con un policía de aquí echándonos unas risas. Me dijo que no iba a pasar nada, pero se fue y poco después el agua ya se había llevado el primer puente. Cuando vino la primera ola, a las seis y pico o las siete, pasé por una casa que hay al lado del barranco, que ahora está a medio derruir, que es donde vivían mis tíos. Llegué cuando estaban poniendo una madera para que no entrara el agua. Yo cogí, arranqué la madera y me los llevé a los dos. Aún hoy me dan las gracias por lo que hice. Luego vine a la peluquería, donde tenía a dos perros, dos American bully -dos animales que se usaban como perros de pelea y que pueden llegar a pesar 50 kilos-, cogí uno con cada brazo porque el agua ya estaba dentro, salí, bajé la persiana y el agua ya venía con mucha fuerza”.

Juanra avanzó como pudo hasta alcanzar una calle de detrás donde viven sus padres en un tercer piso, donde se reunieron los tres con sus tíos -en realidad, unos amigos íntimos de sus padres-, su hermano y los perros. Al otro lado del barranco, su mujer estaba en casa con sus dos hijos. Los tres tuvieron que subirse a la parte de arriba, a casa de un vecino, porque su hogar, en la planta baja, ya estaba arrasado por el agua. “Fue un desastre. De cinco puentes, se cayeron cuatro”. Juanra estuvo muchas horas sin saber nada de su mujer y sus hijos.

Ayudó a mucha gente

En cuanto bajó el nivel del agua, Juanra y su padre acudieron a ver cómo estaba la peluquería. Tuvieron que hacer un gran esfuerzo para abrir la puerta y vencer la presión del agua que había dentro. “Cuando salió todo el agua, vimos lo que había dentro y dijimos: vámonos a casa y mañana, más”. Hasta la mañana siguiente no se dio cuenta de la dimensión de la tragedia. Ya intuía que era algo excepcional al escuchar el rugido del agua. Pero hasta que salió el sol no pudo, como todos, darse cuenta de lo que había pasado esa noche. Tardó dos días en poder cruzar al otro lado del barranco para reencontrarse con los suyos. Fueron horas difíciles. “Fui por el único puente que quedaba en pie mientras la gente arrasaba los supermercados”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Juanra, un tipo duro y hasta un punto rudo, se empieza a ablandar con los recuerdos de esos días tan impactantes. Le tiembla la voz cuando cuenta que pasó por la casa de los tíos a los que había sacado de allí y vio que había quedado arrasada. O las fotos que le mandaba su mujer cuando había algo de cobertura. La imagen de su casa llena de lodo. O su coche, varias calles más abajo, sepultado por otros dos o tres coches más.

Su padre vivió un momento de apuro antes de salir airoso y volver a casa. Juanra cuenta que aún se despierta muchas noches agitado porque está reviviendo la experiencia. Y explica entonces, orgulloso, que su padre es una institución en Picanya, que es el fundador de la Penya El Coet y que la peluquería se sigue llamando Ca Joan por él. Un negocio que reabrió antes de Navidad. Unas fechas tristes. Aquellos fueron los días del bajón. “Mi cabeza estaba en otro lado. Yo estaba muy bien en mi casa, ayudando a los demás. Monté allí un punto de encuentro donde los camiones dejaban las ayudas que traían. La gente me decía que yo estaba para que me ayudaran y que, en cambio, estaba ayudando a todo el mundo. Pero es que yo sabía que cuando parara me iba a pegar la hostia. Yo tenía a forestales de Castilla y León, comían todos los días allí porque mi mujer consiguió que un restaurante nos enviara todos los días 40 raciones de comida. Los forestales venían todos los días a las 8, golpeaban la puerta y a mi mujer le decían: ‘Gitana, venga, sal ya’. Y entonces salía ella con dos o tres cafeteras para todos, bollitos y de todo. La gente acudía allí a pedir ayuda y yo, dentro de lo malo, disfruté mucho pudiendo ayudar a todo el mundo”.

Pero el tiempo pasó, las calles se despejaron y las plantas bajas quedaron más o menos limpias. Entonces se fueron los voluntarios y los periodistas y los curiosos. Solo quedaron los vecinos de Picanya. Con sus miserias, sus miedos, sus traumas. Entonces vino todo lo demás. “Mi cuerpo se vino abajo y no podía parar de llorar. Lo he pasado mal, bastante mal. Pero ya está. Mi casa está por reformar y el coche nuevo creo que me lo dan mañana”. Su casa está llena de restos, muebles que les han ido cediendo los amigos, ayudas para salir adelante en momentos duros. Porque cuando se quedaron solos vino el bajón. “Están tus hijos y tienes que cambiar la cara. El otro día volvió a sonar la alarma y mi mujer se puso a llorar. Tenía miedo. A mí también me afectó mucho, pero tuve que mantener el tipo por mis hijos”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Todo eso ya pasó y Juanra ha retomado su rutina diaria. Aunque su oficio escondía una trampa. “Aquí, en la peluquería, muchas veces te toca hacer de psicólogo porque la gente llega y te cuenta sus problemas. La historia es que después de la Dana me tuve que comer muchos dramas después de haber sufrido el mío. Y eso fue realmente duro porque todos los clientes tenían uno que contar. Pero, bueno, lo pasamos también”. Luego vino el descubrimiento de que había inspirado a Juan Roig. “Un hombre que conozco trabaja para doña Hortensia Herrero y les hizo llegar la foto. Y por eso vino Juan Roig a verme. Entonces descubrí a una buena persona y a un hombre muy campechano y muy cercano. Me puse a llorar porque un gran hombre como él, que ha ayudado a mucha gente, no paraba de darme las gracias”.

Juanra coge el frasco que tenía su abuelo con los caramelos que le daba a los niños y saca tres caramelos del Conde Drácula, otro guiño ochentero. Un dulce después de un mal trago.

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