València

EL CALLEJERO

Los Chirivella viven en un belén

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El escaparate es un delicia. De los que ya no quedan en un centro de València barrido por la vulgaridad. Ahí, tras el cristal, en un rincón chiquitito, se apiñan las figuritas del belén y las vírgenes. No hay asomo de empanadas argentinas, cafés hecho con sangre de unicornio, de ahí su precio, ni hamburguesas gourmet. Tras la puerta, se ve que dentro hay cierto ajetreo. Llama la atención una mujer mayor que está de pie todo el rato junto a una mesa, donde apoya algo parecido a una libreta, con la que parece controlarlo todo. Esa mujer, Pilar Ferrero, es la tercera generación de Belenes Chirivella, la madre de Álvaro Chirivella, la cuarta, que ahora está al mando del negocio. Es Navidad y ahora mismo están en temporada alta.

“La tienda se funda en 1880 por mi bisabuela”, recita de carrerilla Álvaro como si cada Navidad le contara lo mismo a un periodista diferente que acude a su tienda de belenes en busca de una historia navideña. Pero luego no se acuerda del nombre de la bisabuela que fundó el negocio y tiene que ser su madre quien reivindique a Vicenta Pascual, la mujer que montó una librería de obras religiosas que también tenía artículos religiosos en 1880. Su marido era Álvaro Chirivella y con ellos empieza la línea de sucesión que llega hasta 2025 con su bisnieto.

La tienda estaba en el número 14 de la calle Zaragoza, que hoy ya no existe. “Es lo que hoy es la plaza de la Reina porque la calle se derribó después de la guerra. Luego estuvimos en la calle Corretgeria, 18. Hasta 1991, cuando yo tomo las riendas, cierro esa tienda y nos trasladamos a Convento San Francisco, aquí detrás. Y en 2000 ya nos vinimos aquí, a la calle Escolano, 20”.

  • Foto: KIKE TABERNER

A espaldas de Álvaro, en un estante elevado, hay una imagen del Sagrado Corazón de Jesús que parece protegerles desde allí arriba. A su alrededor, en diferentes vitrinas, a la vista de la clientela, un ejército de figuritas, tanto de barro como de resina, que la gente va comprando desde hace semanas para completar el belén. La imagen de Jesucristo acompaña el negocio desde el primer día y apunta su madre que el día de la inauguración fue bendecido. 

Álvaro cerró la librería en 1991 y se centró en las figuras religiosas. “Desde entonces subsistimos, porque subsistimos, por el mundo del belén”. La temporada empieza a partir del Pilar, el 12 de octubre, y la costumbre es montarlo en el puente de diciembre. Los que plantan belenes grandes, generalmente en iglesias o fallas, acuden antes a la tienda para comprar lo que necesitan o hacer algún encargo.

Artesanía y material de China

La tienda conserva una parte importante de artesanía, como se estilaba antiguamente, con firmas especializadas en figuras de pesebre como Montserrat Ribes o Di Napoli, pero también ha abierto las puertas a China, que ha abaratado este mercado con piezas hechas con resina.

  • Foto: KIKE TABERNER

Pilar escucha la historia de pie. Nunca se sienta. Los 89 años que ha vivido no pueden con ella, firme como un roble en el corazón del comercio. Ella podría estar en casa, pero le gusta pasar las horas en el negocio, sentirse viva, sentirse útil. “Esto lo creamos entre mi hijo y yo, mis hijas nos ayudan y la quinta generación, que son los nietos, en estas fechas nos agrupamos todos. Pilar duda ante la pregunta de si le gusta la Navidad, no porque no le tenga cariño a estas fechas sino porque los recuerdos tristes también se sientan a la mesa en Nochebuena. “Para el comercio es una época maravillosa. Luego todo va más despacio, aunque siempre hay un goteo tanto en internet como en la tienda”.

Es curioso que son días de mucho trabajo, pero tanto a la madre como al hijo se les ve sonrientes. Dos personas que disfrutan de un trabajo tan especial. Ellos venden tradición y momentos reunión de un belén simbólico que representa la unidad familiar. “La tienda es un punto de reunión”, dice Pilar. Álvaro se suma para añadir que ayuda mucho que están en el centro de la ciudad.

Pilar conoció a su marido con 15 años. “Íbamos en peña y entonces estaban los guateques. Fue una época muy bonita. Entonces la tienda la llevaban el padre de mi marido y sus hermanas. Yo iba como novia y ayudaba en Navidades. Siempre ha sido un negocio familiar. En ese momento no pensaba en si continuarían las generaciones posteriores, no te lo planteas”. Eran otros tiempos y ellos, expertos en belenes, han constatado que antes había más costumbre de poner el nacimiento en casa que ahora. “Las parroquias también han ido a menos, pero, a cambio, el mundo fallero ha ido a más y ha supuesto un impulso para el negocio”.

  • Foto: KIKE TABERNER

Ellos predican con el ejemplo. Pilar tiene un buen nacimiento en casa. El pesebre puro y duro. “Tengo una nacimiento muy bonito y de calidad”. Esta mujer de 89 años defiende que monten el belén creyentes y agnósticos, pero asegura que el que lo hace está recibiendo una lección de religión. “Porque cada escena del belén representa un pasaje de lo que fue”, explica Pilar, que lleva una rebeca, un pañuelo largo y que nunca se quita, un poco caídas, las gafas para ver de cerca. Del cuello le cuelgan más medallas que a Michael Phelps. La cruz del perdón, que era de su madre, una del Pilar que le trajo su hijo de Zaragoza, cinco figuras de niños que representan sus cinco nietos…

La incerteza del futuro

Madre e hijo coinciden en que lo único que no pude faltar en el belén es el niño Jesús. “Es imprescindible. Todo lo demás ya son adornos”. Muchas veces acude la familia entera a la tienda a comprar el belén. Abuelos, hijos y nieto. Eso provoca alguna incomodidad en un comercio amplio, con un gran sótano, pero muy estrecho. Aunque son solo unas pocas semanas. Después del día de Reyes baja la actividad. Álvaro aparece ahora con un libro editado por la asociación de belenistas de València en la que se ve un anuncio de su negocio publicado en la prensa en 1924.

Ninguno de los dos sabe la cantidad de figuritas que tienen en la tienda, pero sospechan que se cuentan por miles. Álvaro baja al sótano a mostrar lo que tienen allí y su madre dice que va a poner el seguro, que no es más que un clavo metido en el pestillo de la entrada. Por allí aparece también la hermana de Álvaro, Lucía, que insiste mucho en que ella solo va a ayudar, que no forma parte del negocio familiar. Hay de todo en el sótano: niños, mulas, vacas, reyes magos, ángeles, pastores, panaderos, lavanderas, herreros, camellos… Los últimos años han tenido que incorporar el ‘caganer’, propio de la tradición catalana, pero también algunas figuras en movimiento o bombillas de fuego. También las bombas de agua para que fluya la corriente de los ríos.

  • Foto: KIKE TABERNER

Lo que más vende son figuras de 10, 12 y hasta 14 centímetros. Aunque todos saben que en muchas casas han acabado conviviendo en el belén figuras de todo tipo. Los hay puristas con ríos de agua verdadera, figuras en movimiento y personajes hechos con barro, y los hay que nos son tan perfeccionistas y sacan todo lo que hay en una vieja caja de cartón guardada durante 11 meses en un armario. También hay maquetas con el portal, un decorado y un fondo que se venden vacías para que el cliente lo vaya llenando con las figuritas.

Álvaro, que tiene 59 años y un hijo que ya es veinteañero, tampoco monta un gran despliegue en su casa. El dueño del comercio cuenta que en su casa hay un nacimiento con un portal grande, los tres reyes y una oveja por el hijo que tuvo. A su hijo esto de los belenes no le interesa demasiado, aunque nunca se sabe. “A él le gustan los números y está estudiando ADE. El resto del año no aparece porque es un muermo, pero estos días sí que viene porque necesitamos ayuda y él ve que hay movimiento”.

Si el hijo de Álvaro quiere heredar el negocio tiene que darse prisa. A su padre le quedan ocho años para la jubilación y no piensa prorrogarlo ni un mes. Ya se imagina viajando encima de su moto. Hace ocho años organiza un viaje en moto con los amigos. Él se mueve con la suya, que es una custom. El año anterior estuvieron en Andorra y este verano sus motores rugieron por el valle de Baztán, en Navarra.

  • Foto: KIKE TABERNER

Este domingo no faltará en la ‘papanoelada’, una especie de procesión motera en el que todos los pilotos van vestidos de Papá Noel. Una tradición un tanto bizarra que nació hace unos años y que consiste en repartir regalos para los niños enfermos. “Ahora somos ya cerca de 4.000 y nos convertimos en una marea roja. Es impresionante ver la calle llena de motos con todos vestidos de rojo”.

Álvaro y Pilar se despiden. Ya son las cuatro y tienen que volver a abrir la tienda. Dentro de nada irán apareciendo los clientes en busca de unos reyes, unos pastorcillos o un puente para el río donde los peces beben y beben y vuelven a beber. Es Navidad y es tiempo de tradiciones. Ellos saben mucho de esto y desde hace 145 años su familia se entrega a la tradición de montar el belén.

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