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El Callejero

Pedro, el último jugador de bridge de València

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En la esquina de la calle de la Paz y la calle Comedias hay una puerta al pasado. La Sociedad Valenciana de Agricultura y Deportes mantiene el aspecto elegante y señorial de una institución con 166 años de historia. Allí dentro, en lo que se conoce popularmente como el Casino de Agricultura, uno puede subir por una escalinata y alcanzar una biblioteca donde Pedro tiene una baraja. Allí, todo de madera, uno puede encontrarse un retrato de Miguel Primo de Rivera (presidente de honor de la sociedad) o diversos volúmenes sobre toros y caza, o un ejemplar de ‘El Quijote’ y otro del ‘Tirant lo Blanch’.

Pedro parece desentonar un poco por su aspecto juvenil y desenfadado, pero su afición liga a la perfección con un lugar como este. Pedro, de apellido portugués, Gonçalves, ha alcanzado la categoría de Maestro Mundial de bridge, un juego de cartas donde una persona como él, de 36 años, es casi un niño en comparación con la elevada edad de los practicantes más avezados. Aquí la categoría júnior se prolonga hasta los 25 años y no quedan ya jugadores de menos de 60 años. Así que Pedro Gonçalves, si no aparece nadie por detrás, es el último jugador de bridge de València.

Este analista informático, que trabaja en una multinacional tecnológica en el sector de banca, estaba predestinado para jugar al bridge. Es más, él está aquí, en este mundo, gracias a este juego de naipes que Harold S. Vanderbilt lo regló hace cien años. “Mis padres se conocieron en un torneo de bridge en Lisboa. Mi madre, valenciana, se fue a jugar con una amiga a Lisboa, donde vivía mi padre, se gustaron y al cabo del tiempo mi padre se vino a València. Estuvieron juntos hasta que yo cumplí los 18 y se separaron. Le debo la vida al bridge”.

  • Foto: EDUARDO MANZANA

Miguel Gonçalves y Elena Caballeriso siguen jugando al bridge. Ella lo hacía en el Casino, donde la mayoría eran mujeres. Jugar al bridge era una de las pocas aficiones que estaban bien vistas, a ojos del machismo, para una mujer. Si para ella era una afición, para el padre fue una profesión. “Mi madre trabajaba en un banco y mi padre siempre se ha dedicado al bridge, a dar clases. Ahora vive en Canarias y allí tiene un club y además da clases ‘on line’”.

Cuando Pedro era un niño, sus padres se iban muchos fines de semana a jugar torneos de bridge. Una afición frustrante para un niño pequeño. “ Yo, de pequeño, tenía cierta sensación de abandono porque viajaban mucho. Pero luego llegaba mi padre victorioso y cambiaba todo. Mi padre juega muy bien y ganaba muchos torneos. Aunque muchas veces nos hacían la broma de poner cara de decepción y luego cambiarla y decirnos que habían ganado”. De los tres hijos de aquel matrimonio, Pedro es el único que mantiene la afición familiar. “Esto lo amas o lo odias. El tema es que si no sabes del juego, no entiendes nada”.

Cartas en vez de botellón

Aquellos padres no dejaron jugar al chaval hasta que cumplió los 13 años. Un poco por casualidad. Ellos pensaban que Pedro podría aficionarse con el mismo ímpetu que el padre y acabar dejándose los estudios. El bridge se puede aprender desde niño, aunque lo habitual es empezar por lo que se conoce como el ‘minibridge’. “Es más sencillo porque se quita la parte de la subasta, que tiene como más teoría. Se parece un poco al Corazones del ordenador”.

  • Foto: EDUARDO MANZANA

Hemos llegado al momento en el que Pedro hace un intento por explicar, sintetizada, la filosofía del juego. Pero resulta más fácil perderse que entenderlo. Al ver la cara de desconcierto, el jugador baja más todavía el listón. “Yo lo comparo con aprender el idioma. Al principio hay cierta dificultad en entenderlo, pero luego vas aprendiendo palabras sueltas y vas cogiendo soltura, y al final, dependiendo del tiempo que le dediques y tu pasión, puedes aprender más o menos. Si no han jugado a algo parecido es difícil hasta saber de qué va. Yo he intentado enseñarle alguna vez a algún compañero de la universidad y a amigos, y esa primera barrera cuesta un poquito. Yo creo que el ajedrez, por ejemplo, es un juego más complejo pero tiene unas reglas mucho más sencillas. El bridge tiene ese inconveniente de que al principio tiene demasiada teoría”.

Su inicio vino marcado por el interés puntual de su padre. Miguel Gonçalves tenía tres alumnos y necesitaba a un cuarto jugador para completar la segunda pareja. Fue como un picotazo venenoso que convirtió a aquel adolescente en un loco del bridge. Como su casa estaba llena de libros y revistas, Pedro se lanzó a la lectura obsesiva para aprender más y más. No hubo un libro que le marcara especialmente, pero sí recuerda uno que le gustó mucho:‘Bridge with the Blue Team’ (de Pietro Forquet). “Es sobre un equipo italiano que hubo muy fuerte y que ganó muchos Mundiales (en concreto, 16 entre 1957 y 1975). Uno de los jugadores escribió ese libro con jugadas muy bellas”.

Pedro eligió el camino más difícil. Uno que se alejaba de los campos de fútbol y los parques donde la gente de su edad iba a hacer botellón. Cuando sus amigos quedaban para irse de fiesta, él prefería irse a la Sociedad Valenciana de Agricultura a jugar a las cartas con señores y señoras de más de 60 y 70 años. “Era un viejuno, como decían en la Hora Chanante”. O un alma vieja. Allí, sobre el tapete, en una habitación repleta del humo de puros, pipas y cigarrillos, Pedro encontraba otro tipo de belleza. “Yo veo belleza en las jugadas. Hay jugadas bonitas en las que tienes que hacer cosas inusuales que son muy llamativas o espectaculares. Hay una serie de jugadas lógicas, pero de pronto hay situaciones en las que no, en las que lo bueno es hacer la jugada ilógica”.

Todos son mayores de 60 años

Aquel adolescente era el más joven en aquellos salones. Pero es que, además, el siguiente más joven era su padre. Luego, el lunes, Pedro volvía al instituto y los compañeros, extrañados, le preguntaban si había empezado a fumar, “Me lo decían porque la chaqueta apestaba a tabaco de haber estado en el Casino. Ahora agradezco profundamente que no se pueda fumar; era horrible”. A veces se les hacía de noche y entonces se iban a casa de algún jugador, cenaban algo y seguían con la partida. “Prefería jugar a las cartas al botellón. Lo he agradecido.

A veces pienso que me faltó algo de esa locura propia de la adolescencia, pero es verdad que también salía algún día. He salido más con mis compañeros de equipo de bridge cuando estaba en el equipo júnior, por debajo de los 25 años. Yo tenía 16 y ellos un poco más, pero salía con ellos en los torneos. Ahora mismo no creo que en València haya ningún jugador, salvo yo, con menos de 60 años. Se ha ido alargando la edad de sénior y ahora llega hasta los 65. A mí me da miedo que se acabe extinguiendo, al menos aquí en València. Ves la sala cada vez más mayor. No sé si hay gente suficiente para que se renueve la afición. Es una preocupación a escala internacional, se está intentando captar a nuevos jugadores y sobre todo gente joven”.

  • Foto: EDUARDO MANZANA

Ahora se ha hecho fuerte con su actual pareja en la mesa, un amigo de Barcelona que se llama Ramón González y que es su compañero en los torneos. Juntos, en Buenos Aires, hace unas semanas, alcanzaron el rango de Maestro Mundial, un estatus al alcance de unos pocos. Esta categoría la otorga la federación mundial de bridge (WBF), y se obtiene después de haber jugado competiciones internacionales y adquirir un determinado número de puntos. Antes jugó muchos torneos con su padre. Y al principio del todo, con dos mujeres del Casino, Marisa Matut y Mari Carmen Santos, a las que considera su madre y su abuela del bridge. “Mi padre tiene 64 años y no me atrevo a decir que superé al maestro, dejémoslo en que estamos a la par”.

Ahora divide su vida entre su trabajo y el bridge, un juego que cuenta con 4.000 o 5.000 jugadores federados en España, y no más de 40.000 que sepan jugar. “Somos poquitos”, reconoce. “Mi calendario viene marcado por mi trabajo. No tengo muchas vacaciones y las sacrifico para irme de torneos. Nos gusta jugar los Campeonatos de Europa y del mundo, y para eso tienes que lograrlo anteriormente en las pruebas de selección”. En verano, tres semanas son para el bridge y la restante para viajar al sur de Portugal y reunirse con la familia en la casa de la abuela paterna en Cercal, en la región de Alentejo.

Una vida que requiere de mucha disciplina -dedica dos o tres horas entre y cuatro días a la semana- y un amor desmedido por este juego. “A eso hay que sumarle una buena compenetración con tu compañero. Bridge significa puente en inglés y es porque tiene que haber una conexión con tu pareja. Una conexión legal. Porque hace años salieron bastantes casos de trampas en la élite mundial con parejas que se hacían señas”. Aunque tanto tiempo con la pareja de juego le ha dejado sin pareja amorosa. Pedro encaja bien la broma de que, visto lo visto, debería buscarse una pareja que jugara al bridge. Y responde con otra. “El problema es que, con la media de edad que hay en el bridge español, está complicado…”.

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