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el callejero

La vida de Karin es un secreto

  • Foto: KIKE TABERNER

A Karin se le ponen los ojos como si fueran Júpiter. Los abre mucho, tuerce la cabeza y exclama: “¿La edad? Nooooo. ¿Cómo voy a decirte mi edad? No te la digo”.

No es un buen inicio, pero la entrevista aún puede remontar. La víspera, un lunes caldoso de junio, Karin Joch se muestra sorprendida por la oferta, pero dice que sí, que vale, y cuando escucha que esto va de contar la vida de personas desconocidas, se lanza desbocada: “Pues yo tengo una vida muy interesante. Mis padres ya se dedicaban a esto. Eran químicos y hacían insecticidas y productos de droguería. Y yo, puf, menuda vida he tenido…”. Está tan habladora, tan simpática, que hay que cortarle para que no tenga que repetirlo todo al día siguiente.

Pero al día siguiente Karin es otra. Una mujer parca en palabras. A ratos, cortante, y a ratos, desconcertante. No se parece a la de la víspera: parlanchina, casi dicharachera. Hoy es una persona sin ganas de hablar y hasta un punto sarcástica. Pero hay que seguir. Se lo ha ganado. Porque Karin Joch, para regocijo del barrio de Ciutat Vella, ha mantenido abierta la vieja Droguería de San Esteban, junto a la plaza de Nápoles y Sicilia, a espaldas del pilotari de Pinazo que está haciendo el saque en una esquina de la plaza. El negocio está catalogado como histórico y no puede tocar ni un azulejo del fantástico cartel que hay a la entrada. Ella se ha limitado a añadirle un toque simpático a la puerta, donde ha colocado una escoba con gafas y bigote, y una fregona con ojos y coletas para dar la bienvenida a los clientes.

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