ESCAPADAS HEDONISTAS

Vejer en primavera

¿Puede que sea esta la mejor época en la que escaparse a Vejer de la Frontera? Tenemos muchas pruebas y pocas dudas.

| 05/04/2024 | 7 min, 15 seg

Pocas cosas pueden compararse a los pueblos blancos andaluces. Tienen ese no se qué, en el que el tiempo parece haberse detenido y una luz, casi cegadora, que baña sus paredes blancas. Y no hay otro como Vejer de la Frontera, ahí encaramado sobre una colina con casas blanco impoluto y estrechas callejuelas en las que perderse.

En verano está abarrotado, pero es ahora cuando vive un momento fantástico, en el que hay vidilla, pero todavía se puede pasear sin esquivar a cientos de turistas. Y es que este pueblo, uno de los más bonitos de España, tiene ese encanto que lo hace único. Desde la colorida y rodeada de palmeras Plaza de España, hasta la icónica vista desde la judería y sus arcos que enmarcan una postal que ha dado la vuelta al mundo entero. 

Olvídate del coche, a Vejer se viene a mover el body y hacer piernas por sus -a veces- empinadas cuestas. Hay que perderse por sus calles. Perderse para encontrarse con muchos tesoros. Como el taller del joyero Rafael Sánchez, que es el que, entre otras muchas cosas, hace piezas para chefs como Paco Morales o Ángel León, además, así como dato, de los anillos que siempre lleva Alejandro Sanz. Neila Pascual es otra de las paradas obligatorias. Esta ilustradora hace un trabajo fabuloso en acuarela, con series dedicadas a la propia Vejer, a Tarifa, el mar y los faros, entre otros.

La historia de Vejer la encontramos en los libros o en Internet pero, ¿y si la escucháramos de uno de sus personajes míticos y encima cantada? Es lo que hacen en Marimantas, una pequeña empresa dedicada a pregonar los secretos y la magia de esta villa cautivadora. Y de verdad, vale la pena, porque es un forma de descubrir el pueblo a golpe de leyenda, mientras aprendes más sobre personajes como el propio marimanta o las misteriosas cobijadas, mujeres que se vestían con un traje negro, que cubría todo su cuerpo menos el ojo izquierdo. Y no, al contrario de lo que pudiera parecer, no es un burka.

La gastronomía es otra de las razones de ser de Vejer. Y restaurantes hay unos cuantos y muy interesantes. Como es el caso de El Califa, el proyecto de un escocés que llegó aquí casi de casualidad. Corría en año 1988 y James Stuart se fue a hacer surf a Caños de Meca. Por aquel entonces el boom turístico no era el de ahora y apenas se encontraban sitios para comer. Así que se fue a Vejer a por lo tradicional, un bocadillo de lomo en manteca. Algo le tocó, que al año siguiente volvió y se estableció aquí con una empresa de turismo activo. Una cosa llevó a la otra y al final tiró hacia la hostelería.

Hoy tiene un hotel, un hammam y varios restaurantes por el pueblo, todos bajo la marca El Califa. Vejer y Marruecos como razón de ser, porque no en vano, Vejer está hermanado con la ciudad marroquí de Chaouen. Aquí la cosa va más por los viajes de James con su padre, por Oriente Medio, Marruecos y Turquía, que hizo que aquello hiciera mella en su persona.

Y por ello, todos sus espacios trasladan, a través de la comida y la decoración con objetos originales, a aquellos lugares. Desde Fez, un pequeño restaurante en el que bordan el hummus y el babaganoush al principal, que es La Casa y el jardín del Califa, una delicia ubicada en un patio andaluz en el que comer platos fabulosos como las berenjenas de Aleppo caramelizadas con tomate y yogur, una pastela de pollo, almendras o canela y varios tipos de cous cous. ¿El final? En su tetería en las alturas de Vejer, mientras disfrutas de las vistas, un té moruno y el que posiblemente sea el mejor baklava que vas a comer nunca, con miel de naranja de la zona y pistacho.

En el corazón del pueblo hay muchos otros reclamos, como el de 4 Estaciones y el carismático Alberto Reyes al frente. Junto a él, Espe, su jefa de cocina que viene de Aponiente y hace virguerías. La idea es ofrecer una cocina sin complicaciones, que no busca reconocimientos, pero con mucho tiento y saber hacer. Vamos, un sitio en definitiva, de esos a los que ir para pasarlo bien.

Y hacerlo con genialidades como sus reinterpretaciones de platos andaluces o vejeriegos típicos, como el caso del atún encebollado, que aquí se prepara con atún rojo en crudo, al que añaden una salsa del guiso de cebolla y unas gotas de Oloroso o la versión del clásico bocadillo de lomo en manteca, a modo de brioche relleno del propio lomo, pero con una manteca que se escabecha con un fermento a medio camino entre el kimchi y el chucrut. Si dejas hueco para el postre, pide su estratosférica torrija con helado de poleá y sopa de chocolate blanco. Está de vicio.

La última apertura, que apenas cuenta con dos semanas de vida, ha sido la de Narea, donde el sanluqueño Jaime y la medio italiana, argentina y malagueña, Alejandra, han creado un espacio en el que se unen tradición y toques de fusión. Tras pasar unos años junto a profesionales de la talla de David Muñoz, los hermanos Roca o el madrileño grupo Triciclo, llegó el momento de emprender en solitario. Primero fue en Sanlúcar de Barrameda y ahora en Vejer, donde han llegado para poner el puntito más gastro al pueblo.

Y lo bordan, con sabores de aquí y de allá, homenajes a sus raíces y tintes viajeros. ¿Qué pedir? La lámina de picaña con queso de cabra payoya y foiesabi, la croqueta de kimchi con pastrami de vaca retinta y una invención propia, la txuletesa, -una mahonesa que hacen con grasa de txuleta- o un ajoblanco con semi mojama de atún que quita el sentío. Al igual que lo hace una exquisitez, la raya en manteca, que consigue un equilibrio perfecto entre una mantequilla noisette y la tradicional manteca colorá.

¿Souvenirs? Te puedes llevar un imán, pero en esta casa nos gusta llevarlos gastronómicos, desde el tradicional lomo en manteca -del que has de hacer acopio en la carnicería de Paco Melero- a las tortas vejeriegas que la Pastelería Galván hizo famosas. Hoy en manos de Pepe, segunda generación, que con sus 71 años sigue al pie del negocio, haciendo de este producto típico con harina, canela, manteca y nada más que azúcar, el emblema dulce de Vejer.

¿El sitio para quedarnos? Casablanca, un alojamiento boutique a apenas unos pasos de la plaza de España. En la que fuese una antigua casa tradicional, como las de Vejer con sus paredes encaladas y ventanas de madera, ahora se encuentra esta maravilla que casi pasa desapercibida. En cuanto traspasas la puerta, te recibe un patio andaluz con plantas y con un detalle que enamora, una fuente que acompaña con ese sonido sanador que solo tiene el agua al correr.

Dentro del número 8 de la calle Canaleja, se guardan seis apartamentos, cada uno diferente al resto, pero equipados todos con todo lo necesario para disfrutar de una estancia inolvidable. Duchas de lluvia, cómodas camas, cocinas equipadas para que si alguno de los días quieres, cocines algo en ellas y un solarium en la azotea, con vistas sobre todo el pueblo.

¿Más cosas? Curra, una de las propietarias, organiza diferentes actividades en torno al bienestar corporal y mental en la casa. Desde sesiones de mindfulness a yoga, pasando por biodanza acuática. Esta última, se practica en la joya de la corona, una terma que se descubre tras una de las puertas del patio. Esta belleza está situada en una cueva de roca natural, con agua a unos 34º, que nos permitirá dejar el mundo ahí fuera, a la para que nos sumimos en un estado de relajación profundo. Si me pierdo, que me busquen en Vejer. 

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