Hoy es viernes de placeres gaditanos, hermanos. Con novedades procedentes de antiguo y las ideas muy claras, las que poco a poco nos aclaran los que saben. Los de esos sabios empeñados en recuperar con seguridad y para la posteridad los vinos de pasto.
Hablamos de blancos sin encabezar, es decir, sin alcoholes venidos de fuera dispuestos a fortificar. Botellas muy tranquilas para beber sin prisa cada día. Copeo de mesa y mantel en casa, jornada tras jornada. Que no requiere de alharacas porque es sencillo, lo que no significa menor. Porque puede ser enorme dentro de su humildad y dar alegrías sin parar. Generalmente de palomino, aunque sin ser imprescindible, y de nombre incierto llegado de tiempos pasados. A veces con barrica, su flor, las dos cosas o nada de nada. Lo que en cada caso su autor considere necesario para regalar excelencia en cada trago. Y va causando estragos desde que algunos decidieron darle una segunda vida. Empezando por Willy Pérez con muchas muestras y el botón que es La Escribana 2021 (Bodegas Luis Pérez). Nacido de viñedos históricos de Macharnudo con estructura y potencia tan preciosa que la deseamos siempre a nuestra vera. Mostrando paisajes que envuelven con su habla y revelan sentimientos. Los que se te agarran muy adentro a base de lo de ser mentores de grandes y chicos delante de un papelón de chicharrones.
Continuando, que es gerundio, con Ramiro Ibáñez y su UBE El Reventón 2021 (Cota 45). Otro pionero en momento de retrepe por rocotas que de blancas deslumbran. Descubrimientos en modo anafe de esa tohqa que es todo menos tosca. Ni cerrada, porque sería paradoja cuando es la que abre nuevos mundos. Los que son cercanos por cariño y a la vez tan lejos por esos relojes que marcan la hora de volver. Y de comer, que se sigue abriendo el apetito y lo calmamos con un ajo caliente.
Rematamos con el dueto, imagen de cepas que son magia con forma de De la Riva Blanco 2018 (Bodegas de la Riva). Amplitud de miras y salinidad que se pone de frente. El evitar intimidar aun teniéndolo todo para ganar. Pedernal que no necesita mucha ciencia para demostrar que es genial así, tal cual. Un único en su especie y absolutamente especial cuando le damos un tiento a una mojama de la buena.
Vamos con el muy gran Primi y su Matalián 2021 (Primitivo Collantes), que aunque entrada de bodega ya va imponiendo nivel. El de los que valen un potosí, que sabemos de sobra que eso es así. Fermentación en acero que resplandece en las ganas de disfrutar de cada pequeña cosa. Esas que nos acompañan de lunes a jueves y si se tercia en fin de semana. Y si me lo pones con unas huevas de choco aliñás, ya me derrito.
Nos perdemos buscando hasta encontrar el Meridiano Perdido 2020 (Cooperativa Albarizas). Cepas sesentonas de Trebujena pasadas por botas viejas y su añito de velo que no vela la fruta que le da la luz. Glicéricos entre campos de membrillos bien amarillos. Expresión de mares juguetones con sus olas creando revolcones. Brisa que se expande con toda su fuerza. Medidas de modelo con garbo que nos conducen hasta una cazuelilla de angulas con su ajito.
Toca bodegueo sanluqueño con nuestros hermanos preferidos y Las Mercedes 2021 (Callejuela). Parcelario regonito y elegante que se nos hace mogollón de galante. Flamante mineralidad que refleja suelos que son gloria. Intensidad con finura máxima. La valentía de lanzarse hacia lo nuevo, manteniendo la esencia y rodeándose de inteligencia. Y así no puede ser más que maravilla con una de choco al pan frito.
El Finolis (Williams & Humbert) es primicia de clasificación a su manera y, desde nuestro punto de vista, necesario en esta lista. Uva sobre madurada venida de Carrascal y Dos Mercedes, con crianza biológica y resultado de calma pálida y punzante. Florecillas que revolotean alrededor de delicadas especias. Amistad al primer encuentro y esperamos que por muchos años. Porque ofrece compañía, seguridad y montones de felicidad. Y más si cabe con su tapita de menudo.
Terminamos con pena infinita, mucho amor y Mon Amour Balbaína Baja 2018 (Bodega de Forlong). Fermentado en robre galo y con su tiempito tocando lías, la lía siendo pura fiesta. Alborozo que fluye en verbena marina hasta la madrugada. Cuando no quieres que llegue el fin porque estar más a gusto es difícil. Último paseo por calles que son catedral, caminos que saben a salitre y siempre aceptando el envite con un poquito de atún en manteca. Y así nos despedimos, con la certeza de que volveremos cada poco y en la cabeza de forma permanente y sin rizos.