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réquiem por un edificio público

Viaje a la 'zona cero' de València: tres años sin soluciones para el solar junto a Mestalla

Foto: KIKE TABERNER
9/09/2018 - 

VALÈNCIA. Hay un espacio abandonado al final de la avenida de Aragón que ha albergado incluso chabolas. Esta zona cero surgió cuando fue demolido en noviembre de 2015 el Nou Ajuntament, ubicado en esos terrenos. Son miles de metros urbanizables de un gran interés inmobiliario. Sin embargo nadie se quiere hacer cargo de ellos. Su propietario oficial, el que consta en el registro, el grupo hotelero Selenta (antes Expo Grupo), no recoge las llaves; si lo hiciera tendría que construir un hotel al lado de un inmueble, el estadio de Mestalla, cuyo destino inmediato es ser demolido. Demasiado riesgo económico. El custodio de las llaves, el Ayuntamiento de València, está intentando que las recepcione y para ello, explican desde el consistorio, tienen previsto organizar una reunión con los dueños del solar lo antes posible en la que esperan clarificar la situación. Mientras, el terreno donde estuvo ubicado el Nou Ajuntament sigue expedito.

Foto: KIKE TABERNER

La breve vida del Nou Ajuntament constituye una rara avis incluso en una ciudad como València, tan proclive a deshacerse de las huellas de su pasado. Proyectado por el alcalde socialista Ricard Pérez Casado, fue creado por Vicente González Móstoles (Meliana, 1948) y Rafael Rivera (València, 1950). El primero fue el director de Urbanismo en València durante los años ochenta, responsable en la sombra de proyectos como el jardín del Turia o la recuperación de la Devesa-El Saler, y tiene en su haber trabajos como la restauración de San Miguel de los Reyes. El segundo, además de ser jefe del servicio de Planeamiento de València entre abril de 1982 y diciembre de 1984 y arquitecto jefe de la sección de Proyectos Urbanos de València entre enero de 1985 y septiembre de 1987, es el autor de obras tan populares como el Gulliver del jardín del Turia. El Nou Ajuntament, cuya fachada principal daba a la avenida de Suecia y no a Aragón como erróneamente se suele creer, fue ideado para que se instalaran allí Urbanismo y Tráfico. Se inauguró en 1986, no tuvo sobrecoste y cumplió su función hasta 2010, año en el que se trasladaron estos dos departamentos al remozado edificio de Tabacalera.

Foto: KIKE TABERNER

Durante años el inmueble estuvo sin dar servicio. El Ayuntamiento de València, entonces gobernado por Rita Barberá, decidió mantenerlo vacío y emplearlo como moneda de canje a un problema que estaba enquistado desde hacía décadas: el solar de jesuitas. Por una carambola del destino, el edificio fue condenado a desaparecer. El convenio por el que cual se dictaminó la demolición se anunció en 2011, se firmó en 2013, se consignó en abril de 2015 y se ejecutó en noviembre de ese año. Con una cruel paradoja: el gobierno que efectuó el derrumbe fue una coalición de izquierdas, el Govern de la Nau que lidera Joan Ribó y en el que Urbanismo le compete a un socialista, Vicent Sarrià. Les tocó ser los verdugos de un edificio emblema de los tiempos de Pérez Casado, el alcalde al que tantas veces citan como modelo. El coste de la demolición ascendió a 464.533 euros. Si no se hubiera efectuado los propietarios podría haber reclamado una indemnización por valor de 18 millones de euros.

Foto: KIKE TABERNER

La cita es un jueves, poco antes de mediodía. Vicente González Móstoles llega puntual a la sede de la Agencia Tributaria que antes albergó la Conselleria de Obras Públicas y Transporte (Coput). “No había pasado por aquí”, comenta al encontrarse junto al solar. Con su libreta en la mano accede al terreno donde estuvo ubicado el Nou Ajuntament. Le sorprende la facilidad con la que se puede entrar desde la calle. Una pequeña puerta metálica abierta y sin candado es la única barrera. Ya dentro del solar no dice nada durante un largo minuto. Mira hacia el viejo Mestalla, que parece vigilar el agujero donde estuvo su vecino. Después hacia la antigua Coput. Observa en derredor. En una esquina, una maleta abandonada, fundas de smartphones, una bolsa grande de compresas sin abrir... Diferentes restos se acumulan por la zona. Finalmente, González Móstoles cabecea: “Que Ribó no fuera capaz de urdir una treta para detener el derribo me parece…”. Interrumpe la frase y relata: “Le mandé una carta en la que le explicaba que en las sociedades democráticas es una equivocación creer que se resuelve un problema cambiándolo de un sitio a otro”.

Foto: KIKE TABERNER

Rafael Rivera espera en su despacho. Una operación de rodilla le impide moverse con comodidad. Pese a estar aún convaleciente, acude puntualmente todos los días a su estudio en la calle Cirilo Amorós, donde se le puede encontrar desde las ocho de la mañana. Tras saludarse, González Móstoles bromea con el hecho de que su amigo sigue usando el mismo portaminas desde hace 50 años. “¿Pero es el mismo?”, insiste González Móstoles asombrado; “¿el de la Facultad?”. “El mismo”, sonríe Rivera y lo muestra. Está impecable, como si no hubiera pasado medio siglo por él. Hablan del derribo del Nou Ajuntament. González Móstoles bromea con que ha podido superar el trauma “con ayuda del psiquiatra”. “Éste es un masoquista”, dice señalando a Rivera; “éste iba todos los días allí”. Su amigo asiente y relata que los encargados de la demolición, cuando supieron quién era él, iban a consultarle aspectos de la construcción. “Me decían que les estaba costando mucho tirar abajo porque estaba muy bien construido”, asegura.

Foto: KIKE TABERNER

El despacho de Rivera está presidido por diferentes recuerdos de su trabajo. En un lateral fotografías del Gulliver desde el aire. Sobre una estantería, una de las 22.000 piezas que componía la Dama de Elche de Manolo Valdés. “Cuando hicimos la Dama”, relata, “un concejal del PP se me acercó y me dijo: ‘Estarás feliz porque hasta el PP te da trabajo’. Le respondí: ‘Si tú crees que de las 22.000 cabezas que hay ahí voy a poner una sola mal porque la alcaldesa es Barberá, quien creo que es una incompetente, es que no me conoces’. Otra cosa es que me equivoque, pero yo siempre intento hacerlo lo mejor posible porque ésta es mi ciudad”. Ordenado, meticuloso, Rivera guarda todo, incluida una copia del proyecto original del Nou Ajuntament y dos álbumes de fotografías de la construcción. Llama a su secretaria Ana quien le trae un abultado contenedor en el que se encuentra la documentación de todos sus proyectos en el Ayuntamiento de València. “Me lo regalaron los trabajadores cuando me fui”, comenta. El antepenúltimo es el dossier del Nou Ajuntament. Ahí está todo: bocetos, planos, presupuestos, informes… Uno de los planos muestra como el proyecto inicial incluía un edificio gemelo enfrente, en el otro lado de la avenida de Suecia. Eso habría convertido a la gran explanada donde se instalaba el Rastro en una plaza pública en cuyo centro se hallaría la escultura de Andreu Alfaro que ahora preside la avenida de Aragón. “En cuanto Alfaro se dio cuenta de que no se iba a hacer el otro edificio pidió mover la escultura”, explica Rivera.

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El Nou Ajuntament se planteó como una solución a los problemas de espacio del nuevo gobierno municipal, el de la democracia. Las instalaciones de Tráfico se hallaban entonces en un descampado popularmente conocido como Fort Apache, justo donde se encuentra ahora el Palau de la Música. “Se trataba de darles un alojamiento más digno”, comenta Rivera; “la inmediata construcción del Palau de la Música hacía imprescindible desalojar el suelo y trasladar la delegación de Tráfico. No era lógico hacer un traslado provisional. Lo lógico era buscar una ubicación definitiva. Eso reforzó la necesidad de un nuevo Ayuntamiento“. Y añade: “Recuerdo con verdadero terror el traslado de Tráfico. Tenía que ser en septiembre y hacerse en un día porque sino sería una hecatombe… Al final no pasó nada”. Por prudencia el proyecto se hizo como un gran contenedor versátil. “Como conocíamos la Administración y nos dábamos cuentas de que un departamento se podía convertir en otro de la noche a la mañana lo diseñamos para que pudiera ser adaptable”, explica Rivera. La única peculiaridad fue que se dispuso una galería en la segunda planta para que las visitas escolares no afectaran al funcionamiento de Tráfico. La ubicación física resultó ser un acierto porque el Nou Ajuntament se hallaba en el centro poblacional de la ciudad.

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Pero tal y como se inauguró el edificio se convirtió en objeto de ataques por parte de la derecha valencianista, con el ya fallecido Vicente González Lizondo al frente. El líder de Unión Valenciana adoptó gustoso el papel de enemigo público. “Decía de él que era un horror”, recuerda González Móstoles. Se puso de moda decir que era feo. Ése fue el criterio. “Estábamos en el punto de mira”, señala Rivera; “cosa que hacíamos, cosa que estaba mal”. Ante estos comentarios, profesionales como Juan Manuel Valiente les replicaron. En unas jornadas, Valiente apuntó: “En conjunto me parece que es un edificio pensado. Creo que la utilización de los materiales en cada caso no se ha hecho por accidente”. Una afirmación que ellos corroboran con sus recuerdos. Así, González Móstoles y Rivera rememoran que fueron a por el mármol a las canteras de Macael (“como lo buscábamos sin veta nos decían que queríamos la miel de la miel”), los ladrillos los trajeron de Lleida (“allí fue la primera vez que tomé una calçotada”, evoca Rivera), la carpintería metálica en Bilbao… Para cumplir los planes en el plazo y presupuesto previsto contaron con el buen hacer de profesionales como el ingeniero José Selva. Un esfuerzo que en algunos casos resultó baldío. “Recuerdo haber estado peleando por el pavimento de un despacho y el concejal el primer día le puso una moqueta”, comenta resignado Rivera.

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El traslado de las dependencias del Nou Ajuntament a Tabacalera en 2010 fue poco menos que una amenaza para el edificio que Barberá hizo efectiva en apenas un año. Desde que en 2011 se avanzó el acuerdo entre el Ayuntamiento y el Expo Grupo, no hubo apenas señales de alarma. Salvar el Nou Ajuntament no fue una prioridad para nadie. Un silencio que fue lamentado por Pérez Casado en sus memorias Viaje de ida publicadas en 2013. “Extraña”, escribió el político socialista, “aunque a estas alturas ya hay pocas sorpresas, que la defensa del edificio y su funcionalidad no haya merecido una reivindicación, aunque su coste haya sido amortizado con creces estos veinticinco años. Y más cuando es víctima colateral, al parecer, de una operación, una más, dudosa y en todo caso de clara especulación: la operación del campo de fútbol de Mestalla, y los arreglos nada transparentes de los directivos de nuestro entrañable club de fútbol”. Cuando llegó la hora del derribo se oyeron unas pocas más voces contrarias, como la del Consell Valencià de Cultura que llegó a “deplorar” en un pleno su demolición, o la de la Federación de Vecinos que pidió se reconvirtiera en una dotación para el barrio. También se pueden contar algunos artículos sueltos como ‘No a l’enderroc del Nou Ajuntament’ del arquitecto y profesor de Harvard Manuel López Segura. Nadie les hizo caso.

Foto: KIKE TABERNER

“Lo más espantoso fue el silencio de la gente”, evoca González Móstoles. “López Segura señalaba en su artículo que ese edificio reflejaba paradigmáticamente la arquitectura valenciana de los años ochenta, que fue el objeto de su tesina. Pues bien, nadie dijo nada. El colegio de Arquitectos no dijo una palabra; la escuela de Arquitectura, los historiadores…¿Cómo es posible? Para mí fue horrible. Sobre todo por el silencio de los que creía que eran mis amigos. La relación de los que me llamaron fue muy corta, diez o doce, pero eso me sirvió para saber quienes de verdad lo eran”. Uno de ellos fue Jaime Sinisterra, con quien por circunstancias de la vida apenas se había cruzado desde que fueron compañeros en la universidad en los años setenta. Sinisterra le animó y le consoló. González Móstoles recuerda con la voz quebrada que ese día lloró. “¿Por qué había que borrar la memoria de un edificio, de una época?”, se pregunta. Ahora como toda respuesta sólo hay un agujero en el suelo.

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