Darwin pensaba que la música sirve para atraer al sexo opuesto; Shakespeare, que es el alimento del amor, y Schopenhauer, que es la metafísica que se hace sensible. Sea o no la conexión al más allá, la industria de la música conoce sus mejores años
Según la física más asentada, el universo y todo lo que contiene es una vibración. La luz o las partículas elementales son fenómenos ondulatorios, igual que materia compleja como nosotros. Somos entes vibrantes en un infinito rango de frecuencias.
Quizá por esto a veces se nos mete en la cabeza una música pegadiza de la que no podemos librarnos y que surge en la ducha o en un momento de necesidad. Lo que es algo muy antiguo porque ya el Quijote nos recuerda que quien canta sus males espanta.
La música define épocas e incluso estaciones y es un lenguaje común a todas las culturas. Identifica y modifica nuestras emociones y genera trascendentales vínculos sociales, como puede verse en cualquier festejo o ceremonia relevante.
Para Darwin la música sirve para atraer al sexo opuesto, un asunto central para la vida. Y lo mismo pensaba Shakespeare, para quien la música era el alimento del amor. Por eso su uso en marketing está tan generalizado, que ya no reparamos en los jingles que acompañan los anuncios o en la musiquita cargada de neurociencia que nos incita a comprar en tiendas o grandes almacenes.
La música es tan importante que hasta existe una industria que lleva su nombre. Y junto con el cine, con el que conoce una rica simbiosis, de enorme importancia económica. Los trabajos musicales fueron artesanales y privilegio de poderosos hasta la Ilustración, cuando se convirtió en un fenómeno de masas y de generación de riqueza. La aparición en el siglo XX de la radio, y sobre todo de la industria del disco, vivió una opulencia creciente que hizo que en 1974 se vendieran mil millones de vinilos. Pero tras ligeros cambios de soporte, vino la digitalización y el MP3 y todo volvió a cambiar. Apareció Napster y la música dejó de comprarse para descargarse y, pronto ni siquiera eso, gracias al streaming. Ya no es necesario contar con dispositivos que guardan la música; oírla es algo ubicuo y universal.
«La música es un lenguaje común a todas las culturas. Identifica y modifica nuestras emociones y genera trascendentales vínculos sociales»
Parecía que, como aquella canción de los ochenta, las descargas iban a matar a las estrellas de la radio, pero la música ha demostrado vibrar con suficiente energía para seguir siendo una cornucopia. De acuerdo con la patronal mundial de la industria fonográfica, en 2021, los ingresos generados por la música aumentaron un 19%, llegando a rozar los veintiséis mil millones de dólares, un récord histórico. La pregunta inmediata es cómo es posible que pase esto en todas partes, mientras se hunde la industria discográfica tradicional.
La respuesta es que, aunque la venta de soportes físicos se ha desplomado, pasando de veintitrés mil millones en 2001 a solo cinco mil millones en 2021, tanto la música en directo como la reproducción en línea han crecido mucho y en el caso del streaming se ha disparado un 22% en un año superando los once mil millones de euros y 523 millones de usuarios de pago. Si añadimos a estos ingresos los provenientes de la publicidad de opciones free, la cifra supone el 65% de los ingresos globales de la música grabada, esto es, de la nueva y flamante industria de la música en el siglo XXI.
Para confirmar la tendencia, el informe anual de Goldman Sachs sobre las perspectivas de la industria musical (Music in the air) es aún más optimista. Según Goldman Sachs la música en streaming es un sector inframonetizado y en expansión, que doblará su número de abonados y de ingresos hasta 2030. Sin duda, Good vibrations…
Decía Schopenhauer que la música es la metafísica que se hace sensible. Sea o no la conexión al más allá o al resto del universo, la industria de la música conoce sus mejores años y los cambios tecnológicos que ha abordado son el ejemplo para el resto de sectores de que la innovación y la adaptación son siempre el secreto del éxito.
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