Desde la adolescencia, Soto ha protagonizado una trayectoria autodidacta que le ha llevado a ser diseñador de cabecera para empresas como Andreu World o Capdell
VALÈNCIA.- «Tuve suerte de caer de pie en el mundo del diseño, porque nunca me he considerado un diseñador al uso, sino un trabajador del diseño». Esta es la tarjeta de presentación, cortita y al pie, de Vicente Soto (Almería, 1944), quien comenzó en el mundo del diseño —más bien de la decoración— de forma totalmente autodidacta, en la década de los 60: «Necesitaba mantenerme por mi cuenta y lo más barato que tenía a mano era un lápiz y una hoja de papel». Hijo de un representante de distintas empresas de mobiliario —entre ellas, la valenciana Mocholí—, Soto llega a València con 4 años y, con apenas 16, comienza a trabajar para distintos decoradores de la época. En 1960, y por un periodo de cuatro años, entra como meritorio de urbanismo en el Ayuntamiento de València.
«Nuestro cuartucho secreto estaba en la cuarta planta —recuerda Soto— un espacio repleto de trastos viejos con vistas a Arzobispo Mayoral. Yo era el más joven entre los cuatro empleados. En aquellos momentos se estaba fraguando la Gran Valencia y nuestra tarea era realizar los planos de movimientos estructurales en el antiguo cauce del Turia o planificar las nuevas avenidas. Aquello no podía salir de allí porque, como te puedes imaginar, era información muy valiosa en manos de inversores avispados. Fue una época de construcción brutal. De forma paralela, empezamos a trabajar para el entonces teniente de alcalde y decano del Colegio de Arquitectos, Salvador Pascual».
Tras un paso voluntario por el servicio militar —«Yo lo que de verdad quería era ser paracaidista», apunta Soto— aquellos cuatro compañeros deciden abandonar el Ayuntamiento y abrir un despacho propio a escasos metros, en el que conjugan proyectos de construcción y mobiliario. «La primera idea fue la de ganar dinero, pero ocurre que te vas aficionando. Teníamos una motivación económica más que artística porque en mi caso, por ejemplo, necesitaba independizarme. Considero que siempre he sido una persona muy práctica en ese aspecto». Aquel despacho se ocupaba de todas las etapas, desde la misma fabricación de las piezas. «La fábrica estaba en Bonrepós. Comprábamos la madera y la descargábamos nosotros mismos. Puedo asegurarte que sé perfectamente el peso de un tablón de cuatro metros. Comenzamos con mobiliario auxiliar, mesas de centro de estilo castellano, que era lo que se llevaba por entonces. Las piezas las pintaba un artista fallero y las colocábamos en el comercio minorista».
El mayor éxito de aquel estudio fue un sistema modular muy completo, compuesto por más de doscientos módulos: el Modurama 76. «Creo que no fuimos conscientes de la importancia de aquel diseño» —admite Soto— «A Muebles Latorre, que por aquellos años era la empresa número uno, le cayó un catálogo del Modurama en las manos y nos llamó a fábrica. ‘¿Ustedes saben lo que tiene en las manos?’, nos soltó el responsable. Y no, no teníamos ni idea. Pues si ustedes quieren nosotros colocamos su diseño en cinco minutos en las mejores tiendas de toda España, y así lo hicieron».
Este sistema modular fue uno de los primeros pasos para Vicente Soto en la transición de un mobiliario de corte tradicional a unas líneas más contemporáneas. Un proceso para el que el diseñador valenciano admite no estar preparado: «No estaba listo para afrontar ese cambio. Ten en cuenta que yo carecía de estudios reglados. Empecé a informarme de tendencias al acercarme al kiosco, a través de las revistas de diseño».
La trayectoria ascendente del despacho se trastocó con el fallecimiento de uno de los socios. Aquel primer estudio se disolvió, y Vicente Soto, con el apoyo de uno de los antiguos componentes, inicia entonces un nueva singladura que le llevaría fuera de España. «A través de un contacto aterrizamos en Nicaragua» —acierta a recordar Soto—. «La idea inicial era fabricar allí el mobiliario para luego exportarlo a Estados Unidos sin pagar aranceles. Los muebles se venderían posteriormente en los almacenes Sears. Aquel contacto era un exsacerdote español que llevaba viviendo varios años en Nicaragua. Antes de poder servir el primer mueble estalló la revolución sandinista y tuvimos que salir por piernas. Conseguimos sacar de noche algunos camiones cargados de maquinaria que hicimos llegar a Guatemala a través de un ingeniero industrial guatemalteco que por entonces ya andaba muy metido en política: Jorge Serrano».
Jorge Serrano Elías era un ingeniero industrial y político guatemalteco. Tras un exilio en Estados Unidos, a finales de los años 70, regresó a la política de su país en la década posterior. Gobernó Guatemala de 1991 a 1993. Tras un intento de autogolpe de Estado se trasladó a Panamá donde todavía reside. Pero la situación en Guatemala no fue a la postre mucho más positiva que la aventura nicaragüense, por lo que Soto y su compañero regresaron a València, arruinados, dando por finalizada su relación.
El mobiliario manufacturado en la fábrica de Bonrepós tenía como destino dos tiendas en València (Gran Vía Marqués del Turia y Gran Vía Fernando El Católico) que funcionaban bajo el nombre de Element Muebles. A través de los representantes que visitaban los establecimientos, Vicente Soto contacta por primera vez con Paco Andreu, fundador de la compañía Andreu World, de quien Soto guarda un gran recuerdo: «Paco tenía cierta aura singular, pero por poco tiempo que estuvieras a su lado, siempre aprendías algo».
Soto apenas permaneció dos meses en Andreu, pero no llegó a desligarse de la empresa. Al contrario, aumentó su ritmo de trabajo. «A los dos meses de trabajar en Andreu le dije a Paco que yo no era hombre de empresa. Prefería mantener cierta independencia y por ello rechacé el ofrecimiento de hacerme cargo del departamento de diseño. He sido siempre una persona de muy pocas ataduras».
«Vicente siempre trabaja por y para la empresa, con el objetivo de que consiga los mejores resultados. En esto es ejemplar. Empresa que ha tocado, empresa que ha levantado»
Desde su posición de diseñador externo, Soto crea en 1981 la silla Vanessa, un auténtico superventas para Andreu y también una pieza muy copiada. «Al trabajar como diseñador externo —reflexiona Soto— colaboras de forma muy íntima con la empresa. En la práctica casi eres un empleado más, pero conservas un importante grado de libertad». En 1984 Ximo Roca se hace cargo del departamento de diseño, puesto en el que permanecería hasta 1990, cuando toma el testigo Alberto Lievore. Roca da entrada en Andreu a diseñadores como Pedro Miralles, Ángel Martí, Carlos Tíscar, Enric Gil, Gemma Bernal, Jorge Pensi o Ramón Isern.
Más tarde arribarían a Andreu otros profesionales como Lluscà o el propio Lievore. Pero Soto continúa colaborando con la compañía durante este tiempo de manera habitual, especialmente en diseños orientados al mercado estadounidense. «Casi todo el producto de Andreu que se vendía en el mercado americano era desarrollado por Vicente o por mí mismo. Se trataba del mercado que mejor funcionaba a escala internacional porque, en aquellos años, el interno todavía estaba afectado por estertores de la crisis de los 70», cuenta el diseñador Ximo Roca. Otro de los diseñadores que coincidió en Andreu World con Soto fue Ángel Martí, quien formó parte junto con Tíscar del grupo Factoría Diseño Industrial.
Soto introdujo a Martí en otra compañía valenciana, Manufacturas Celda, que posteriormente pasó a ser conocida como Uno Design. Martí apunta una clave en el trabajo desarrollado por Vicente Soto en cada una de las empresas para las que ha diseñado: «Vicente siempre trabaja por y para la empresa, con el objetivo de que esta consiga los mejores resultados. En esto, Soto es ejemplar. Empresa que ha tocado, empresa que ha levantado, como es el caso de Teys o Capdell». El propio Soto coincide con la descripción: «Me he considerado un diseñador-economista más que un mero diseñador. Mi trabajo era analizar la compañía, su estructura, tanto la de fabricación como la comercial, y crear productos que la beneficiaran globalmente».
Gracias al trabajo desarrollado en Andreu World, Vicente Soto recibe la llamada de Jesús Navarro, hoy en día gerente de la compañía Capdell. Será allí donde cree producto durante más de quince años —«Soto era la voz del diseño de Capdell», en palabras de Carlos Tíscar—, hasta la entrada de Salvador Villalba como responsable de diseño, momento que marca la marcha de Soto y la llegada de nuevos profesionales a la compañía, como el anteriormente mencionado Ángel Martí. Soto explica de esta forma su despedida de Capdell: «Con Villalba simplemente no casé; teníamos una visión diferente. Previamente hablé claramente con Jesús Navarro y le avisé que una compañía no podía vivir de una sola cabeza».
La marcha de Capdell coincidió con un momento de crisis que se llevó por delante a buen número de empresas de mobiliario, dejando un terreno muy limitado para profesionales de larga trayectoria como Soto. Esto llevó al diseñador almeriense a refugiarse en su apartamento de El Saler, alejado tanto del mundo de la empresa como del propio colectivo de diseñadores, un distanciamiento habitual a lo largo de su carrera y para el que Carlos Tíscar tiene una explicación: «existen varios diseñadores que han trabajado para muchas empresas valencianas pero no han entrado en lo que podríamos llamar Historia del Diseño Valenciano. Un grupo de profesionales a los que las nuevas generaciones no conocen, como es el caso de Xavier Bordils, Antonio Camarasa, Pepe Escribano o el propio Vicente Soto». Ángel Martí coincide en la histórica discreción de Soto: «Nunca le ha gustado el pasilleo ni tampoco ha buscado el lucimiento propio sino la rentabilidad para la empresa». Por su parte, Ximo Roca no encuentra una explicación clara a la escasa visibilidad pública de Soto: «Vicente ha estado totalmente infravalorado, no sé exactamente la razón; tal vez porque siempre ha ido por su cuenta pero creo sinceramente que el diseño valenciano está muy en deuda con él».
No parece que a estas alturas la notoriedad le quite el sueño a Vicente Soto, a tenor de la declaración con la que cierra la charla: «Yo siempre me he sentido un eslabón en una cadena. Desde el empresario hasta el que barre el almacén, todos forman parte del engranaje de una empresa. Yo hacía mi trabajo y lo hacía de la mejor manera posible. Esa es la síntesis de mi filosofía en torno al diseño».
* Este artículo se publicó originalmente en el número 82 (agosto 2021) de la revista Plaza