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«Vickie el vikingo, el poder de la mente»

A falta de plan, buenas son tortas. Así se las gastaban los míticos vikingos        —inmortalizados en el clásico de Richard Fleischer— hasta que entró en escena el más joven de los émulos de Erik el Rojo y se impuso la materia gris sobre el músculo

25/06/2021 - 

VALÈNCIA. En la España de mediados de los setenta, las series de animación niponas se convirtieron en las grandes estrellas de la única parrilla televisiva que teníamos. Bugs Bunny y Los Picapiedra tuvieron que aceptar que unos personajes creados en Japón habían alcanzado un protagonismo y una popularidad que ni ellos ni sus compinches jamás tuvieron en nuestra sufrida programación. Primero llegó Heidi con todo el drama a cuestas, y las comidas de los sábados pasaron a ser otra cosa.

Y justo cuando creíamos que no se podía llorar más delante de un plato de paella o de cocido, apareció Marco, acompañado por su fiel mono Amedio, y comenzó la interminable búsqueda de una madre que se había ido a buscar trabajo a un lugar bien remoto. Da igual la cantidad de congoja por espectador acumulada durante aquellos meses, ambas series lo petaron. No había que profundizar mucho para dar con el secreto de dicho éxito: tanto Heidi como Marco explotaban el drama a placer, se diría que incluso con sadismo. La España de 1974 estaba muy acostumbrada a sufrir en silencio, así que ambas series normalizaron unos berrinches que allanarían el terreno a La casa de la pradera

La hegemonía de la animación nipona parecía supeditada al drama, hasta que llegó Vickie el vikingo —sus creadores eran Chikao Katsui y Hiroshi Shaito—, serie en la que no había ni rastro de lágrimas ni estrés a la japonesa. Al igual que Heidi y Marco, Vickie estaba dibujado por asiáticos, pero tenía sangre y raíces europeas. Fruto de una coproducción con Alemania, el personaje y sus historias eran una adaptación de los libros infantiles del noruego Runer Johnsson, que causaban furor entre la chavalería de su país.

El argumento giraba en torno a Vickie, hijo de Halvar, jefe de la aldea vikinga de Flake. Es obvio que para ser un líder vikingo había que ser bastante bruto —para más información, consúltese la más contemporánea Vikingos— y en eso Halvar era imbatible. Era un guerrero de los pies a la cabeza que se jactaba de su fuerza y de los mil combates que había ganado. En contraposición, Vickie era un niño enclenque y asustadizo, que valoraba mucho más la inteligencia que la fuerza. Así pues, con dichas premisas, ya estaba creado el arco voltaico sobre el cual se movería el argumento de la serie. La inteligencia contra la fuerza. 

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El talante bárbaro del padre guerrero continuamente contrastado con la calma casi filosófica y la búsqueda de la lógica del hijo debilucho. Durante los dos años que duró la serie, Vickie se esmeraría en demostrarle a Halvar que siempre es mejor pararse a pensar que pasar a la acción.

Vickie el vikingo no poseía el potencial comercial de Heidi y Marco, así que fue colocada en el horario vespertino, dentro de la programación infantil que había de lunes a viernes. La serie pasó a formar parte del programa didáctico y de entretenimiento escrito por Lolo Rico, Un globo, dos globos, tres globos —que años más tarde acogería también a Ábrete, sésamo— allá por 1974. Por sus planteamientos básicos —no olvidemos que sus personajes venían de un país socialista y evolucionado como Noruega—, la serie ofrecía una tímida entrada de aire fresco a una televisión en la que se imponía lo carpetovetónico.

Y no solamente se trataba de esa visión imaginativa de la vida que intentaba imponer el niño, también había pequeños detalles que llamaban la atención en un país tan reprimido como lo estaba este. En uno de los capítulos, Vickie se quitaba la ropa para nadar y los dibujantes, en lugar de evitar que se le vieran los genitales, los mostraban sin reparo alguno, algo muy poco habitual en un programa de estas características. Series para adultos que llegarían poco después, como El aventurero Simplicissimus y Hombre rico, hombre pobre, llevarían ese destapismo bastante más allá, pero para eso habría que esperar a que muriera el dictador Franco.

Luego estaban los hombres de Halvar, que formaban el grueso de una tripulación que iba y venía por esos mundos de Odín, arrasando pueblos

Vickie estaba rodeado por un elenco de personajes que apuntalaban la acción de los episodios, que tenían continuidad entre ellos igual que muchas series adultas. Ylva —doblada al castellano por la insigne Matilde Conesa— era la madre y siempre apostaba por el sentido común de su hijo, algo que repateaba mucho al jefe Halvar, porque como ella misma decía, el niño había heredado la inteligencia de su madre. Luego estaban los hombres de Halvar, que formaban el grueso de una tripulación que iba y venía por esos mundos de Odín, arrasando pueblos —en la serie esto se expresaba de una manera, digamos, muy sutil— y cobrándose sustanciosos botines. Estaba la pareja cómica formada por el carpintero Tjure y el timonel Snorre. Ambos se pasaban la vida discutiendo (Tjure llamaba enano a Snorre y este a su vez le decía caracaballo) pero luego no podían vivir el uno sin el otro.

También estaba el vigía Gom, muy popular por la frase «¡Estoy entusiasma-do!», que profería a la vez que daba un salto cada vez que se venía arriba. Ulme era el poeta de la tripulación, siempre con su lira a mano. Fake era un gigantón que siempre pensaba en comida y que, llegado el caso, hacía valer su fuerza. Otros personajes eran Sven, el eterno enemigo de Halvar, o Gilby, el niño de la aldea que le daba la tabarra a Vickie para demostrar que él sí era un verdadero vikingo. Pero en ningún momento logra su objetivo, que es conseguir que Ylvie, que bebe los vientos por Vickie, se fije en él.

La serie era un elogio de la inteligencia. Cuando aparecían los problemas, era Vickie quien los resolvía. Halvar reaccionaba con celos, pero por mucho que se metiera con él por ser un debilucho, terminaba asumiendo que su hijo tenía la capacidad de solucionar entuertos de un modo que ninguno de los adultos que le rodeaba era capaz de hacerlo. Usar una catapulta para lanzar piedras en lugar de tener que transportarlas o lanzar flechas en llamas para quemar las velas del barco que les persigue son algunos ejemplos ilustrativos de las ideas del chaval. Los guiones estaban llenos de guiños a la historia. Los datos no siempre eran del todo fiables (¿de verdad los vikingos ayudaron a los holandeses a crear los pólders?), pero la intención estaba clara: ayudar a limpiar la reputación de un pueblo tenido siempre por sanguinario. Gracias a Vickie, estuvieron un poco más cerca de lograrlo. 


* Este artículo se publicó originalmente en el número 80 (junio 2021) de la revista Plaza

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