El tratamiento mediático de los atentados de Cataluña ha sido bastante preocupante. Puro espectáculo para algunos. Intentar politizar un asunto de sangre y terror muestra el nivel al que hemos llegado
En este mundo tan mezquino hasta los atentados, los muertos o las víctimas sentimentales son presa de debate político de media altura y escaso rigor. Asusta la mediocridad, utilización partidista y hasta la publicidad engañosa cuando hablamos de asuntos mayores y no de anécdotas.
Miedo da la manipulación a la que intentan someternos con argumentos tan ligeros que asustan. No creo en el mensaje único que nos quieren aplicar. Menos aún ahora cuando nos consideren todavía idiotas con tanto muerto inocente y anónimo en nuestra imaginación. Los políticos lo quieren capitalizar todo. Hasta los sentimientos. Nos dan doctrina. Acuden a 'reuniones' vacías de contenido para fotografiarse e intentar justificar sueldos. Sin embargo, estorban cuando menos se les espera. Su intento de protagonismo en el asunto de los atentados ha sido preocupante, como el papel jugado por algunos medios radiofónicos y televisivos. El uso político del mismo, lamentable. Aunque fuera desde la oscuridad pero con toda la intencionalidad.
He seguido con mucha atención la reacción periodística a los atentados de Cataluña. Minuto a minuto. Tantas horas dan para mucho. Sobre todo para centrar y enfriar el cerebro.
Tras el aturdimiento pasajero de la empanada de datos inexplicables, cifras imposibles e irracionalidades, se extraen muchas conclusiones. Por ejemplo, que todos saben más que el que más sabe. Y que se dicen muchas tonterías con absoluta frivolidad. El muerto, el herido ha sido lo de menos. Ha valido todo en pro de ganar audiencia. Sin escrúpulos.
En el periodismo de hechos y muertos no todo es lícito. La banalidad con la que algunos han abordado los atentados en Cataluña ha sido un auténtico despropósito. Una cacería por la audiencia a partir y a través de la subjetividad, como si se tratara de simples programas de corazón donde todo está permitido. La escenificación ha sido de una frivolidad espantosa tanto, en la pública como en determinadas privadas.
La lección de los Mossos, con los resultados objetivos de la investigación -menuda imagen dio nuestro ministro de Interior dando por resuelto el caso varios días antes de la desarticulación del comando o esos de la CUP que son como para mandar a trabajar un poco, aunque sea por primera vez- ha sido ejemplar. La policía apelaba al sentido común para que muchos medios no desbarraran en especulaciones o interfirieran en las investigaciones. De nada sirvió.
Estos atentados nos han dado también una imagen ampliada de la mediocridad de nuestra clase política, capaz de frivolizar lo que haga falta con discursos rancios y huecos con tal de poder disfrutar de algo de protagonismo.
Por desgracia, nos esperan muchos años de terror. Espero que para entonces nuestra clase política tenga mayores miras, más altura o que la sociedad se haya dado cuenta definitivamente de que el mundo no puede ni debe girar sólo en torno a esa casta que se mira continuamente el ombligo, estorba en los momentos decisivos, no ofrece soluciones más allá de sus reuniones y se cree perfecta por sus adornados discursos de argumentario con los que justificar sueldo. La unidad no se reclama, se gana. Desde el pasado fin de semana me siento un poco más desprotegido y también menos seguro informativamente.