VALÈNCIA (EFE/Teresa Díaz). Cada domingo los medios de comunicación informan de las cifras de accidentes de tráfico y de fallecidos durante el fin de semana pero no de los heridos graves, las otras víctimas que, aunque no mueren, también dejan sus vidas en la carretera, porque "ya nada es como antes": 3.756 en lo que va de año.
Con motivo de la conmemoración este domingo del Día Mundial de las víctimas de tráfico, EFE ha hablado con dos de ellas, atadas a una silla de ruedas. Lamentan que se ponga el foco en los fallecidos y se consideran los olvidados de la carretera.
Paz tenía 17 años cuando un 12 de mayo el coche en el que viajaba sufrió un siniestro. Ese día acabó su adolescencia y se truncaron sus sueños: ser policía, guardia civil o militar y hacer sus pinitos como modelo.
"Fue un antes y un después para mí y para mi familia. La destrozó totalmente", sentencia.
El coche, un utilitario antiguo sin cinturones de seguridad en la parte trasera, lo llevaba su hermano, conductor novel. A 60 kms/h se salió de la vía en una carretera de Valladolid en mal estado. "Literalmente volé" cuenta.
Se partió el tórax, el pulmón izquierdo se desplazó y aún tiene siete costillas hundidas, que le producen un dolor similar a "como si me clavaran puñales". Rompió una luneta con un brazo y 28 años después aun sigue sacando cristales de él.
"Me chorreaba gasolina que me quemaba viva. Tengo cicatrices en la cara y en el cuello ...", se lamenta. Las personas que inicialmente la socorrieron la pusieron en pie y, a pesar de su estado, al oír que su hermano estaba muerto empezó a correr, lo que resultó fatal. "Yo solita me provoqué la lesión medular".
Estuvo consciente hasta que llegó al hospital, una "faena -asegura- porque tu cerebro lo deja guardadito y lo saca cuando intentas dormir, hay muchísimas noches que no lo consigues".
Dos meses en coma, "en los que no sientes dolor pero oyes a los médicos decir 'esta niña se muere'", y dos operaciones a vida o muerte antes de ser trasladada al hospital de parapléjicos de Toledo. Allí quiso quitarse la vida por primera vez después de reprocharle a su madre que no la hubiera "desenchufado".
"Toledo es extremadamente duro, te da un baño de realidad tremendo", repite una y otra vez Paz, que comenta que en esos momentos solo pensaba: "A mí quién me va a querer".
"Tu mundo ya no existe, tienes que aprender a vivir con lo que te ha tocado y sola, porque los amigos se esfuman", explica.
Paz se puso fecha de caducidad, los dos años que tarda en recuperar la médula. Fue su hermano, que no murió en el accidente sino pocos años después, quien la sacó del pozo y la ayudó en su recuperación a través de la equitación, que practicaba desde pequeña.
Hizo un curso de equitación adaptada y en 15 días sobre un caballo recuperó lo que no había logrado en año y medio en un gimnasio. Se convirtió en la única lesionada medular en Europa que montaba a nivel de competición.
Hoy Paz vive con su hijo y es la delegada de la Asociación de lesionados medulares (Aesleme) en Castilla y León. Dedica su vida a dar charlas en colegios, institutos, universidades y a las personas que siguen los cursos de recuperación de puntos.
"Es un trabajo muy duro porque tienes que seguir abriendo tu herida cada vez que das una charla pero, al mismo tiempo, es gratificante", asegura.
Lamenta la invisibilidad de víctimas como ella. "Mañana hago una carrera contra el cáncer y viene todo Dios pero hago una a favor de las personas que hemos pasado por un siniestro vial y no viene ni 'quisqu'i".
Vicente tenía 33 años cuando fue arrollado por un coche que circulaba a toda velocidad mientras ayudaba a un motorista.
"El Vicente que había antes murió en el accidente. Después, como si fuera el Ave Fénix, nació otro Vicente que no tiene absolutamente nada que ver. No digo que sea ni bueno ni malo, simplemente diferente", reconoce.
Enterarse de que no iba a volver a caminar fue "durísimo" porque mientras estaba ingresado en el Hospital La Fe de Valencia pensaba que se iba a curar.
Además de la lesión medular que le dejó en silla de ruedas, Vicente arrastra otras secuelas importantes derivadas del golpe que se dio en la cabeza al romper con ella una luneta del coche que le embistió. Tiene una semiparálisis del lado izquierdo, perdió el oído de esa parte y el sentido del olfato.
Después de 7 meses en La Fe llegó a Toledo "y allí entré de una forma y salí de otra. Antes me tenían que ayudar a todo y salí totalmente independiente: me levanto y acuesto cuando quiero, tengo mi coche, voy donde quiero".
A Vicente nunca le ha interesado qué pasó con el responsable de su accidente. Solo sabe que mientras estuvo en coma fue una vez al hospital y, muy arrepentido, pidió perdón a su familia llorando.
Ahora, como miembro de la asociación de víctimas de accidentes DIA, este alicantino ha encontrado sentido a su vida dando charlas en los institutos para concienciar a los jóvenes de la importancia de respetar las normas de tráfico porque, como dice, "lo más importante es que los accidentes no se produzcan".
Al igual que Paz lamenta que los telediarios nunca hablen de los heridos, a pesar de que "somos personas a las que nos ha cambiado la vida totalmente".
El pasado año se registraron 1.148 fallecidos y 4.014 heridos graves en siniestros de tráfico. En lo que llevamos de año, 940 y 3.756, respectivamente.
Solo desde el 2000, más de 58.000 personas han perdido la vida en las carreteras y más de 214.000 han sufrido heridas graves, en muchos casos irreversibles.
Según Mar Cogollos, directora de Aesleme y también víctima, hoy es "un día de conmemoración que obliga a no olvidar que no somos cifras, sino personas”.
Desde la asociación DIA, Francisco Canes, pone el acento en que las indemnizaciones no cubren el daño real causado y las penas a los responsables de matar a alguien en la carretera son muy bajas, lo que, muchas veces, "aumenta el dolor de las propias víctimas y de sus familias".