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Vida eterna a 'Cero K', la gélida inmortalidad de la nueva novela de Don DeLillo

El célebre autor neoyorquino, medalla del National Book Award 2015, reflexiona en torno a la inevitabilidad de la muerte y se plantea qué consecuencias tendría ser capaces de burlarla

6/06/2016 - 

VALENCIA. En una paraje yermo y remoto de Asia, en un lugar tan perdido y aislado que la tierra no acusa apenas el efecto de siglos de civilización humana, se encuentran unas extrañas instalaciones dentro de las cuales el ser humano trabaja para hacer realidad su gran aspiración, el sueño que le acompaña desde que fue consciente por primera vez de la tragedia inevitable que es la muerte. Allí, en aquellos territorios que parecen una representación tangible del purgatorio, una nueva fe basada en la tecnología comienza su andadura: como tantos otros credos, este también dispone de catedrales, de fieles y de mecanismos para alcanzar la promesa de la vida eterna que predican sus apóstoles.

El padre de Jeffrey Lockhart es uno de los líderes de la religión científica de la pedregosa planicie, un San Pedro convencido de su cometido que está punto de ver partir a su mujer -su segunda mujer, de hecho- hacia un futuro incierto que no conocen pero en el que creen sin reservas. La enfermedad insiste en arrebatarle a su compañera, pero la ciencia le ha dado a ella, y le dará a muchos y muchas más, una segunda oportunidad a la que aferrarse: la posibilidad de congelarse en una cabina para frenar el deterioro propio de la existencia, confiando en que en los años venideros, la Humanidad haya dado con la solución para revertir el proceso de la criogénesis -que hasta ahora destruye al sujeto-, despertando así en un mundo futuro en el que la muerte sea solo un mal recuerdo del pasado. Ross Lockhart ha invertido ingentes cantidades de dinero, tiempo e influencias en este propósito faraónico, un proyecto en el que también participan personalidades de distintos ámbitos y países.

Para Jeffrey, todo lo que ve en aquel templo propio de la ciencia-ficción es desconocido e inquietante. Desde la aparente simplicidad de las habitaciones y las galerías, hasta las desconcertantes estancias en las que se llevan a cabo conferencias y quién sabe qué más. Desde los acólitos taciturnos que conforman la sociedad secreta hasta los desconcertantes maniquíes en posturas poco naturales ubicados en distintos puntos del recinto. ¿Por qué esas puertas de colores? ¿Qué función tienen esas pantallas que se despliegan de repente para mostrar escenas silenciosas de horror, de catástrofes y de espanto? ¿Cuánta gente hay realmente allí entregando su vida de forma prematura a una causa cuyo final se desdibuja en un horizonte lleno de incertidumbre?

Don DeLillo, a quien no deja de elogiar la crítica, el público u otros grandes autores actuales como Auster, Pynchon, Foster Wallace o Martin Amis, nos ofrece en Cero K una historia que nada en las aguas del final de nuestra especie. Como ya se apunta en la primera página: “Todo el mundo quiere apropiarse del fin del mundo”, y DeLillo no es una excepción. La ciencia, la religión, el cine o el arte, tampoco. Existen versiones del Gran Final en el formato que queramos. Incluso se podría decir que en las últimas décadas, esta cuestión se ha convertido en un género al alza: nunca antes habían coincidido en tan poco espacio de tiempo tantas creaciones de temática apocalíptica o postapocalíptica. Desastres naturales, guerras mundiales seguidas de inviernos nucleares, pandemias terroríficas, invasiones alienígenas, muertos que se levantan, meteoritos amenazantes, juicios finales, soles que se apagan. Quien más y quien menos tiene su teoría acerca de cómo acabará todo.

Puede que sintamos que no estamos haciendo las cosas bien y que esto nos pone cada vez más cerca del último capítulo. El Reloj del Fin del Mundo parece hacer tic tac demasiado rápido. En cualquier caso, este temor despierta el instinto de conservación y sea a través de manuales de supervivencia o de libros sagrados, buscamos la manera de llegado el caso, prevalecer. La manera que nos propone DeLillo en este libro de filosofía-ficción une una idea tan actual como la criogénesis con algo tan antiguo como la fe: el resultado es una historia intrigante, narrada de un modo tan frío y aséptico que recuerda al escenario en el que todo acontece, como si DeLillo quisiese expandir la literatura más allá de sus límites en papel -o digitales- y hacernos partícipes de la pesadísima soledad en la que viven sus personajes, seducidos por el misterio de un más allá con un sinfín de preguntas.

¿No nos define la muerte? ¿Qué será de nuestras instituciones, del dinero, de Dios? ¿De qué escribirán los poetas, qué pasará con la guerra? ¿Habrá suficiente espacio para todos? ¿Nos transformaremos en una sociedad de viejos aletargados, qué ocurrirá con los que sí mueran por falta de acceso a esta nueva tecnología de la vida eterna? ¿Qué significa morir? Si eliminamos la muerte, ¿veremos surgir un movimiento suicida/homicida que trate de restaurar el curso natural del ser? Desde su extraordinario principio, Cero K se encarga de plantear preguntas más que de ofrecer respuestas. ¿Qué haríamos nosotros en un caso similar? Las posturas ante tal conflicto se encarnan en este libro en un hombre más marido que padre a quien la muerte le resulta inaceptable, en una mujer a quien la enfermedad ha llevado a abrazar nuevas creencias, en un hijo quien tal vez por encontrarse en otra etapa de la vida o como reacción, desea mantenerse al margen de la inmolación.

Eludir la muerte lanzándose de cabeza a un futuro desconocido. Un todo o nada. Quién sabe si la técnica para revivir a los congelados llegará algún día a descubrirse, y en tal caso, quién sabe cuánto tardará. Quién sabe si las instalaciones frigoríficas no serán destruidas por el camino o si se producirá algún fallo no previsto y todo el sistema se vendrá abajo. Quién sabe cuánto tiempo podrá pasar antes de que los habitantes del futuro decidan devolver a la vida a sus ancestros, quién sabe si como en el film Pandorum, uno no descubrirá con horror que está abriendo los ojos a un presente sobrecogedor y que su última decisión fue un error mayúsculo. Como siempre sucede, la realidad terminará por superar a la ficción: ya hay empresas que ofrecen la eternidad que propone DeLillo. ¿Quién quiere entrar en la nevera?

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