‘Captain Fantastic’ devuelve al primer plano al cosmopolita actor de origen danés, nacido en Nueva York, criado en Argentina y con domicilio en Madrid; su interpretación brilla en una emotiva película
VALENCIA. Buena parte de la magia del cine reside en los actores. Por eso no es de extrañar que algunos intérpretes logren firmar grandes películas cuando dan el salto tras las cámaras. La nómina es inacabable y abarca desde Charles Chaplin a Orson Welles, pasando por estrellas consagradas como Liv Ullmann, Paul Newman o Robert Redford, mitos de la posguerra europea como Vittorio de Sica o Fernando Fernán Gómez, shakesperianos como Laurence Olivier o Kenneth Branagh, casos recientes como la española Icíar Bollaín o la canadiense Sarah Polley, con una película (Charles Laughton) o con una larga carrera (Clint Eastwood)… Los actores conocen los resortes de la interpretación, los matices de un gesto, de una mirada. Cocineros antes que frailes, saben a qué compañeros les pueden sacar partido y a cuáles no, cuáles son los momentos de lucimiento y cuáles no, y es desde las interpretaciones que logran poner en pie películas muy plausibles.
Cumpliendo con lo previsto, gran parte de los méritos de Captain Fantastic reside en la interpretación de su elenco. La película, que llega este viernes a las cartelera, tiene como director y guionista al actor Matt Ross (Silicon Valley, American Horror Story), quien ha hecho honor a esa norma no escrita (con sus excepciones) que sostiene que un film dirigido por un actor cuenta con un buen trabajo de intérpretes. Obra en estado de gracia, llena de matices y cotidiana, Captain Fantastic es con diferencia una de las mejores propuestas de este otoño entrante, un edificio imponente que se yergue sobre tres pilares: su protagonista Viggo Mortensen; el excelente reparto; y un guión modélico hasta en sus trampas y convenciones, que emociona al plantear cuestiones esenciales sobre las relaciones entre padres e hijos.
Inteligentemente, Ross ha renunciado al mensaje unidireccional y ha procurado realizar una película emocional e intelectual, “el Santo Grial” en sus propias palabras, planteando preguntas y no dando respuestas, forzando al espectador a buscar las suyas. Ésa libertad otorgada al público es la esencia de un largometraje que está seduciendo allá dónde va y que por el momento le ha reportado entre otros galardones el de mejor director en la sección Un certain regard del Festival de Cannes. No es el único que ha obtenido ni será mucho menos el último. El hábil libreto original narra como una familia hippy, liderada por un padre tan carismático como asfixiante, emprende un viaje para asistir al funeral de la madre. Podría parecerse a otros éxitos del cine independiente de los últimos años, como Pequeña Miss Sunshine (Jonathan Dayton & Valerie Faris, 2006). Pero tras su aspecto convencional (otra road movie más no, por favor) y su factura formal clásica, se esconde una propuesta más interesante y arriesgada de lo que viene siendo habitual, un film con más aristas de lo cotidiano.
Mención aparte merece Mortensen, el eje sobre el que pivota todo. Con su habitual solvencia se transforma en un superhéroe diferente, un hombre tan bienintencionado como equivocado, que asiste a la triste realidad de darse cuenta de que todos somos humanos y nos equivocamos. Esta salvedad que tiene la historia la transforma y hace de la película una invocación a escuchar a aquellos con los que en principio no tenemos nada en común, una cura de humildad en un tiempo en el que desde el mainstream y desde el mundo alternativo se celebran el individualismo más feroz, la exaltación del yo, más allá de cualquier compromiso que no sea con el de las propias ideas. Captain Fantastic nos recuerda esa obviedad que tantas veces se olvida, y es que nadie tiene toda la razón o, como diría Renoir, todos tienen sus razones.
Muy pocos actores eran tan idóneos para encarnar a este carismático Ben. Nominado al Oscar en 2008 por su papel en Promesas del este (David Cronenberg, 2007), Mortensen es uno de esos contados y refrescantes casos de estrella que ha sabido vencer a los oropeles del éxito. Músico, pintor, fotógrafo, poeta, generoso, algo solitario, bohemio, cosmopolita, el propio actor ha reconocido que tiene cosas en común con el Ben de la ficción y eso se percibe en su desempeño de un personaje que encaja mucho con el mito que le rodea. Si su papel es el de un hippy en unión casi cósmica con la Naturaleza, a él se le conocen anécdotas de antidivo, como las canciones que cantaba con la guitarra delante de una hoguera por las noches durante el rodaje de la trilogía de El señor de los anillos (Peter Jackson, 2001-2003).
Sin ser una película perfecta, Captain Fantastic es de lo mejor que se puede ver en la cartelera estos meses. La química con la que se desenvuelve en pantalla el protagonista con los seis actores que encarnan a sus hijos invita a pensar qué el rodaje fue un pequeño momento de felicidad en el mundo, algo que se traslada a la pantalla. El resultado es tan emotivo, que cabe no descartar una nueva candidatura al Oscar para Mortensen. Igualmente también es de esperar algunos (muchos) reconocimientos más para Ross en su doble faceta de guionista y director. Juntos han creado un personaje vivo y lo han rodeado de secundarios con tanta fuerza como el principal. Han sabido salpimentar los retos de un viaje iniciático con bocados de realidad, alcanzado un más que notable logro artístico.
Algo que no sorprende. La exigencia que ha demostrado a lo largo de su carrera Mortensen ha hecho de él un valor casi seguro. Si elige una película es porque tiene algo, y éste es otro ejemplo más. A diferencia de otras estrellas, Mortensen ha sido una persona que se ha labrado su éxito paso a paso, papel a papel, auténtica cultura del esfuerzo. Y es que pese a su atractivo físico, no se puede decir precisamente que lo haya tenido fácil. Comenzó su carrera cinematográfica de forma tardía. "La primera película en la que no me sacaron del montaje” como bromea él, fue su papel secundario en Único Testigo (Peter Weir, 1985), donde encarnaba al hermano del fallecido Alexander Godunov. Tenía 27 años, una edad en la que otros ya atesoran premios y millones y la oportunidad le llegó de casualidad.
En su caso, el simple hecho de convertir la interpretación en oficio era un triunfo. Parecía haber encontrado su sitio en el mundo tras haber hecho de todo, desde camionero a camarero, pasando por traductor de sueco en unos Juegos Olímpicos de Invierno, los de 1980 de Lake Placid. Fue haciéndose un nombre en el mundo del cine con papeles tan interesantes como el del hermano delincuente de Extraño vínculo de sangre (1991), el meritorio drama de Sean Penn basado en la canción Higway Patrolman de Bruce Springsteen. Sus trabajos con Brian De Palma, Tony Scott y en vehículos comerciales como Daylight (Pánico en el túnel) (Rob Cohen, 1996), hicieron de él una cara conocida. Pero no todo era de color de rosa.
Cuesta creerlo pero fue más veces rechazado que contratado. Según su propio cálculo, en más de 30 ocasiones llegó a ser finalista para muchos papeles y al final fue desestimado. Aprendió que la vida tiene mucho que ver con aquella frase de Samuel Beckett: Cae, cae de nuevo, cae mejor. Entre los papeles que perdió se encontraba, por ejemplo, el de Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1992), según relató Mortensen en un encuentro digital. Y él también rechazó algunos personajes de blockbuster, como el de Lobezno para la película X-Men (Bryan Singer, 2000). El papel también le fue sugerido a Russell Crowe y el elegido finalmente fue Hugh Jackman, propuesto a su vez por Crowe, si bien Singer quería a Dougray Scott. En su caso Mortensen tuvo que rechazarlo porque le coincidía con otro proyecto.
Al final tuvo suerte, ese poco de suerte que siempre hace falta, y le cayó de rebote (el azar rige el mundo) el papel por el cual se ha convertido en un estrella: el de Aragorn. Peter Jackson acudió a él desesperado después de haber despedido a Stuart Townsend, quien ya había filmado algunas secuencias como el personaje. Jackson consideraba demasiado joven a Townsend. Cuando le llegó la oferta Mortensen se hallaba de vacaciones con su hijo, que entonces tenía 11 años. Llamaron a su agente y le dijeron que se tenía que ir al día siguiente a rodar. Entonces no había leído la novela, así que no sabía muy bien de qué iba la historia. Por si fuera poco, desde la productora le engañaron diciendo que volvería a casa en enero, si bien le ocultaron que era enero del año siguiente, que el rodaje iba a durar 15 meses. A pesar del ardid no le sedujeron y Mortensen lo rechazó. Fue su hijo, quien sí conocía la novela, quien le explicó quién era Aragorn. Y remató la faena diciéndole: “Si no lo haces, eres un idiota”. Como buen padre, siguió el consejo de su vástago.
El éxito de la trilogía les pilló de sorpresa. A todos. No se sabía. Visto hoy, con perspectiva, parece una exageración, el gusto por la leyenda del film de triunfo inesperado, tan propio de la iconografía cinematográfica, pero la realidad es que se trataba de una apuesta arriesgada. La anterior adaptación de El señor de los Anillos de Ralph Bakshi, estrenada en 1978, se había quedado a mitad, sólo se rodó una parte, pese a que fue relativamente taquillera, y no estaba muy claro que las aventuras de capa, espada y magia creadas por Tolkien fueran a seducir al gran público. “Era muy arriesgado hacer eso, invertir tanto dinero [en una película]”, recordaba el propio Mortensen hace cuatro años en el programa Versión Española. “Pero bueno, salió y nos dio a los implicados otras oportunidades”. Entre ellas, en su caso, Alatriste (2006, Agustín Díaz Yanes) y, a nivel mundial, su trilogía con Cronenberg.
Ésta se inició en 2005 con Una historia de violencia, adaptación de un cómic de John Wagner y Vincent Locke, y tuvo su cénit en Promesas del este donde encarnaba a un miembro de la mafia rusa. Esta interpretación, acento incluido, le valió toda clase de parabienes, premios y nominación a los Globo de Oro y Bafta, además de la mentada al Oscar al mejor actor. La tríada de colaboraciones, a la espera de nuevos encuentros, se cerró momentáneamente en 2011 Un método peligroso, nueva nominación al Globo de Oro, donde encarnó a Sigmund Freud. No sólo de Cronenberg vive el hombre y además en este tiempo ha protagonizado productos tan interesantes como la adaptación de la novela La carretera de Cormac McCarthy que dirigió John Hillcoat en 2009.
También se ha permitido lujos como rechazar el regreso al mundo de El Señor de los Anillos en la trilogía de El Hobbit (P. Jackson, 2012-2014) y desestimar retomar su papel de Aragorn con un argumento incontestable y artístico: su personaje no formaba parte del libro. Igualmente se le ha vinculado para interpretar a varios personajes de Marvel, entre los que se encontraba el Doctor Strange, dos papeles diferentes en una de las últimas producciones con Superman o el cazador de Blancanieves y la leyenda del cazador (Rupert Sanders, 2012).
Su vocación se ha dirigido más a producciones modestas, pequeñas, sutiles como pompas de jabón. Es el caso de Jauja (Lisandro Alonso, 2014) para la que también compuso la banda sonora y que presentó en Valencia, en la Filmoteca. Mortensen evidenció durante su breve paso por la ciudad su carácter accesible y, tras la presentación, fue a cenar con una prima suya que vive en la Comunidad. El director de la Filmoteca, José Luis Moreno, recuerda cómo se comportó afable. “Es de trato cercano y su compromiso artístico es indudable, como demuestra que apostara tanto por un film independiente como Jauja y pusiera tanto de su parte por venir a presentarlo a la sala Berlanga cuando la película ya tenía la carrera comercial concluida”, explica.
Las anécdotas sobre él hablan de una personalidad tan poética como el Ben de Captain Fantastic. Durante su etapa en Madrid como estudiante de español de la St. Lawrence University, Mortensen se encontró un perro abandonado en el Retiro y se lo llevó a la familia que le había acogido, que lo acabó adoptando. Durante el rodaje de El señor de los anillos en Nueva Zelanda, trabó amistad con uno de los maquilladores del film, José Luis Pérez, madrileño de Lavapiés criado en Australia durante 30 años. Juntos veían una vez al mes Los santos inocentes (Mario Camus, 1984), una de sus películas favoritas. De aquellas sesiones de videofórum surgió una amistad que hizo que Pérez se incorporara años después al rodaje de Alatriste.
¿Qué se puede pensar de alguien quién dice que lo que hace para ser feliz es dormir? ¿Apetece o no tomar una cerveza/café/té con él? Gran aficionado al fútbol, fanático del San Lorenzo de Almagro (como el papa Francisco) y del Real Madrid (nadie es perfecto) se le puede ver pasear por la Gran Vía de Madrid, calle donde tiene su casa con la actriz Ariadna Gil, con la que mantiene una relación de años. Si le admira, no le diga nada; déjele en su mundo y vea sus películas en el cine, como este meritorio Captain Fantastic. A los superhéroes hay que cuidarlos; sobre todo, a los de carne y hueso.