VALÈNCIA. Desde la década de los ochenta la violinista de origen ruso Viktoria Mullova se ha labrado un reconocimiento internacional que está fuera de toda duda. Parto de que no soy gran aficionado a su sonido, ausente de vibrato, y sus interpretaciones cabalgan entre lo historicista y las lecturas más “modernas” o mejor dicho románticas. No hace falta ser un lince para concluir que Mullova no se encuentra ya en su mejor momento, sólo hay que bucear en antiguas grabaciones suyas en vivo, para llegar a esta conclusión. Para esta visita no alcanzo a saber si se acompañó de su Stradivarius o bien del Guarneri del Gesú. En todo caso, al menos en esta ocasión, demasiado instrumento para la interpretación escuchada. A ver, estamos ante el, cronológicamente, primer gran concierto de carácter virtuosístico de la literatura, un auténtico tour de force, y abordarlo con un mínimo de calidad no está al alcance de cualquiera, pero aquí hablamos de una de las violinistas más afamadas de las últimas décadas y la lectura ofrecida por Mullova no se corresponde con la fama que le precede. Se ayudó de partitura, al menos para seguir las líneas maestras del extenso concierto, lo que no es habitual en solistas de esta experiencia, teniendo en cuenta que el opus 61 es uno de cinco grandes conciertos del repertorio y por ende de los más programados. Quizás, tal como reza el programa de mano, Mullova se ha centrado en otras músicas y es posible que esta obra la tenga menos fresca. Y se notó.
El inicio ya evidenció que la cosa no iba del todo bien con un repertorio de desafinaciones y problemas en la colocación de las notas. Se le vio agarrotada a lo largo y ancho de la interpretación dando la sensación de estar “salvando” el muro que supone esta extensa y exigente obra. Se nota cuando un solista no disfruta y se dedica a salvar escollos. Los trinos salían a trompicones, e incluso pudimos ser testigos de más de un “embolic”, como diríamos por aquí, en la digitación lo que, puede suceder, pero en músicos de este nivel es algo poco habitual. El sonido sin demasiado cuerpo, por momentos tampoco corría por la sala y en ocasiones mostraba extraños cambios de color en las notas sostenidas que evidenciaban, quizás, problemas con el arco.
La reducida orquesta de Valencia, dirigida por el titular Ramón Tebar no ayudó en lo más mínimo, con una lectura para salvar los trastos, desangelada y falta de alma en la expresión, una cuerda raquítica, en especial con un primer movimiento que dejó mucho que desear.
Tras una decepcionante primera mitad, iniciada sin solución de continuidad por las medidas de seguridad impuestas por la pandemia, se interpretó una séptima beethoveniana con una orquesta fuertemente reforzada con la que nos fuimos a casa con mejor sabor de boca, vistos los resultados de la primera parte de la velada. No podemos pedir a Tebar gran imaginación y personalidad en sus interpretaciones. Es un director suficientemente preparado para cumplir, pero pienso que no nos va a deparar muchas sorpresas agradables. Suficiente es que todo esté en su sitio. Digna fue la lectura de esa obra maestra que es la séptima beethoveniana y con ese sabor de boca nos fuimos a casa, sobretodo por un intenso movimiento de cierre.
Comenzó el poco sostenuto con cierta falta de tensión, y me hizo prever una lectura soporífera de una sinfonía que si hay algo que no admite es que nos aburramos. Con la entrada del tema principal la cosa se animó algo más iniciándose una interpretación que fue de menos a más, finalizando con Allegro con brio ciertamente notable. La cuerda, bien es cierto que triplicada en relación con el concierto precedente se contagió de los magistrales pentagramas y protagonizó un opus 92 más que digno. Al contrario que lo sucedido en el concierto de violín, Tebar, mucho más implicado en esta obra, y los profesores de la orquesta, doblegaron la intensidad con una respuesta a la altura de la partitura que tenían entre manos. Lo mejor un presto, a modo de scherzo, preciso y virtuosístico, en el que se puso de manifiesto de forma excelente, en el trío, esa nota pedal de la cuerda aguda, en lugar de la grave, que acertadamente destaca César Rus en sus excelentes notas al programa, como inaudito hallazgo en la literatura sinfónica hasta la fecha. No tuvieron una noche especialmente feliz los solistas de la formación si exceptuamos a un Javier Eguillor excelente toda la velada a pesar de estar situado en una posición en el escenario, rodeado de pantallas protectoras, que no le favorecía.
Ficha:
2 de diciembre de 2020
Obras de L.V. Beethoven
Viktoria Mullova, violín
Orquesta de Valencia
Ramón Tebar, director musical