No solo de oportos y madeiras vive y bebe el país luso
VALÈNCIA. Hoy los musos (que no los muslos) se esconden detrás de un fado (que no una falda). Tan cerca que besan, tan lejos que lloran. En esa tierra que se sabe graciñosa vecina de breves momentos y furtivas miradas entre toallas, azulejos y un solo gallo. Y nos encanta, eh, pero Portugal es mucho más. Es cultura y memoria, ni mejor ni peor, ni verdad ni mentira. Es verse bien en el correteo de cada día por sus callejas y paisajes.
Es luz estupendísima reflejada en cada copa. En cada copa de vino, claro, del vino más hedonista, el portugués.
Y es que no sólo de oportos y madeiras vive y bebe el país luso. El de paisajes de abruptos terrenos que van del granito a la pizarra, de arcillas, calizas y arenas. Y de esquisto, mira que listo. Con viñedos de variadas variedades del pálido color de alvariño, arinto, loureiro o bical; y del rojo oscuro de la touriga nacional, la aragonés, la baga o la trincadeira. Uvas que aquí se suelen mezclar como manda la tradición y es que en la variedad está el gusto, el más y variopinto. El de mestizajes y mescolanzas de divertidas andanzas, aunque los nuevos tiempos también han hecho hueco a los monovarietales, vale. Desde el norte del vinho verde al sur del Alentejo en un rústico camino que respeta lo que da la tierra evitando atuendos innecesarios. Un recorrido que haremos sin orden ni concierto, pero casi siempre con acierto, porque mira que están ricos, y encima a muy buen precio.
Es el momento de relajarse, acercarse a la praia y mirar al horizonte vino en mano. Mordisqueamos un pastelito de Belem mientras pensamos que sí, que Portugal es dix points y volveremos mucho. Simedalagana y me dará, tralará. Y así, filosofando de baratillo y aunque nada es de nadie, nos veremos en breve, en un par de semanas.
Porque yo sí, soy muy vuestra, A-M-I-G-U-I-S.