Encuentro, como otros muchos que, tras el pasado partido contra el Real Madrid, las sanciones impuestas al València se encuentran desequilibradas. Por más que repugne el racismo y otras manifestaciones de odio, por más que quienes insultan y desprecian sean unos cobardes que se amparan en el anonimato de las masas, el cierre de una parte del Mestalla y la retirada del castigo al propio Vinicius, por su agresión a un jugador valencianista, suena demasiado a un tipo de pena que, para mostrarse ejemplarizante, ha tomado al València como cabeza de turco.
Las pruebas no dan de sí semejante tremolar de campanas. Al menos, si se las contextualiza y ponen en relación con otros episodios similares que han recorrido diversos campos de juego españoles. Y, por si ello no fuera suficiente, la novedad de imponer un castigo que incluye el indulto al puñetazo propinado por el futbolista brasileño, tampoco parece acompañar el estímulo de la ejemplaridad: ¿o será que la deleznable acción de unos asistentes al partido resta valor e importancia a la agresión física entre jugadores?
Pero, más allá de lo que ya está discutido y sometido a apelación, esta triste historia nos esclarece algunas cosas que, sólo en parte, guardan relación con el deporte. Entre estas últimas, la debilidad del València como equipo y como organización empresarial. Un València situado entre los primeros de la Liga, con una afición atrapada por la ilusión y unos gestores solventes hubiese resultado ser un hueso más duro de roer, llegado el momento de valorar hechos y sanciones. No ha sido el caso y, como sucedía en algunos colegios, se ha castigado con particular dureza a quien estaba entre los últimos de la fila. Para salir de este triste destino los aficionados deberán plantearse algo más que manifestaciones aisladas o aletear de pañuelos contra los gestores de una entidad deportiva entretenida en desguazar la competitividad de su equipo.
Esa misma afición merece ser consciente de que el marco que habita el València, cuando se enfrenta al Real Madrid, empeora todavía más su situación, como ahora se ha comprobado. Al fin y al cabo, por más que se empeñen éste y otros medios valencianos de comunicación, el Eje mediático asentado en la ciudad y Comunidad de Madrid persigue, cotidianamente, ser la voz monopolizadora del periodismo español aunque sus preferencias se encuentren sesgadas a favor de los clubes madrileños y de ese expositor de aparente patriotismo (futbolístico y no futbolístico) que es el Real Madrid. Ya saben: Marca España.
Por más que el València pueda discutir y probar lo que tenga a bien, el Eje mediático ya ha dogmatizado el relato aceptable. Un relato que no duda en rehuir flecos, matices y contradicciones para subrayar que el racismo sólo resulta significativo en València. Anatematizado el culpable, los mismos medios esparcen, a continuación, un hipócrita discurso que sitúa a la Federación, la Liga y ciertos equipos como imagen de la caballerosidad y del fair play, con el Real Madrid como cabeza artúrica de tan noble mesa redonda. Que unos aficionados del Atlético de Madrid hayan sido detenidos como autores de un linchamiento simbólico del mismo Vinicius apenas supone una anécdota molesta: no se admiten inferencias que vayan más allá.
La afición valencianista también puede pensar, con razón, que el rasero aplicado al València se debe a la trascendencia internacional que ha adquirido el episodio Vinicius. Que el presidente de Brasil, recién salido de una reunión del G7, se haya hecho eco de lo sucedido en Mestalla, ha tenido su influencia. El presidente Lula ha hecho público su apoyo al jugador de su país y ha aprovechado la ocasión para denunciar el racismo. Es lo que le corresponde como máximo dignatario de un país que, durante los últimos años, ha contado con el presidente Bolsonaro: uno de los artífices de ese extremismo gubernamental que ha ignorado los derechos humanos cuando le convenía, depredado el Amazonas y acosado a sus tribus nativas e invocado la desaprobación ante resultados electorales que le eran desfavorables. Lo que ha faltado en la reacción de Lula ha sido ligar su no al racismo a la posición que éste ocupa en su propio país y en otras áreas latinoamericanas.
De otra parte, la reacción del mismo presidente Lula, sin pretenderlo, ha ofrecido un espacio de oportunismo a quienes, desde cierto Madrid, se consideran caballeros custodios de la ya mencionada Marca España. Una Marca que da cobertura, entre otras empresas, a las grandes constructoras, incluida la presidida por el primer mandatario del Real Madrid, cuya implantación en Latinoamérica no resulta menor. Qué mejor momento, pues, para proclamarse heraldo del anti-racismo, como así ha hecho, empleando para ello la gorra futbolística y embelleciendo, con este gesto, el perfil empresarial que podrá mostrar al nuevo gobierno brasileño. Los negocios son los negocios.
Reacciones mediáticas y oportunistas aparte, el foco puesto sobre el Mestalla obliga a mostrar y subrayar La decencia colectiva del valencianismo. Y, a su vez, ésta conduce a superar las posturas pasivas ante lo delitos de odio que se produzcan dentro y fuera del campo. La policía, la seguridad interna y las cámaras juegan su papel, pero el mayor y más efectivo reproche es el de quienes reprenden y acallan con sus voces los insultos de esa minoría de bárbaros que avergüenza a la generalidad de los ciudadanos valencianos y cuyo valor sólo se sostiene cuando los restantes aficionados optan por la indiferencia. También en el fútbol la Comunitat Valenciana merece ser un espacio pionero en la exposición y defensa de los mejores valores deportivos.