A pesar de haber estado vinculado durante casi cuatro décadas a la información cultural, confieso comportarme todavía como un visitante anónimo más de exposiciones, conciertos, estrenos teatrales, actividades varias y otros saraos. O sea, un outsider. No me mueven los vernisages. En ellos hay demasiada…Así que prefiero disfrutar como un solitario, o un simple acompañante, de los eventos a fin de que no me muevan obligaciones y menos se me exijan o me sienta obligado a algo de lo que siempre he huido.
Sin embargo, no suelo perderme aquello que llama mi atención o no lo hace pero me ayuda a estar al día de lo que sucede en mi ciudad y sacar conclusiones que suelo guardar o compartir con allegados como un simple ciudadano más. Es una forma de disfrutar del anonimato y el momento y ver las cosas desde otra perspectiva, esto es, desde el silencio.
Soy un asiduo. No lo puedo negar. Siempre me ha movido la curiosidad. Tampoco pongo fechas ni inquietudes. Dejo pasar el tiempo hasta que cumplo con mi obligación, o el mero deseo de descubrir algo desde el silencio. Sin obligaciones inmediatas ni justificaciones terrenales.
Por ejemplo, soy un fijo de las exposiciones de la Fundación Bancaja. Todas ellas, he de admitirlo, suelen tener gran interés. Son proyectos muy cuidados y bien elegidos. Otra cosa es el tiempo y los recursos que le ayuden a mantener ese ritmo, que ese es otro cantar, o la fluidez comunicativa de la que puedo o no disponer con regularidad.
Hace unas semanas me dejaba caer por su sede de nuevo para disfrutar de la exposición de Oteiza/Chillida, la distinta mirada a nuestro paisaje según los ojos de Lahuerta, Porcar y Lozano y la retrospectiva dedicada a José Sanleón. Tres muestras de alto nivel en su género y época.
La primera era digna de cualquier museo nacional, la segunda una oportunidad de recuperar la obra de tres paisajistas valencianos con miradas diversas pero intensas, y la tercera de un artista que conozco bien, al que siempre he seguido y con quien mantengo una buena relación desde hace décadas.
He de admitir que, vista en su conjunto, la del artista de Catarroja es una de las mejores exposiciones que he presenciado de él en años porque permite sintetizar en un recorrido una producción tan inquieta como nerviosa y excitante ya que recorre treinta años de libre creación en series como El esclavo, Laberinto, Manhattan, Domus Dei, Seu o Devesa, la última y en la que empezamos a descubrir un nuevo Sanleón, pero ávido de peregrinaje interior.
La exposición está integrada por un centenar de piezas en diferentes técnicas lo que manifiesta la inquietud y el inconformismo creativo de su autor; bien montada, justa y valiente.
La visita me permitió volver la vista atrás y entender mejor o de otra forma el trabajo de este artista incansable y que siempre se ha reinventado sobre sí mismo y sobre su propia obra, ya sea con el dibujo, la fotografía, el collage, la escultura, la pintura, la intervención sobre materiales denostados o la más pura abstracción pero de una potencia estimable.
A partir de un gesto en determinadas series, la muestra de Sanleón permite acercarse al artista de un manera contundente, pero al mismo tiempo recorrer o recordar historia de la ciudad gracias al recuerdo de la mayor bronca que se recuerda relacionada con el arte tras la persecución y destrucción de su escultura El esclavo a las puertas del IVAM y de la que fui testigo directo -sólo creo que faltaría o le falta una mayor explicación al respecto porque yo mismo tuve que explicar a algunos visitantes las razones del suceso- como la nueva serie en la que el artista se haya envuelto y dedicada a la Albufera de Valencia y que es un bellísimo ejercicio de mirada deslumbrante, colores escuetos y síntesis del paisaje más próximo, más deslumbrante.
Exposiciones como estas o dedicadas a una generación de artistas que a veces parece que hemos dejado de lado o sobre los que incidimos poco son más que necesarias aunque algunos museos y salas de exposiciones hayan dejado de lado inexplicablemente a una generación que es la que cubre una brecha generacional que es necesario tener a mano para comprender que no todo es de los de siempre o lo que solo ha historia quiere recordar, pero de un alto conocimiento y valores estéticos para poder conocer o rememorar de hecho nuestra evolución en el arte contemporáneo.
A veces, y aunque no nos demos cuenta, los museos que consideramos de referencia son absolutamente institucionales y apuestan por productos externos que no siempre alcanzan el nivel y en el fondo se repiten en el tiempo, algo que nos devuelve al mismo punto de partida y no nos permite avanzar porque su difusión o promoción está a la misma altura que el oficialismo de rigor y manido o el supuesto criterio de un mismo conocimiento que acaba repitiéndose en el tiempo, exposiciones que a veces parecen organizadas para justificar un momento, una gestión o un espectáculo pasajero con el que hacer ruido.
Sin que sirva de precedente o también, las exposiciones de la Fundación ponen el foco en aspectos muy interesantes repartidos a lo largo de un siglo de nuestra historia. Y además son muy ilustrativas y reconfortantes. Como la de Sanleón o en su día la dedicada a Sebastià Nicolau, entre otros. Buen trabajo. En ambos casos fue como viajar en el tiempo y comprobar que los pasos dados estaban acertados. Tenemos grandes artistas a los que el tiempo va poniendo en su sitio gracias a este tipo de proyectos. Que por sí mismos han sido, y lo mejor, son. Y no son palabras de amigo o conocido. Si no de un simple visitante. Por suerte anónimo y sin compromiso alguno.