Connie lleva casi tres años residiendo en la Marina de València. "Esto es un oasis y nos arreglamos súper bien", dice sobre pasar la cuarentena en un barco de once metros de eslora
VALÈNCIA. El día que Consuelo Blache, Connie, se bajó happn, una aplicación para citas, ella se conformaba, aquel agosto de 2016, con encontrar a un hombre interesante. Alguien con quien sentarse en un restaurante de Buenos Aires, beberse una Quilmes y charlar un rato para conocerse. Lo que no se esperaba Connie es que este hombre le cambiara la vida de arriba abajo. Que Julio, un argentino que había pasado catorce años en Valencia trabajando para la Copa América y la Med Cup, la sentara un día y le propusiera dejarlo todo y marcharse a España para vivir en un barco surcando el Mediterráneo.
Un año después de bajarse esa app, Connie vivía ya en la Marina de València. Su casa tiene nombre, Smile, un Jeanneau Sun Rise de 35 pies, algo menos de 11 metros de eslora. Y lo que tampoco se esperaba esta porteña de 44 años, ni tampoco Julio, ya su marido, de 45, es que acabarían confinados en su pequeño velero, con apenas diez metros cuadrados habitables, por culpa de una pandemia.
"Ya ves, aquí estamos", explica por teléfono -la prudencia manda- Connie Blache, de apellido francés y nacionalidad, además de argentina, italiana. Pero se apresura a romper los prejuicios. "Es un velero no muy grande con dos camarotes, un baño y el salón. No deben ser más de diez metros cuadrados. Pero a eso hay que sumarle la bañera, que es un espacio adicional, abierto, del barco donde los días lindos se está de lujo. Esto es un oasis y nos arreglamos súper bien". Y luego tienen el pantalán, que sería algo así como la terraza de su vivienda.
Aquel día que Julio le propuso dejarlo todo para marcharse a otro continente, Connie no le tomó muy en serio. "¿Pero tú estás loco?", fue su réplica. Ella tenía una buena vida. Trabajaba como funcionaria en el mítico teatro Colón de Buenos Aires, un templo de la música culta, y era feliz. Pero sus hermanas rascaron un poco más. "Es lo que siempre habías soñado", le acuciaron. "Tardé seis meses en dejar el trabajo, vaciar mi departamento, vender algunos muebles, regalar otros... Empecé a hacerlo a principios de 2017 y en julio ya estábamos aquí. Ya llevamos casi tres años y aún hay días que me despierto y pienso qué hago acá; pero soy muy feliz".
Antes de venir se casaron. "Pero fue algo pequeño e íntimo. Yo no podía soportar más emociones y, por mi parte, solo vinieron mis hermanos porque Julio me dijo que si no les invitaba, me iban a matar. Ahora sí me apetecería hacer una celebración mayor, hacer un gran asado y juntar a toda mi gente...".
Nada más llegar a España se pusieron a buscar un barco. Después de mucho indagar, les convenció el velero que ahora es suyo. Fueron a por él hasta Cambrils, en Tarragona, y se lo llevaron puesto. Lo estrenaron costeando hasta Valencia. A bordo de Smile ya han recorrido las Baleares. Menorca, Mallorca, Ibiza y Formentera. "Casi que conozco ya todas sus calas", presume mientras dialoga por teléfono desde su barco. Julio ha salido a por algo y ella intenta describir la calma que reina en la Marina a causa del confinamiento. "Esto generalmente es muy tranquilo, pero los fines de semana viene más gente a pasear por aquí. Pero ahora no viene absolutamente nadie nunca. Yo estoy fuera del barco y no se escucha ningún ruido. Es sobrecogedor. Aquí, normalmente, en este pantalán, estamos solo cuatro barcos, pero hay dos que no los veo, deben haberse ido a casa. Así que quedan unos chicos, que también son argentinos, y nosotros. Nadie más. A veces pasa la policía o la autoridad de la Marina, y nadie más".
Su chico trabaja en el Club Náutico en una tienda especializada y ella ha empezado a buscar un empleo. Aunque, cuando vieron que iban a estar confinados, tuvieron la tentación de soltar amarras, zarpar y dirigir la proa mar adentro. "Era una idea muy romántica, pero entonces nos dijeron que estaba prohibido salir a navegar". Así que les tocó quedarse en en el pantalán.
Allí matan el tiempo como cualquier otro ciudadano de tierra adentro. Netflix, tele y lectura. Ella está intentando aprender italiano, así que se ha puesto a leer La strada che va in città, de Natalia Ginzburg. "Aunque voy muy despacio porque tengo que estar consultando el diccionario todo el rato. También vemos los noticieros en la tele, pero sin cable, con lo que se coge con la antena, y las series. Julio se ha visto Juego de Tronos de tirón, y yo soy adicta a Cuéntame. Me enganché en la Argentina y soy fanática de Merche y Antonio. Es mi familia. Son 360 capítulos y ya estoy acabando. Imanol es mi ídolo máximo. Ay, mis queridos Alcántara...".
Y luego llevar la vida tranquila que han elegido. Sin grandes prisas, sin lujos, ni alardes. Paz y agua a su alrededor. "Pero tampoco necesitamos mucho más, vivir así es una filosofía de vida, de no necesitar mucho. Lo más raro es no ver a nadie en todo el día. Se hace extraño".
Connie y Julio son felices en Valencia. Llevan una vida plena. Y les gusta la ciudad. “La gente me encanta, me siento como en casa. Me encanta su forma de ser: las terrazas, las cañas, las tapas, las charlas... Y me encanta la gente grande. Hago un voluntariado en la Cruz Roja, acompañando a personas mayores que están solas y me recuerdan a Herminia (el personaje de Cuéntame). Gente que te relata cómo era la España de antes, la Guerra Civil. La historia de la tierra madre. Y luego aluciné con las Fallas".
Por la mañana, cuando volvía de hacer la compra, le sorprendió la música que salía de las casas, la gente tocando los instrumentos en los balcones. "No sé qué era exactamente pero reconocía esa música". Lo que Connie aún no ha escuchado son los aplausos y las caceroladas de la noche. "Aquí no se oye nada. Aquí solo hay silencio. Y eso, perdérmelo, me da tristeza".
Pero sabe que hay que ser riguroso con el confinamiento. El Covid-19 ha llegado a Argentina, donde viven tres de sus hermanos -el quinto está en Berlín-. Como van con unos días con retraso con respecto al contagio extensivo de España, les llama y les advierte de la importancia de tomárselo en serio, de quedarse en casa, de tomar precauciones. "Se lo explico por adelantado. Porque lo que pasa aquí, en cuestión de días sucede allá". Son momentos difíciles. Pero Connie, al menos, sale a la bañera del barco y aspira la brisa del mar. Está en un lugar muy pequeño. O muy grande. Según se mire.