VALÈNCIA. El fútbol ha vuelto, razón de más para ser felices. Ya se puede quedar con los amigotes en el bar y cantar los goles de tu equipo. El Valencia la pifió en el último minuto, con un penalti absurdo, a lo que la afición está acostumbrándose. Ganaron el Barça y el Madrid. Hay cosas que nunca cambian, con vieja o nueva normalidad.
El equipo de mi tierra volvió a perder, esta vez en casa. Nos vamos directos a 2ªB.
Vuelvo a ver a mi sobrino Arturo. Le he regalado un juego de magia; no todo van a ser libros. Y le ha gustado. Hemos quedado en que la próxima vez que nos veamos tendrá que hacerme un truco. Acepta antes de sentarse en el sofá a ver dibujos en una pantallita. ¡Cómo odio estos cachivaches electrónicos en manos de un niño!
El Ministerio de la Verdad, conocido también como Ministerio de Igualdad, ha reprendido a una empresa madrileña por utilizar en unas placas mensajes como "Aquí duerme una pequeña princesa" y "Aquí duerme un pequeño héroe". Sólo una mente enferma y totalitaria puede pensar que estos lemas atacan la igualdad entre los hombres y las mujeres. Algunos se toman a risa estas advertencias, pero empiezan a dar miedo porque reflejan una caza al disidente, una persecución contra aquellos que no comulgan con la verdad revelada del progresismo gobernante.
El PSOE quiere también prohibir el dinero en efectivo. La banca, que siempre ha estado a partir un piñón con los socialistas, estará muy contenta. Más tarjetas, más comisiones, más gastos, más negocio. Sus promotores justifican la medida para combatir el fraude fiscal. Siempre lo hacen todo por nuestro bien. Sin embargo, lo que se proponen es el control absoluto de los ciudadanos: saber cuándo, cuánto y en qué te gastas tu dinero.
Un pasito más hacia la dictadura orwelliana.
Este fin de semana he conocido por fin al párroco del pueblo. Tenía ganas. La excusa ha sido encargar una misa por el sufragio del alma de mi tía Remedios. En la sacristía le he agradecido que haya mantenido abierta la iglesia durante el estado de excepción. Muy pocas lo han hecho. Gustavo me dice que en donde ejerció el sacerdocio, en la zona del lago de Como y la Toscana, los templos están siempre abiertos a los fieles. "No se llevan ni una vela", añade. Gustavo gasta la labia, la inteligencia y la ironía fina de algunos argentinos.
Las mujeres eran mayoría en la misa en que se ha nombrado a mi tía. Ellas asisten a los curas y aseguran, con su trabajo desinteresado, que las parroquias sigan funcionando. Retrasan el final.
Cuando yo estaba en las últimas, desesperado por no encontrar trabajo, Madrid me salvó la vida. Como prueba de agradecimiento siempre defenderé a la ciudad y a su gente, ahora con mayor motivo, cuando ciertos energúmenos piden a los madrileños que no acudan a sus playas por miedo al contagio del virus chino. "Madrileños, go home!", han escrito. Son desagradecidos porque pasan por alto todo lo que esos madrileños han hecho por el progreso del Levante feliz.
Lo peor de la vieja normalidad ha regresado con la precisión de un reloj suizo. A las puertas de otro verano, los policías del iaio Ribó vuelven con sus controles en València. A lo lejos he visto uno en la rotonda del barrio de San Marcelino; me ha dado tiempo a desviarme por otra calle. El año pasado, también por estas fechas, me pararon en dos controles. En el segundo me multaron con 100 euros por no haber renovado la ITV. Ahora creo que tengo todos los papeles en regla.
Con el dinero de las multas el alcalde podrá seguir financiando campañas estúpidas como la que pasean los autobuses urbanos con el lema "Molt més que clòtxina i xufa", ideada por un bukowski de Sedaví en horas bajas.
Si hay algo que ha resistido a la influencia maligna del coronavirus ha sido la estulticia de los políticos. No habrá virus que acabe con ella.
En estos últimos días del estado de excepción, en los que damos palos de ciego para volver a ser lo que fuimos, nos agarramos a las certezas que nos quedan. Son muy pocas las mías. El amor de mis padres, la misericordia de Dios, el placer de la literatura, la inocencia de mi sobrino y Aquarium. No había vuelto a Aquarium desde que Mariano Rajoy me dedicó sus memorias en El Corte Inglés. Y eso fue el 24 de febrero.
Todo estaba como lo dejé, como si la peste china hubiera sido un mal sueño. Cuatro camareros servían las consumiciones con solicitud y profesionalidad; una clientela clásica tomaba el vermú mientras hablaba de fútbol y negocios y yo, un advenedizo en este bar con solera, tomaba notas en los márgenes de un periódico.
En medio de la tempestad que aún nos zarandea, Aquarium es una de mis últimas certidumbres, un puerto seguro para arribar y alcanzar el descanso del guerrero. Sentado en una de sus sillas de escay verde, observo a la gente de la calle, que pasea alegre y confiada, gente guapa y adinerada a la que admiro. Todo esto me recuerda que todavía estoy vivo.
La desescalada en la Comunitat Valenciana dará inicio el 1 de marzo