La maldita pandemia del siglo XXI no ha sido ajena a la moda de crear conceptos para configurar un mundo nuevo (que no mejor), y uno de los más utilizados desde hace meses ha sido el de ‘nueva normalidad’, pero el sentir popular quiere volver a la normalidad, sin adjetivos
El uso y abuso de las palabras lleva a que pierdan su significado y en ocasiones incluso signifiquen lo contrario a lo que siempre habían significado, entrando en una confusión puesto que el lenguaje es la forma que tenemos los humanos para comunicarnos y entendernos. Es habitual que siempre que se abren debates sobre la incorporación de nuevas palabras, la RAE nos recuerde que la lengua es del pueblo y el uso y las connotaciones que le damos las personas, llegan a convertir palabras inventadas en términos normativos que se incluyen en las actualizaciones del diccionario.
No es el caso de las palabras que forman el concepto que la pandemia nos ha puesto sobre el debate público, ‘nueva normalidad’, ambas son palabras sencillas y que todos conocemos y usamos con relativa facilidad, aunque si queremos debatir podríamos preguntarnos qué es nuevo y qué es normal, hasta de esto habría posturas irreconciliables. Pero para entendernos, solemos llamar normal a lo que consideramos habitual y que hace la mayoría de la gente de nuestro entorno, por ejemplo, en España vemos normal quedar a comer a las 14h y no a las 12h como en otros países, porque nuestra forma de vida y nuestra cultura social marcan esas pautas. La normalidad en nuestro país y en nuestro contexto cultural era ir por la calle sin mascarilla, a diferencia de algunos países o ciudades asiáticas donde utilizan este incómodo complemento desde hace años, principalmente por las altas dosis de contaminación.
Cuando salimos de la etapa más dura en todos los sentidos del confinamiento, se empezó a utilizar el término ‘nueva normalidad’ y rápidamente recordamos esa idea de George Orwell en 1984 de crear un mundo nuevo y ficticio basada en la denominada por el autor neolengua. De alguna forma los peores presagios de la magistral novela parecían empezar a cumplirse en la vida real. Y por ello, cada vez más voces reivindicamos la idea de volver a la normalidad de toda la vida, la que vivíamos en 2019 y las primeras semanas de 2020. Cuando era algo impensable, y por lo que las gentes de izquierdas habrían puesto en el cielo (con razón), plantearse la prohibición, limitación o restricción de nuestra movilidad física, algo que el eterno y a veces caprichoso toque de queda nos ha metido en la mente y por ello cada vez que lo levantan nos sentimos libres y hasta agradecidos al poder que lo impone. Por no hablar de la cantidad de medidas inútiles e ineficaces que sólo generan una falsa tranquilidad en la ciudadanía mientras la someten y controlan.
La normalidad que los valencianos y los españoles en su conjunto necesitamos es aquella donde el recibo de la luz no es cosa de ricos y donde no se engaña a la gente diciendo que todo lo renovable es mejor y no explicando que por ejemplo, las placas solares se las compramos a China que las fabrica gracias a energía nuclear y contaminando más que cualquier continente; la normalidad que ansiamos es la de saber que cuando los gobernantes abusan de su posición de poder, existe un poder judicial independiente, profesional y serio que dirime y dictamina sin importarle qué partido le ha puesto ahí; la normalidad que deberían buscar los políticos es la que permitía a la gente ir por la calle sin miedo a ser atracado o golpeado por vándalos y salvajes de todo pelaje y condición; la normalidad que no parece querer el ejecutivo actual es la que premia el esfuerzo, la disciplina y el trabajo en la vida académica y profesional, no la que piensa que suspender o copiarse son anécdotas que no hay que tener en cuenta; la normalidad, en definitiva, debería ser no manipular con un lamentable cinismo y una verborrea infantil los valores constitucionales para dar a entender que los delincuentes y golpistas son un grupo de adoradores nocturnos en busca de comprensión, como acaba de hacer el presidente del gobierno con habitual perfidia. Ojalá este curso vuelva la normalidad.