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la nave de los locos / OPINIÓN

Vuelva, señor Rajoy

Es hora de admitir nuestra ingratitud a Mariano Rajoy Brey, presidente del Gobierno de España desde 2011 hasta 2018. Fuimos muy críticos con su gestión, pero no respaldamos su marcha tras una moción de censura apoyada por nuestros enemigos. Su figura se agranda después de que el país haya caído en manos de una partida de trileros

23/12/2019 - 

“Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!”.

Ignoro si usted, señor Rajoy, ha leído este verso del poema Los heraldos negros del gran César Vallejo. Sus críticos sostienen que sólo lee la prensa deportiva, como si hubiera algo malo en hojear el Marca mientras te fumas un habano. Se puede ser lector del Marca por la mañana y disfrutar, por las noches, de los cuentos de Scott Fitzgerald, aunque no creo que sea el caso.    

Hace pocos días recibió uno de esos golpes que la vida te reserva para recordarte que va en serio. Murió su hermana Mercedes, de manera imprevista, a los 62 años. Hace poco más de un año le dejó su padre y en 2014 su hermano Luis. Demasiados golpes, demasiadas tragedias, incluso para un hombre templado como usted. 

Reciba mis condolencias por el fallecimiento de su hermana. Esta muerte, inoportuna y dolorosa como todas las muertes, le llegó en un momento dulce, cuando su libro de memorias, Una España mejor, era y sigue siendo un éxito de ventas. Es lo que tiene la vida, que no hay que fiarse de ella. Te da una de cal y varias de arena. La vida ofrece un balance desfavorable, a veces hasta desolador, cuando se alcanza cierta edad y arden las pérdidas. 

En sus memorias recuerda la moción de censura presentada por el señor Sánchez, ganada con los votos de una conjunción de partidos a los que les une acabar con España. 

La inmensa corrupción del PP

Usted cayó por la inmensa corrupción que obstruía las vías de honradez y regeneración en su partido. Puede que mereciese la pérdida del poder pero de otra manera, de una manera más limpia, en unas elecciones generales. No fue así, y lo echaron. 

Hemos escrito palabras muy gruesas y burdas contra usted, fruto de nuestro carácter voluble que sólo busca epatar al lector. Le hemos reído las gracias a Federico cuando lo llamaba maricomplejines. Nos hemos mofado de la menina que fue su mano derecha en el Gobierno. Lo hemos atacado por tibio, cobarde y pusilánime en su gestión del lío catalán. Escrito está nuestro reproche por aplicar un 155 blando en la Generalitat, y más cosas. 

Dado que Felipe no está por la labor de volver, nos queda usted, señor Rajoy, como última baza para salvar un país que se va —digámoslo claro— a la mierda

Y ahora, después de toda la bilis vertida sobre su persona, nos arrepentimos y le pedimos, humildemente, disculpas. Fuimos injustos con usted, don Mariano, porque ignorábamos que un hombre de Estado maneja unos códigos muy distintos a quienes nunca hemos ejercido el poder sobre nadie porque el poder nos repugna. 

Su figura política se agranda a la vista de lo sucedido después de su marcha. Al frente de la nave del Estado hay una partida de trileros que amenazan con llevarse todo por delante. Usted es un titán de la res publica si lo comparamos con un presidente maniquí que nos desgobierna con un programa de mentiras y futuras traiciones. 

Madurar significa conocer los límites de la realidad y aceptarlos, nunca traspasarlos. Un político, cualquier político, debería partir de esta premisa antes de emprender su tarea pública. Usted, desde sus tiempos al frente de la Diputación de Pontevedra, cuando era el protegido de Romay Beccaría, comprendió que la política nunca nos hará felices. Su fin es otro. La política, entendida como el arte de lo posible, es la gestión realista de los problemas de una comunidad dividida por las pasiones y los intereses. 

Ironía y cinismo, sus grandes virtudes

El buen político nunca conquistará el cielo, espacio reservado para santos y fanáticos. A cambio, dejará las cosas mejor de cómo las encontró. A la luz de esta perspectiva, usted es un gran político, a quien admiramos ya sin reservas. Por lo demás, su ironía gallega y su cinismo inglés —virtudes en las que nos reconocemos sin dudar— lo convierten en un personaje simpático a nuestros ojos. Con usted sería fácil pasar una tarde de farra en la capital, bebiendo güisqui tras güisqui mientras comentamos el último partido del Madrid. Políticos así, educados, discretos y portadores de la elegancia de no creer en nada, ya no se encuentran, por desgracia.  

Si me lo permite, le pediría que considerara su regreso a la política activa. Dado que Felipe no está por la labor de hacerlo, nos queda usted como última baza para salvar un país que se va —digámoslo claro— a la mierda. 

Deje usted el registro de la propiedad y regrese a la política, aunque sea de ministro de Marina. Si Cánovas y Churchill, dos conservadores ilustres, lo hicieron, concediéndose una segunda oportunidad, ¿por qué no vuelve? Hágalo por España, pero sobre todo hágalo por mí y por mi madre, que lo tiene por un hombre de bien que se viste por los pies. 

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