VALÈNCIA. Decía Isabel Caballero hace tan solo unos días en Culturplaza que solo de pensar el simple hecho de pensar en un actor o actriz con mascarilla, el cerebro le hacía contacto. Algo parecido le debe ocurrir a un grupo cuando está acostumbrado a ver a su público botar y sudar y de repente les ven solo mover lo brazos levantados, de un lado para otro, sentados en una silla. Anoche ocurrió lo que casi ya no se esperaba: la música en directo. Entre la oleada de festivales y conciertos cancelados, volver a la sala podía ser algo parecido a una terapia. Y como si se tratara del control de un síndome de abstinencia, el resultado es algo así como un caramelo en la boca del que te gustaría que supiera más.
Ayer, tanto la sala 16 Toneladas como Loco Club reabrieron sus puertas, aunque envueltas en un protocolo de actuación que hace, por ejemplo, obligatorio el uso de sillas, la importante reducción de aforo y ciertos detalles a tener en cuenta como la obligación del gel hidroalcohólico. Empezó el primero a las 20:00, programando un doble concierto (además, con dos pases cada uno) de Las Víctimas Civiles y Cuello. Pasados casi los 20 minuto salía la primera de estas bandas, que hizo lo que tenía que hacer: su show aderezado con referencias clarísimas al coronavirus en un tono cómico. Héctor Arnau, el líder de Las Víctimas Civiles, tiene algo de Pablo Carbonell y algo de German Coppini, pero sobre todo, tiene muchísimo de Héctor Arnau, y con bromas nada elegantes, armó un concierto en el que las canciones sonaron como tenía que sonar y dejó al público con una sonrisa en la boca durante los 40 minutos de set. Si bien el público se mantuvo en el puesto con más o menos inquietud, fue en Canción Total cuando los culos se despegaron del asiento para botar de su parcela, casi sin moverse del sitio, sin pogos ni nada parecido. Un hombre utiliza su mascarilla como una corbata en el día de la boda de su sobrino mientras se espera al sorbete, es decir, en el aire y dando vueltas. Euforia contenida y no, a la vez. La nueva euforia.
Tras ellos, aparecieron Cuello, que durante 2019 bajaron su ritmo de exposición por los escenarios valencianos para terminar el que será su nuevo disco. En la misma sala, el grupo presentaba en 2015 su disco Trae tu cara junto a los desaparecidos Acapvlco. Este redactor recuerda de entonces pogos, muchísimo sudor, gente y gente y gente, y mucho calor. En esta ocasión, solo se mantendría (además de la electricidad innata de la banda) lo último, que provoca el particular ritual de que, a la tercera canción, Óscar -el batería- se quite la camiseta para poder seguir tocando. José Guerrero, el cantante y guitarra, agradeció la vuelta a los propietarios de la sala “que son los que lo han pasado peor”. El público, menos animado de lo habitual (claro), estuvo 40 minutos viviendo una extraña contención ante el desenfreno del punk de Cuello. A las 23:00 repetirían doblete, y hoy harán lo propio a las 20:00 y a las 23:00. En la cabina, Pepe de Rueda está acompañado por el inigualable Juan de Pablos, otro incondicional de la música en directo en València.
Ya a las 23:00, en el Loco, las sillas ordenadas por filas del 16 Toneladas pasaron a ser pequeños grupos de sillas agrupadas en distintos grupos. Cortaba la cinta reinaugural Wild Ripple, aunque la sala había acogido un concierto privado días antes. Todas las entradas estaban vendidas. El público del Loco Club era potencialmente más joven, y el grupo de música también lo era. Manolete Blanco y los suyos salieron con una buena sonrisa que mantuvieron durante todo el set. Estaban volviendo a tocar para alguien más que ellos mismos, que además podían ver justo frente a ellos. Igual como en la calle, la juventud es la menos escrupulosa con el protocolo indicado, y de eso se preocupó Lorenzo Melero, el dueño de la sala, que no paraba de dar vueltas para calcular mentalmente cuánto es eso de un metro y medio.
La pregunta del millón parece ser si se cumplieron todas las medidas previstas. La gente está a la expectación de cualquier irresponsabilidad para decir lo mismo que cuando unos niños jugaron una pachanga el primer día que pudieron verse (aunque se suponía que desde la distancia). La nueva normalidad, por mucho que digan, es tremendamente anómala, y afecta de lleno al comportamiento y experiencia de un concierto en directo. El protocolo se intenta cumplir a rajatabla por parte de la sala y con algunas excepciones por parte del público, a veces inconscientes, a veces poco cuidadosas. No hay más. En estas fases se han visto asimetrías muy extrañas, como los parques de los niños y las terrazas de los bares o como los alemanes con más libertad de movimiento que lo propio locales. Eso provoca una extrañeza a la hora de saber cómo comportarse, que tienen que resolver las personas que se ven, se saludan raro y no saben si abrazarse, o bailar, o dar una vuelta, o botar, o acercarse al escenario, está bien o no. Y cada persona resuelve la ecuación a una manera, y conviven decenas de respuestas distintas a la vez en la misma sala. La Generalitat ya ha anunciado que las sillas y el control de aforo se quedarán en la nueva normalidad, es decir, al menos unos cuantos meses. Será responsabilidad de cada persona el que, de esta desintonía actual, se imponga olvidarse de la alerta sanitaria, o naturalizar lo que ahora resulta totalmente innatural: tocar el cielo sin despegar el culo de la silla. Se supone que si hay algo que lo puede conseguir, eso será la música.
Mudhoney, The Psychedelic Furs, John Maus y Jann Tiersen son solo algunas de las figuras internacionales que protagonizarán el calendario musical de la ciudad durante los próximos meses. El inicio de la temporada viene marcado también por nuestra cita anual con el Truenorayo Fest y Volumens
Los conciertos de este fin de semana mantendrán el formato que han tenido hasta ahora ante la imposibilidad de interpretar el nuevo decreto a su contexto