la nave de los locos / OPINIÓN

We love you, Mariano

A la vejez viruelas me he hecho marianista. La tragedia que vivimos, estar a merced de un gobierno de pinochos y barrabases, ha hecho que vea a Rajoy con buenos ojos. Su figura y su obra se han engrandecido en estos meses. Incondicional de última hora, fui a que me firmara sus memorias. No me defraudó 

2/03/2020 - 

Yo también vivo en lío. Como hay tardes en que no sé qué hacer con mi vida, qué mejor manera que pasar una de ellas en compañía de Mariano Rajoy. Supe que firmaba su libro Una España mejor en El Corte Inglés de Colón, en València, y allá me fui con el mío (cuarta edición).  

Me confundí de metro y me bajé en Plaza de España. Cuando llegué, había una larga cola de seguidores del expresidente en la calle. Una azafata con una chaqueta roja, color que contrastaba con el tono azulón del público, me dio el número 68. Aún no me había quitado las gafas de sol. Tenía reparos de que algún conocido socialdemócrata me reconociera. Me dispuse a observar a la gente que aguardaba para ver al señor de Pontevedra. Entre quienes esperaban su turno había personas de todas las edades: desde jovencitos que se hacían selfis hasta señoras peripuestas que acababan de merendar en una tetería de l’Eixample. Niñas de colegio de pago jugueteaban con sus móviles de última generación mientras eran observadas atentamente por hombres solitarios e inquietantes como yo. 

Pese a esta aparente diversidad, todos coincidíamos en pertenecer a lo que Umbral, gran admirador del parlamentario Rajoy, bautizó como la “derechona”. Sí, la derecha clásica, moderada, la de las clases medias y los autónomos, la derecha conservadora, acomodaticia y ambigua, cobarde a juicio de los montaraces, la derecha a la que mis padres han votado desde los tiempos de Espartero. Uno ha dado demasiados tumbos ideológicos en la vida, y con los años y los desengaños comprende que a cierta edad los experimentos deben hacerse con gaseosa. Lo confieso: he vuelto a la casa del padre, al PP (Partido Posibilista), a la mayoría natural de la que hablaba don Fraga Iribarne cada vez que se ajustaba sus tirantes con la bandera de España. 

Entre gente educada y bien vestida

Esa tarde de lunes me sentí fenomenal entre gente tan educada y bien vestida. Hasta las niñas iban de marca. Hackett, Ralph Lauren, Carolina Herrera, Gant y, en la gama baja, Pedro del Hierro, como es mi caso. Olí a Chanel y Bulgari. Constaté las barbitas hípster en los muchachos; los jerséis de pico, las corbatas y los zapatos castellanos en los jubilados y el colorete discreto y el pelo rubio en las mujeres adultas (por cierto, ¿por qué esa atracción fatal de las mujeres conservadoras por las melenas rubias?).

A las 18:45 horas apareció Él, acompañado de Isabel Bonig. Enseguida se le acercaron algunos curiosos. Se hizo un selfi con un jovenzuelo. No les quitaba ojo. Al volver a la cola, escuché a una anciana decir:

—¡Ya lo he tocado!

Y le añadía a la que parecía ser una amiga:

—Le he le dicho que lo veo muy delgado y joven. Y él me ha contestado con sorna: “Usted que me ve con buenos ojos, señora”.

 

La cola avanzaba con rapidez. Cuando entré en El Corte Inglés repartieron el número 148. Había gente comprando el libro en ese momento. Creo que va por la octava edición. Entretanto, el expresidente seguía firmando sus memorias de guante blanco y saludando a sus admiradores, mientras los fotógrafos y los cámaras hacían su trabajo. 

Me sentí orgulloso de estar allí, al lado de un personaje histórico. Yo, que lo había criticado tanto por su gestión del golpe catalán y los problemillas con la corrupción; yo, que le había reído las gracias a Federico a su costa, iba a darle la mano, no una mano cualquiera, la mano de un expresidente que meció la triste cuna española.

Entre los rojos de Podemos y los palurdos de Vox, a los moderados siempre nos quedará una tercera vía, pragmática y razonable, que es la derecha del PP

Una derecha antidogmática y realista

A medida que me aproximaba a Rajoy me daba cuenta de que mi decisión había sido la correcta. Entre los rojos de Podemos y los palurdos de Vox, a los moderados siempre nos quedará una tercera vía, pragmática y razonable, que es la derecha enemiga de dogmatismos, empapada de realismo y abierta a traicionar sus principios cuando haga falta, como exige la política. Porque un traidor (Suárez, Carrillo, Juan Carlos I) siempre será mejor que un fanático. 

Me llegó la hora, el momentazo. Eran las 19:36 horas cuando le estreché la mano a don Mariano. Y en efecto está más delgado. Será que la tele engorda. Le di las gracias por venir a València. 

—A mí me gusta mucho València —dijo. 

—¿Por qué? —pregunté.

—Porque hice la mili en Marines y guardo muy buen recuerdo de aquella época de mi vida.  

En su dedicatoria, escribió con una caligrafía más borrosa que la mía: “A mi amigo Javier Carrasco, todo mi cariño, Mariano Rajoy”.

Me despedí dándole de nuevo las gracias y deseándole lo mejor. 

Un hombre, un poco fuera de sí, gritaba: “¡Rajoy, Rajoy! ¡Presidente, presidente!”. Un vigilante lo miró llevándose el dedo índice a los labios para que callara, y se calló. 

Más chulo que un ocho, con mi libro dedicado de Rajoy bajo el brazo, nos fuimos a Aquarium (¿adónde si no?) a celebrarlo. Estaba en mi salsa, aunque algún cliente, al ver la portada de libro, me perdonó la vida con la mirada: “Este debe de ser de la derecha cobarde; otro maricomplejines”. 

Que piensen lo que quieran. Después de lo que nos está tocando sufrir con el Gobierno pinocho, Mariano Rajoy se me antoja una mezcla de Churchill y Kennedy. 

En el fondo del bar creí oír cómo Mayrén Beneyto le pedía al camarero un plato con un tomate y unas aceitunas. Estaba radiante, como siempre, con su melena rubia, tan PP, tan de ley y orden. Sublime. Me extrañó no verla en El Corte Inglés. La que sí apareció fue la Catalá, lista, maniobrera y ambiciosa, con cara de asaltar el PP regional si el morenazo Carlos Mazón, mi candidato, se lo permite. Veremos lo que pasa.