Música y ópera

CRÍTICA

William Christie lleva en volandas a Purcell con su versión 'hip hop' de 'The fairy queen'

  • Foto: MIGUEL LORENZO
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VALÈNCIA. La garantía de un buen maridaje en asuntos gastronómicos pasa sin duda por la calidad de la materia prima, y por las manos de un buen cocinero. Y en esto de la música pasa lo mismo. Coja usted una buena partitura, orquesta, cantantes y bailarines, y déjelos en manos de un magnífico director. Y sírvase en el Palau de Les Arts, por ejemplo. El éxito está asegurado.

Y así sucedió ayer en el coliseo del Turia, a pesar de la racanería, y menosprecio que supone al aficionado contribuyente la ausencia, -una vez más-, del programa de mano. Complicar el acceso de una información elaborada solo para la web de la casa, es privar a la mayoría de artículos tan interesantes como el de Antonio Gómez Schneekloth, y en cualquier caso lleva a la falta de implicación del público con la obra. Esto parece maquinado por el enemigo.

Pero a pesar de ello, el público que abarrotaba el Palau supo apreciar una materia prima excelente como la música fresca, luminosa y elegante de Purcell, la orquesta especialista en barroco Les Arts Florissants, la danzarina compañía Käfig, y los cantantes de la academia Le Jardin des Voix. Y todos ellos, en las manos del comprometido pedagogo y sabio director William Christie, llevaron en volandas el barroco de esta obra con música y texto de hace más de 300 años, fundidos de manera soberbia en una exposición escénica con lenguaje de rabiosa actualidad. 

Ya sabíamos, -porque nos lo demostró hace poco en Les Arts el joven contratenor Orliński-, que la música barroca casa a la perfección con otras prácticas artísticas como el teatro y la danza. Pero es que, además, en esta ocasión resulta que así lo quiso Henry Purcell cuando creó esta The fairy queen, semi ópera de cierto embrollo argumental, que incluye declamación, canto, y baile, constituyendo una forma mestiza entre las mascaradas barrocas palaciegas para el puro entretenimiento, y el formato ópera clásica.

Foto: MIGUEL LORENZO

Hip hop barroco

Lo que no creo intuyera el autor británico autor de óperas como Dido y Eneas, -por cierto, muy pronto en el Palau de la Música, y con la presencia nada menos que de Joyce DiDonato-, es que el más puro y moderno hip hop fuera la forma expresiva sobre el escenario elegida por alguien para emulsionar la presentación escénica de su barroca obra, con trama inspirada, -aunque sólo de refilón-, en la comedia El sueño de una noche de verano del gran Shakespeare.

Es bien acertada la idea de la introducción de este estilo de danza tan moderna y callejera, no solo porque sus derivadas plásticas son capaces de amoldarse a los bien variados momentos musicales que la partitura encierra, -canciones, sinfonías, aires, danzas, preludios, chaconas, coros, epitalamio, rondó…-, sino porque contribuye fácil a la ligazón entre ellas aportando continuidad. Y en última instancia, porque difícil y curiosamente puede encontrarse un baile más barroco que el hip hop, estilo lleno de ornamentación coreográfica, con profusión de volutas, roleos, y otros adornos en los que predomina la curva.

Así, con la idea y el trabajo de Mourad Merzouki, la obra, -de estructura rota y de trama entrecortada-, se convierte en una pieza de hilada compostura, y de continuidad reconducida, en ejercicio de admirable y agotador espectáculo escénico, donde los 14 intervinientes, entre cantantes y bailarines, -siempre en escena, siempre-, se fusionan entre ellos y con la música a través, precisamente, de la ágil y frenética idea escénica.

Foto: MIGUEL LORENZO

Todos cantan. Todos bailan

Todos intervienen siempre juntos, todos cantan, todos bailan, y todos interpretan. Los mencionados protagonistas asumen los papeles de los 19 cantantes solistas, el coro, las hadas, y los 16 restantes actores previstos por Purcell. Con ello, la confusión del rol individual es inevitable, pero lo contrario tampoco ayudaría precisamente a recomponer la discontinuidad de la pieza, y no en vano la fantasía reina por encima de la trama.  

Ante tantos momentos independientes, la continuidad perseguida, es conseguida por Christie y Merzouki con el lenguaje traído, dotando con ello a la pieza de la verdadera narrativa. En lo coreográfico, los bailarines ejecutan de manera entrelazada y natural vertiginosos giros en el aire destrozando el espacio con sus movimientos elegantes de verdadero impacto, en salto, en voltereta o en tirabuzón invertido con la cabeza sobre las tablas. Y siempre enfatizando cada momento musical en seductora elevación. Genial la respuesta escénica a la danza de los Haymakers en pizzicato.

Foto: MIGUEL LORENZO

En lo vocal, basta decir que los 8 solistas son jóvenes voces en formación, con el denominador común de poseer timbres brillantes, y una musicalidad y elegancia canora notable. A destacar la técnica y el fiato del tenor Ilja Aksionov, que le permite desarrollar un canto dulce, sensible, ajustado, y cuidadoso especialmente en el registro alto; y las cualidades de la mezzosoprano Rebecca Leggett, con buen volumen y proyección, notable control de dinámicas y una delatadora sonrisa de porcelana justo antes de cada frase.

Javier Casal, -que disfrutó de lo lindo-, retrató a la perfección lo que allí sucedió: William Christie no dirige, sino que abraza la música y a sus músicos, y eso hace que todo fluya, y que todo tenga una continuidad. Y añadía: detrás de todo esto hay disciplina y mucho trabajo. 

Y es cierto, porque el americano no usa batuta, pero señala sutilmente entradas y finales con las manos y con la mirada, dirigiendo confiado sus gestos cómplices y seguros hacia los músicos, irradiando energía sin necesidad de alharacas. Consigue con ello una magnífica relación entre orquesta, y cantantes, transmitiendo paz, y extrayendo de su orquesta un sonido empastado, ritmos de brío ajustado, y equilibrio preciso y sensible para una partitura de música fulgurante, elegante, juguetona, sutil, y brillante.

La magia de las hadas trajo al Palau puro show. El halo de seriedad y formalidad asociado al barroco, -igual que Orliński-, lo rompe sin miramientos William Christie, y se lo pasa por el arco de las piruetas volantineras de sus acrobáticos chicos. Así atrapa sin contemplaciones al público, que sabe apreciar cuándo las cosas se hacen respetando la música y con calidad, en la práctica del más alto grado de pureza en la interpretación del barroco. 

Ha sido un sueño de fusión amorosa. Pero volverán las hadas, los elfos y la magia. Esperemos.

FICHA TÉCNICA

Palau de Les Arts Reina Sofía, 13/1/2024

Semi ópera, THE FAIRY QUEEN

Música, Henry Purcell 

Libreto, Anónimo

Dirección musical, William Christie

Dirección escénica y coreográfica, Mourad Merzouki

Orquesta, Les Arts Florissants

Coreografía, Käfig 

Baptiste Coppin, Samuel Florimond, Anahi Passi 

Alary-Youra Ravin, Daniel Saad, Timothée Zig  

Canto, Le Jardin des Voix 

Paulina Francisco, Georgia Burashko, Rebecca Leggett, Juliette Mey, 

Ilja Aksionov, Rodrigo Carreto, Hugo Herman-Wilson, Benjamin Schilperoort

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