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EL CABECICUBO

¿Y si la guerra fría hubiese sido entre Japón y el III Reich en un EE.UU dividido en dos?

Amazon Video trae de la mano de Ridley Scott una de las novelas más aclamadas de Philip K. Dick, The man in the high castle, una ucronía en la que Estados Unidos ha perdido la II Guerra Mundial y su territorio está divido en dos, uno dominado por Japón y otro por la Alemania nazi

28/11/2015 - 

VALENCIA. Primero vino V, en 1983. Un proyecto sobre la resistencia al fascismo para televisión que fue varias veces rechazado hasta que los guionistas decidieron hacer lo que se hacía en los 80, relacionarlo todo con alienígenas y el espacio exterior, y así surgió la exitosa Los visitantes. Una historia en la que la sociedad estadounidense es víctima de una invasión extraterrestre y el pueblo se divide entre colaboracionistas y la heroica resistencia. Mientras los espectadores adolescentes masculinos lo hacían entre los que se tocaban con Lydia y los que lo hacían con Diana. 

Luego la idea fue de nuestro querido zumbado John Milius, el autor de la frase "me encanta el olor a napalm por la mañana", cuando filmó Amanecer rojo (Red Dawn) en 1984 y fantaseó sobre cómo afrontaría Estados Unidos una invasión comunista de tropas soviéticas, cubanas y nicaragüenses. Y la respuesta fue haciéndole frente con patriotas del peso de Patrick Swayze y Charlie Sheen ataviado con un gorro de borreguito. 

En 1990, en papel, la maravillosa y difunta editorial Ultramar lanzó Miamigrado. Venía a ser lo mismo que acaba usted de leer en la sinopsis de Red Dawn, pero sin Charlie Sheen por medio, sino algo peor, mucho más patriotero si cabe, firmado por los hermanos Jerry y Sharon Ahern en una novela que no recomendaría ni a Paolo Vasile.

Y en 1994 a nuestros videoclubs llegó en VHS la última de Rutger Hauer, el Charlton Heston del vídeo doméstico, titulada Patria. Los nazis habían ganado la guerra y el personaje que interpretaba Hauer es un mayor de la SS que descubre que una serie de asesinatos con un nexo en común, ocultar a la biempensante sociedad nazi de posguerra el Holocausto. Un trapito sucio de la Historia, que tal y como se formuló en el filme no podía ser más incoherente, pero con tal de ver nazis pa´arriba y pa´bajo, pues la alquilábamos. A esta película es a lo que más se parece The man in the high castle, la serie que hoy nos traemos entre manos que ha lanzado Amazon Video.


Se trata de una novela homónima de Philip K. Dick que recomendaríamos fervientemente si la editorial Minotauro hubiese actualizado la traducción, pero no es el caso. El maestro de la ciencia ficción imaginó el reparto de Estados Unidos a manos de Japón y la Alemania nazi, como si se tratase de la RFA y la RDA, pero con un estado neutral en medio. Las tensiones que se generaban entre ambas eran asimilables a las que existieron entre los occidentales y la URSS en la Historia real. Esta hermosa ucronía, merecedora de un premio Hugo en 1963, es lo que ha llevado a la pequeña pantalla Ridley Scott como productor ejecutivo. 

El problema de la serie es que los Estados Unidos de posguerra no son muy emocionantes. No hay una "nazificación" en la Costa Este, la que ocupa Alemania, del mismo modo que en el III Reich Estados Unidos y sus aliados se vieron obligados a ejecutar una desnazificación de la población. Si a la serie le quistas las esvásticas en cualquier momento te sale corriendo por una esquina Forrest Gump con sus lamentos.

Pero hay detalles interesantes. Sale de vez en cuando, por ejemplo, Hitler por la tele. Es un anciano con canas, un abuelo entrañable. También hay un avión a reacción tipo concorde, pero nazi, que recorre la distancia entre Nueva York y San Francisco en menos de dos horas. Y por lo demás, el atrezzo consiste en llenarlo todo de esvásticas como señalamos. Los trajes, los uniformes de policía, las cabinas de teléfono. Todo. 

Más interesante resulta el San Francisco dominado por los japoneses, de corte oriental, donde las jovencitas hacen artes marciales, y hay pequeños comercios por todas partes. Más o menos como ahora el barrio chino de cualquier ciudad, pero en nipón. 

El eje de la historia es trampero a más no poder, aunque en una ucronía nadie tiene derecho a quejarse puesto que toda historia que parte de una premisa falsa es siempre verdadera. Lo decepcionante es que los americanos siguen siendo bellísimas personas y los nazis gente muy chunga. Hasta se da una visión benevolente de los japoneses, con sus supersticiones y espiritualidad, como el I Ching que, es de suponer, han importado de la China a la que también han vencido si ganaron la guerra.

¿Pero por qué es indulgente? Porque los que luchan contra el vencedor nazi son la resistencia. No lo que serían a todas luces: terroristas. Esta narración sin aristas, poco provocadora, hace que la cosa quede un tanto descafeinada, pero no por ello, al tratarse de nuestro tema favorito, quizá el tema favorito de la humanidad entera, pierde interés. La novela, en cualquier caso, tampoco lo quería plantear de ese modo.

Por otro lado, tanto en el libro como en la serie una de las comidillas más interesante es la sucesión de Hitler. La salud del Fuhrer empeora y los candidatos de la gerontocracia nazi están afilando los cuchillos para ocupar su puesto. De esas conspiraciones nacen precisamente las tramas secundarias de la historia. 

En la serie de Amazon, se habla de que Goebbels y Himmler compiten por hacerse con el machito y se desea, en una conversación pasajera, que Rommel, a sus 70 años, tome cartas en el asunto y ponga orden. El problema es que los sucesores ya no serán tan majos como Adolf, en el libro sucedido por Bormann, y si tienen que tirar una bomba atómica en San Francisco como ya hicieron en Manhattan para hacerse con la totalidad de Estados Unidos, pues lo tirarán. Porque a los japoneses ya no les ven como unos aliados tan fiables como durante el conflicto. 

Entretanto, la sociedad está adormecida y ya ni siquiera recuerda por qué lucharon. Incluso los que vivieron la guerra tienen que ver cómo sus hijos empiezan a adoptar costumbres japonesas, como las artes marciales, o alemanas, como la cerveza de trigo. 

A la espera de que en algún capítulo ocurra como en el libro cuando Baldur von Schirach, de las juventudes hitlerianas, seca el Mediterráneo para irrigar campos como si fuese el mar de Aral, The man in the high castle es una serie entretenida que merece la pena para echar el rato. Aunque siempre lamentaremos que no vaya más lejos, por lo que una ucronía que mienta a la bicha, Hitler, puede tener de crítica política a la actualidad aunque solo sea en pequeños detalles visuales que no se desvíen de la idea de Philip K Dick. Pero no está el horno para bollos, que en la campaña publicitaria, Amazon ha tenido que retirar del metro de Nueva York una serie de parafernalia nazi de promoción de la serie que no tenía ni siquiera esvásticas. Así que pocas bromas. 

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