quizá sea momento de repensar la fiesta

¿Y si Valencia está mejor sin Fallas?

¿Un anacronismo obsoleto (que solo interesa al turista y al fallero) o una tradición cultural que hay que proteger a toda costa?

| 23/10/2020 | 5 min, 20 seg

De vez en cuando me gusta mirar a mi ciudad con los ojos de un extraterrestre o un japonés —que viene a ser lo mismo. Para bien y para mal, casi siempre alucino. En los 'para bien' está el clima perfecto, una gastronomía interminable, creatividad bajo cada piedra, la sonrisa pegada a la cara y esta querencia tan nuestra por vivir pese a todo. Muchos de los 'para mal', me temo, se concentran un par de semanas antes del día de San José: ruido insoportable, mala educación, turismo de botellón y esa 'fiesta' cuyos días (afortunadamente) están contados; estoy hablando de los puyazos, las estocadas, los descabellos y los vómitos de sangre. Dice Manuel Vicent que “si las corridas de toros fueran arte, el canibalismo sería gastronomía”, pienso lo mismo.

El impacto económico estará en torno a los 700 millones de euros

Estas Fallas fueron diferentes a todas, porque no fueron. Recuerdo el impacto, la consciencia del cataclismo que venía disfrazado de Covid-19: nadie nunca imaginó un año sin la cremá y los ninots, pero sucedió y volverá a suceder en 2021. Lo dejaba bastante claro hace tan solo uno días Ximo Puig, añadiendo que comprendía “la desesperación” de los sectores económicos vinculados a las fiestas, de los que ha dicho que están “en la peor de las situaciones” porque no ha habido actividad este año y es “muy previsible que haya dificultades el año que viene”. Se estima que el impacto económico (además de todas las familias directamente relacionadas) estará en torno a los 700 millones de euros y eso hay que multiplicarlo por dos. Un desastre.

Una Valencia sin Fallas es una Valencia sin turistas pero yo abro un melón que quizá no todo el mundo quiere escuchar: para el ciudadano de a pie no se ha acabado el mundo. Es más, intuyo que somos muchos los que ya andábamos desapegados de la vibra coent y el día a día de un fiesta que ya (casi) no sentíamos como nuestra. Por eso nos íbamos. Porque quizá Las Fallas no supieron evolucionar (detesto la palabra 'modernizarse', no se trata de eso) hacia una fiesta más amable, más contemporánea y más cálida con los suyos. Y es que creo de verdad que hay una Valencia maravillosa eclosionando y nuestra celebración más popular y más telúrica no debería quedarse atrás, ¿no?

Pero este es un medio gastronómico, así que vamos con cifras. ¿Qué pierde el sector hostelero sin Fallas? Según Hostelería València, para muchos locales supone un 30% de su facturación y casi el 60% reforzaron su personal en 2019 —en cuanto a datos más concretos, la Interagrupación de Fallas publicó hace años un informe que sigue vigente: la hostelería es la que más caja hace durante la fiestas (unos 541 millones), aunque también es relevante el impacto sobre otros sectores como la publicidad (86 millones), transporte (31 millones), lotería (27 millones), indumentaria (17 millones), artistas falleros (11 millones) y orquestas, discos y animación (5 millones).

El otro lado de la moneda lo aporta el balance de la Policía Local de València respecto al año pasado: 21.600 denuncias por molestias, se registraron 172 accidentes y un centenar de positivos en alcoholemia —del estrés y el horror que son para los animales ya ni hablamos. Un periodo durante el cual la policía practicó 82 detenciones y 3.547 identificaciones por delitos contra la seguridad vial, violencia de género y doméstica, así como delitos contra la propiedad intelectual o industrial y reyertas tumultuarias. Son cifras de récord (para mal) que dan a entender lo que ya sospechamos muchos: las Fallas llevaban años en una decadencia lenta e inexorable, cada vez más lejos del valenciano y la valenciana de a pie, ¿no es quizá precisamente este el mejor momento para repensarlas?

“Desde luego, es  una oportunidad magnífica para repensarlas”, quien habla es uno de los (para mí) mejores pensadores en torno a la ciudad, Vicent Molins: “A veces parar ayuda a mirar. Dando por hecho que este parón deja tocados a muchos trabajadores, que jubila a muchos artesanos (sí, estamos mal, las expectativas son malas), es un momento idóneo para pararse a pensar: ¿era eso lo que queríamos? Me sorprende que si esa pregunta nos la hacemos en cualquier ámbito, suene a tabú si se trata de Fallas. Lo bueno y lo peor de las Fallas es que todos tenemos un buen dogma con el que celebrarlas o negarlas. Pero igual es el momento de ser menos rígidos”.

¿Pero cambiar hacia qué modelo? “Si la realidad se ha vuelto incompatible con las muchedumbres... y las Fallas son un celebración de la muchedumbre, ¿dónde quedan entonces las Fallas? ¿Son viables? 

la mejor forma de cuidar las tradiciones es traicionarlas

Más bien deben ser flexibles o no serán. Quizá se trate de que nadie pretendamos imponer nuestros gustos sobre el prójimo. Las Fallas tienen una oportunidad brutal a lomos de talleres artísticos, creativos rebeldes, pensadoras del territorio, tejedores de barrios, chamanes del fuego... pero si se conforma con el proteccionismo del fallermayorismo y el casal como gran aldea gala, las Fallas en lugar de seguir siendo un reflejo de la ciudad serán solo un reflejo de ellas mismas”.

La gran pregunta es saber si el ecosistema Fallero valenciano tendrá la cintura para reflexionar y abrir un diálogo hacia el cambio; apunta Molins una fabulosa frase de Vicent Todolí sobre cómo la mejor forma de cuidar las tradiciones es traicionarlas. Yo no sé cuál es la solución, pero sí tengo la certeza de que una de las fiestas más bellas y hedonistas del planeta (porque lo es) tiene una oportunidad inesperada de seducir a la todas las valencias. Y es que toda crisis, en realidad, esconde también una oportunidad. ¿Por qué no la aprovechamos?

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