VALÈNCIA. Casi 4.000 kilómetros separan Senegal de la costa siciliana. Esa es la distancia que pretenden recorrer Seydou y Moussa, dos jóvenes que abandonan su tierra natal en Dakar para emprender camino a Europa. En ese viaje, deberán atravesar el peligroso desierto, superar los horrores de los centros de detención en Libia y las amenazas del mar. Esta es la historia que cuenta la última película de Matteo Garrone (director de la impresionante Gomorra), Yo capitán, que, tras ganar el León de Plata a la Mejor dirección y al mejor actor emergente (para Seydou Sarr) en el Festival de Venecia, el Premio del Público al Mejor film europeo en la Sección Perlak del Festival de San Sebastián y ser seleccionada como candidata de Italia para los Óscar, acaba de llegar a los cines españoles.
A través de esa historia de dos adolescentes que sueñan con un futuro mejor en otro lugar, la película refleja el drama de la inmigración africana, el sufrimiento y los calvarios por los que los inmigrantes tienen que pasar para tratar de llegar a su destino soñado. Sin embargo, a pesar de que ese contexto está muy presente en toda la película, el centro del relato son los personajes, las historias de vida y las peripecias por las que pasan los dos protagonistas a lo largo del viaje. Precisamente, ahí reside una de las grandes bazas del film: ser una película de denuncia contada a manera de odisea, de narración de aventuras para llegar al gran público. Con ello, la película habla de la amistad, de una amistad a la que aferrarse para sobrevivir a esa odisea, de la condición humana, de la crueldad y de la bondad de las personas, de nuestra capacidad para herirnos y amarnos unos a otros, y también enfrentarnos a nosotros mismos, de la búsqueda de un destino, del instinto de supervivencia, del miedo, el coraje, la soledad y la necesidad de solidaridad.
Esa intención de llegar al gran público a través de la historia de los protagonistas, conlleva que la película evite algunas de las partes más macabras de esa realidad en la que se basa (por ejemplo, no se cuenta nada del maltrato y las violaciones que en su mayoría sufren las mujeres en esa travesía hacia Europa) y que su mensaje pueda resultar un tanto simple y naif, algo que el director logra convertir en una virtud, haciendo de una película que podría ser demoledora (y que en parte lo es) una película con cierta belleza y optimismo. Esa belleza y ese lado más amable del film proceden también de su narrativa –muy clásica, a pesar de su punto onírico-, de las imágenes que consiguen capturar lo imponente y arrollador de los paisajes africanos y de los depurados primeros planos de los protagonistas que, a través del enfoque en las expresiones, captan su mundo emocional. La dirección de actores y las interpretaciones de Seydou Sarr y Moustapha Fall (ambos actores no profesionales) logran hacer sus personajes creíbles, transmitir esa emoción y esa humanidad que recorre todo el film.
Hay una secuencia que consigue reflejar toda la esencia de la película: cuando en mitad del viaje, los dos protagonistas se reencuentran y uno de ellos cuida del que está herido. En sus gestos y en sus miradas está todo, el compañerismo y la amistad incondicional. Yo capitán es una película emocionante, dura y con cierto mensaje de esperanza, una epopeya trágica con capacidad de remover conciencias, tan aterradora como hermosa.