Por alguna extraña razón, los reductos de autenticidad oriental suelen agazaparse en los lugares menos vistosos de la ciudad. El caso más extremo que me viene a la cabeza es el de Zhou Yulong, el celebérrimo “chino de verdad” de los subterráneos de la Plaza de España de Madrid. Pero en Valencia no nos quedamos cortos. Para demostrar esta idea podemos encaminarnos a la calle Pelayo, sí, pero mejor continuemos hasta Salabert, una vía donde es probable que no haya puesto el pie en su vida. A menos que sea vecino del barrio de Patraix, o que se cuente usted entre la pequeña pero fiel clientela de Yumki.
Para muchos, éste es el mejor restaurante coreano (surcoreano, se entiende) de la ciudad. Es un bar pequeño, oscuro y algo desangelado, lo que no hace sino realzar la fantasía de que estamos hollando un paraíso gastronómico inexplorado. En realidad, Yumki abrió en el año 2001 y es un destino muy conocido por los buenos exploradores -los que no se limitan a visitar restaurantes de relumbrón-.
En este establecimiento se come muy bien, pero lo que lo hace especial es la sensación de que estás en la casa de tu iaia coreana. Aquí sirven hansik (comida casera): sencilla, elaborada con cariño y sin trampas precocinadas. Pero no solo eso. Un plato tradicional lo puede reproducir cualquiera, pero se distingue perfectamente la mano de quien lo ha elaborado una y otra vez, durante décadas. Estas cosas se saben sin necesidad de asomar la cabeza por la cocina. Y en Yumki queda meridianamente claro desde que toca el mantel el primer kimchi.
Al frente de Yumki encontramos a un matrimonio surcoreano instalado en Valencia hace veinte años. Él, a los fogones; ella, con la libreta. Con un español más que correcto, y una gracia de la que no es muy consciente, esta mujer ya te anticipa que “da igual lo que pidas, va a estar todo muy rico. Es lo mismo que se come allí todos los días”. (Eso sí, mejor no pida vino).