Mientras vuelven las manifestaciones antigubernamentales a Belgrado, un cómic editado en 2001 por un dibujante serbio pone de manifiesto lo poco que han cambiado los problemas de fondo en la región, que no tienen tanto que ver con el nacionalismo y los conflictos, como se percibe estereotipadamente en Occidente
17/04/2017 -
VALÈNCIA. Las calles de Belgrado han vuelto a llenarse de manifestantes. Ocurrió contra Milosevic antes de las guerras. Contra Milosevic después de las guerras. Contra Milosevic después del bombardeo de la OTAN y ahora es contra Vucic, después de unas elecciones con una participación del 55% con las que ha sido nombrado presidente de la república sin necesidad de una segunda vuelta.
Los sucesos en Balcanes suelen despacharse con tópicos y frases hechas más que en ningún otro lugar. A poco que una noticia cobre relevancia comienzan a escucharse los "Avispero", "generan más Historia de la que son capaces de digerir", etc... etc... Y no es lo peor. Aún más absurdo es cuando los occidentales toman partido por un bando e introducen claves geopolíticas en la situación local como quien juega al Risk, olvidando que allí también viven personas, no fichas en un tablero.
Personas un tanto olvidadas. Mano de obra para el resto de Europa, que no tiene especial interés en los problemas de Rumanía, Bulgaria, Albania y las repúblicas que formaron Yugoslavia. Agitamos banderas europeas muy convencidos tras el Brexit, pero la situación de la periferia europea no entra en ninguna agenda ni abre ningún informativo. Las sociedades industrializadas mostraban el mismo interés en el siglo XX por las que eran eminentemente agrícolas si no era desde un punto de vista exótico. Ahora el estancamiento económico de los países más desarrollados no tiene mucho tiempo para preocuparse por el de las sociedades postcomunistas, que arrastran una suma de problemas endémicos que le puede reventar el cerebro a cualquiera que se tome la molestia de estudiarlos mínimamente.
Generalmente, pocas viñetas han abordado la situación en los Balcanes sin poner el foco únicamente en sus conflictos en su vertiente violenta. Quizá una excepción notable fuese Macedonia, de Harvey Pekar y la estudiante Heather Roberson -dibujado por Ed Piskor-, donde una doctoranda, como tantos jóvenes extranjeros que llegan a Balcanes, acude a ese país a investigar el desenlace del conato de guerra civil que hubo en 2001. A través de esas páginas, la estudiante, era una experiencia real, descubrió que allí vivían personas y profundizó en ellas más allá de las trincheras del conflicto.
Pero si hemos de destacar un cómic que retrate la personalidad de los balcánicos y su mentalidad, ese fue sin duda la trilogía Regards from Serbia de Aleksandar Zograf. Fundamentalmente, sus tebeos resultaban didácticos por la cercanía del autor. Era muy fácil para un lector de cómics occidental identificarse con él, porque todos los retratos y perfiles que nos llegan de los balcánicos suelen ser estereotipos o personajes llevados al límite por la guerra y los conflictos. Aquí era un dibujante con las mismas aspiraciones, sueños y discos de Los Ramones en el tocata que en cualquier parte del planeta. No era un hooligan con un Ak-47 en el armario deseando echarse al monte para poder usarlo, como se nos ha vendido que es allí todo el mundo.
En el segundo tomo de la trilogía, Fin de siglo, situada en la tercera Yugoslavia, la bombardeada en 1999 por la OTAN, Zograf dibuja sus diarios del postconflicto, tras el final de la campaña de la alianza internacional. Ahí hace una reflexión que marcó a una generación de ex yugoslavos. De niño, Zograf veía la serie tan encantadora como tediosa a día de hoy Espacio 1999. Así se imaginaba el futuro, pero qué se encontró al llegar a ese año: Un país sin luz, con problemas de suministro de toda clase por los bombardeos, con una población empobrecida y desmoralizada. Todo lo contrario a la conquista del espacio.
La reflexión recuerda a un diálogo definitivo de la película bosnia Go west (Ahmed Imamovic, 2005), sobre la peripecia de una pareja homosexual de un serbobosnio y un bosniaco en mitad de la guerra. Como conclusión a tanto odio, tiros y muerte, un personaje dice: "Mira a los demás países, mientras ellos fabrican microchips, nosotros nos perseguimos por los montes".
En el primer número, Cómo fui bombardeado por el mundo libre, Zograf reproducía sus notas durante el bombardeo. Vivía en Pancevo, un pueblo de la periferia de Belgrado en el que se puede encontrar el cuadro Seobe de Paja Jovanovic en su museo local, la gran pintura de la historia serbia (Seobe significa migraciones) y un mercadillo de segunda mano excepcional. Pero nada más. Es uno de los lugares más aburridos del país. Y Zograf se preguntaba al principio de la guerra cómo iban las potencias occidentales a gastarse el dineral que costaban sus juguetes de guerra en bombardear Pancevo -un equivalente madrileño sería Alcorcón-, como efectivamente sucedió. En su pueblo había unos complejos industriales, uno de los objetivos militares más castigados durante la campaña.
El autor se quedó descolocado. Repudiaba tanto los crímenes que estaban cometiendo las fuerzas policiales serbias en Kosovo como el que estaba perpetrando la OTAN en su país. Tras retratar cómo sus vecinos empezaron a tomarse todo lo que les rodeaba, el nacionalismo triunfante que llegaba por la propaganda y la televisión así como su propia situación, de forma sarcástica, con su característico humor negro, Zograf se detenía en las protestas anti-Milosevic. Ahí no había individuos adocenados. Pero describía a unos líderes de la oposición como "confusos y divididos". Exactamente lo mismo que hay hoy frente al gobierno del nacionalista conservador Vucic apoyado por el Partido Socialista, ex comunista, de los antiguos acólitos de Milosevic.
La crisis de identidad más importante la experimentó Zograf en un viaje a Nueva York. Cuenta cómo le hicieron ver que en América el dinero es poder, mientras que en Europa es el poder el que llama al dinero. Nuestro amigo, de nuevo, se siente descolocado. Tanto asco le da la cultura del dinero como la ridícula pompa europea y sus trepas. Aunque lo que más le marca de la Gran Manzana son sus vagabundos. Dice: "nunca había visto a nadie durmiendo así en la calle, ni siquiera en la podrida y vieja Serbia".
La Eurocopa de 2000, en la que les metimos el gol de Alfonso, se cuela entre sus páginas, pero cómo bálsamo. Una fórmula, dice para olvidarse de todo. Si es que uno puede olvidarse de lo que tenían detrás. Dibuja a los hinchas con sonrisas heladas.
Y un problema con el visado para ir a Italia de su novia, algo bastante habitual antes de los acuerdos firmados con el área Schengen en 2009, les impedía a ellos, más concretamente, olvidarse de sus fantasmas. Siempre señalados por ser quienes eran.
La tercera parte, ¿Vida en los Balcanes? era la más política. Reflejaba acontecimientosa los que se les ha prestado poca atención en occidente, como la aparición de un camión frigorífico enterrado en un río con los cadáveres de 86 albanokosovares. Lo descubrieron serbios y lo sacaron de ahí serbios, no fue un invento de la prensa atlantista. Al igual que fosas comunes bajo comisarías. Al autor le estremece que todos los desaparecidos puedan estar enterrados en cualquier parte. Tanto los albanokosovares como los serbios asesinados por el UCK, el otro bando, el de los guerrilleros y terroristas nacionalistas albaneses.
Pero el contrapunto llega cuando Al Qaeda ataca Nueva York en 2001 y Zograf siente como que los papeles se han cambiado con los ciudadanos de la babilónica ciudad que visitó poco tiempo atrás. Su reflexión es que reaccionaron igual que los serbios cuando las bombas les caían a ellos: uniéndose y exaltando su nacionalismo. Solo que con banderas aún más grandes, precisa. Ese día el mundo cambió, y como muy bien apunta el autor, los Balcanes desaparecieron de los medios de comunicación occidentales, donde cada pueblo recóndito daba para un reportaje, desplazados por la actualidad de Oriente Medio.
Zograf terminó su trilogía reflexionando sobre si debería abandonar su país, algo que hacen tantos jóvenes, que ya ponen la mira fuera de sus fronteras desde que inician la secundaria. Él sigue lleno de contradicciones y dudas al final de estas páginas, como tantos balcánicos que anhelan que sus respectivos países se normalicen y estabilicen económicamente de una vez, pero también con dudas. Como Zograf reflexiona: "Tuvimos que emplear todas nuestras energías para derribar nuestro régimen autocrático y así poder integrarnos en la domesticada y ahogada por la rutina cultura occidental... ¿No resulta irónico?"
Esta región europea, como todas las líneas de fractura entre civilizaciones, está sometida periódicamente a crisis y conflictos, y parece que en la actualidad, otra vez, se le avecinan complicados tiempos.