VALENCIA. Fue en el cine Serrano de Valencia, el mismo donde hacía siete años se proyectó la primera entrega. Fue un miércoles, 29 de octubre de 1986, hace ahora 30 años. Convertida ya en un éxito, tras sus excelentes resultados en Estados Unidos y Canadá, llegaba a los cines para el puente de Todos los Santos la que para muchas es una de las mejores secuelas de la historia del cine. Aliens (James Cameron 1986) se estrenaba con el reto de mantener el nivel de calidad y éxito de su predecesora, Alien (Ridley Scott, 1979), algo que se presumía difícil. Como diría el propio Cameron, el film de Scott había puesto “el listón muy alto”. Una gran marquesina pintada por Misas presidía el paseo Ruzafa, al cual miraba una Sigourney Weaver aterrorizada sujetando a una niña pequeña mientras contemplaba un peligro inminente que el espectador sólo podía intuir.
La llegada de Aliens rompía un tanto la lógica industrial de esos años. Si bien hoy son moneda común las secuelas, casi todas innecesarias, a principios de los años ochenta era difícil que una productora insistiera con un film repitiendo personajes y situaciones. Secuelas existían, obviamente, pero sobre todo en el cine de serie B. Excepciones hechas como Bond, en las grandes majors no estaba tan extendida la mentalidad de franquicia que hoy impera en Hollywood, que hace que cualquier película que venda más de dos entradas tenga su continuación. Por eso, pese al éxito del film original, dos nominaciones a los Oscars y más de 100 millones recaudados en taquilla, en la Fox, propietaria de los derechos, no existía mucho interés por realizar una continuación. David Giler y Walter Hill, productores y coguionistas de la primera entrega, trabajaban pues sin mucha fe en el proyecto conscientes de que, por ejemplo, Norman Levy, uno de los capitostes de la major, era uno de los mayores escépticos.
Todo dio un giro de 180 grados tras un cambio en la propiedad de la Fox. El momento clave se produjo en un aparcamiento de la productora. Giler se encontró con uno de los nuevos ejecutivos, a quien conocía de antes. Sin mucha convicción, quizás por mera cortesía, el ejecutivo le preguntó qué proyecto estaban preparando. Giler le refirió su idea de la secuela de Alien, en la que estaba trabajando con Walter Hill, un cruce entre la excelente película de su socio La presa (1981) y el clásico Los siete magníficos (John Sturges, 1960), todo en un contexto de cine fantástico. “Suena bien”, le respondió el ejecutivo. A los pocos días Hill y Giler tuvieron una reunión con los nuevos responsables del estudio y les dieron el visto bueno. Comenzaba pues la secuela de Alien. Faltaba director.
Con presteza pero sin atropellarse, Giler y Hill se entrevistaron con James Cameron, quien hasta la fecha no tenía lo que se dice un gran currículum como realizador: sólo había estrenado el bodrio Piraña II: Los vampiros del mar (1981) y todavía estaba pendiente de rodar la que sería su primera obra maestra, Terminator (1984). Tenía fama de guionista habilidoso y se le contrató con la idea de que fuera el responsable del libreto final, si bien Giler tuvo claro desde el principio que le quería también tras las cámaras. Mientras pensaban en cómo convencer a la Fox, dónde cómo es lógico no apostaban por Cameron, le dieron margen de tiempo para que concluyera el rodaje de Terminator que se había retrasado por unos problemas en la agenda de Arnold Schwarzenegger. Desde la Fox le prometieron que si Terminator era un éxito sería el director de la secuela de Alien. Tanto Cameron como su mujer y productora Gale Anne Hurd dieron por buena la promesa. “Cuando comienzas en Hollywood ayuda el ser ingenuo e idealista y creer que la gente dice la verdad”, comentaría años después Hurd.
Verdad sobrevenida o promesa cumplida, el caso es que, con el éxito de Terminator bajo el brazo, Cameron recibió mando en plaza y se puso al frente de Aliens con una serie de nociones claras. La primera de ellas, que carecía de sentido imitar a la primera entrega, ese mundo opresivo creado por genios como Giger y Moebius. Así que optó por reconvertir la secuela en una película de guerra en la que emplearía con sutilidad iconografía del conflicto de Vietnam, aún tan presente en el subconsciente colectivo. Eran los años en los que Bruce Springsteen versioneaba el clásico ‘War’ de The Temptations, en los que Oliver Stone preparaba Platoon mientras se sucedían toda clase de subproductos de diferente pelaje en torno al conflicto.
No existían dudas al respecto de la protagonista ni del regreso de Ripley. Cameron era un fan de la película y del personaje de Weaver; de hecho en su cine se ha significado por la presencia habitual de personajes femeninos con entidad. Pero había un problema: Weaver, que se hallaba rodando en París La calle de la media luna (Bob Swaim, 1986) con Michael Caine, no tenía ni idea de que existiera una secuela en ciernes. Nadie en esos seis años se había dignado a contarle nada. Ella se veía que tenía frente a sí un guión acabado y un plazo para empezar a rodar: tres meses. En todo ese tiempo, además, Weaver se había convertido una estrella gracias a éxitos como Los cazafantasmas (Ivan Reitman, 1984) por lo que la oferta económica debería ser más tentadora. Desde la Fox instaron a Cameron a reescribir el guión sin el personaje de Ripley, a lo que el canadiense se negó en redondo. Sería precisamente su visión la que convencería a Weaver, quien se avino a participar en la secuela tras superar sus recelos iniciales. Una vez la Fox aceptó sus pretensiones económicas la maquinaria se puso en marcha.
Syd Mead, quien venía de trabajar en películas como Tron (Steven Lisberger, 1982) o Blade Runner (Ridley Scott, 1982) fue el encargado del arte junto a Ron Cobb. El primero diseñó la nave, voluntariamente diferente a la Nostromo de la primera película, mientras que el segundo se ocupó de los vehículos utilitarios. Ambos crearon escuela y se anticiparon varias décadas, algo que se puede comprobar si se repasan algunas películas recientes en las que se imitan las naves y vehículos que se emplearon en Aliens. Una labor en la que se devino fundamental la participación de un profesional británico, el decorador y diseñador de producción Peter Lamont, con experiencia en la saga Bond, quien supo aprovechar material de desguace de la RAF para dar forma a los diseños de Mead y Cobb. Lamont fue imprescindible para llevar la película a buen puerto y se convirtió en uno de los pocos técnicos locales que colaboró.
Porque la relación con los profesionales británicos no resultó precisamente idílica, antes y durante el rodaje, que tuvo lugar en los estudios Pinewood. Muchos de los técnicos eran profundos admiradores de Scott, una gloria del cine inglés, y veían con malos ojos a ese joven canadiense (Cameron entonces tenía 31 años) egocéntrico, malhablado y malcarado a quien consideraban un advenedizo. Especialmente significativos fueron los encontronazos con el ayudante de dirección Derek Cracknell, quien se consideraba más capacitado para dirigir la película que el canadiense. Tal y como recoge la biografía sobre Cameron The Futurist de Rebecca Keegan, el director de Terminator resumía el enfrentamiento con una descripción desoladora: “El equipo de Pinewood era perezoso, insolente y arrogante. Había algunas luces brillantes entre los jóvenes del departamento de arte, pero en su mayor parte, los despreciamos y nos despreciaron”, explicaba.
Uno de los conflictos se produjo por los peculiares horarios de los trabajadores de Pinewood. Si Cameron hubiera sido un poco más cinéfilo y se hubiera leído el diario del rodaje de Farenheit 451 (1966) que redactó François Truffaut, la situación no le habría pillado de improviso. En función de un peculiar convenio, los trabajadores de Pinewood tenían por costumbre parar a las 10 y a las 2 para tomar el té. Eso provocó que Cameron se encontrara en ocasiones el estudio vacío, cuando se suponía que debían estar rodando. Finalmente, tras despedir al director de fotografía y a Cracknell, Cameron reunió a la plantilla y les pidió su colaboración, al tiempo que reclamó que quienes no quisieran estar ahí dieran un paso adelante y se marcharan. Tras dejar de manifiesto los británicos su hartazgo por las jornadas sin fin de Cameron, éste accedió a mostrarse más sensible a los horarios y ellos más predispuestos a arrimar el hombro.
Con los actores fue bastante más fácil. La selección fue exhaustiva y en ella eligieron a intérpretes con los que sentían una especial química. La mayoría de los que encarnaban a soldados participaron en un adiestramiento militar para dar más verismo a sus personajes; sólo faltaron Weaver (que estaba terminando de rodar La calle de la media luna), Paul Reiser y Michael Biehn, quien fue llamado a última hora, con el rodaje ya comenzado, para sustituir a James Remar. Este entrenamiento, como ha sucedido en otras películas, contribuyó a forjar unos lazos de unión entre el reparto. Asimismo Cameron se mostró abierto a las propuestas que algunos de ellos le lanzaron, como Lance Henriksen, quien le sugirió la secuencia del cuchillo y la mano para presentar a su personaje. La escena, apenas un minuto de duración, es una de las más recordadas de la película.
La película cumplió su calendario, al final, pese a todo, y con un presupuesto de 18 millones de dólares estuvo a punto para la temporada de verano de 1986 en los cines estadounidenses y canadienses. A España, ya se ha dicho, no llegó hasta otoño. El argumento sedujo por ser una progresión lógica del original. En el satélite en el que fue encontrado el primer Alien se había instalado una colonia de humanos. Al perder el contacto con la colonia, la Corporación propietaria de la misma decide enviar una unidad de Infantería del Ejército y un ejecutivo para explorar la situación, comitiva a la que se incorpora a Ripley como asesora.
Cuando llegan allí descubren que los aliens se han hecho con el control de la colonia matando a todos los humanos. Lo que sigue a continuación es una sucesión de escenas de tensión, a cada cual más emocionante, que evidencian la maestría de Cameron como director de cine de aventuras. Impactante, emotiva, las peleas se suceden como en una guerra interminable, de sorpresa en sorpresa hasta la batalla final. La pasional interpretación de todo el reparto, con una Weaver en estado de gracia, contribuye a implicarse en la historia, con hallazgos como los personajes del androide Bishop que interpreta Henriksen, la dura Vásquez que encarnó la debutante Jenette Goldstein o el de un jovencísimo Bill Paxton.
Aliens, que en España llegó con el apellido El regreso, recaudó en todo el mundo 131 millones de dólares y ganó dos Oscars: el de mejores Efectos de Sonido y el de Efectos Visuales. Estuvo nominada a otros cinco, entre los que sobresalió la candidatura a Weaver como mejor actriz. Si es raro que una actriz sea nominada por una comedia, que lo sea por un film de ciencia ficción es casi milagroso. Desde el principio fue alabada por la crítica (¿quién dijo que a los críticos sólo les gusta el cine aburrido?) y en la página de referencia IMDB se encuentra en el puesto 65 de las mejores películas de la historia. Fue tal su éxito que se hizo inevitable la puesta en marcha de una saga que no ha vuelto a rayar a esta altura desde entonces, pese a que por ella han pasado talentos de la talla de David Fincher o Jean-Pierre Jeunet, y que ha retomado el propio Scott con una nueva saga, ampliando aún más el universo de los xenomorfos.
Este verano en el marco de la Comic-Con de San Diego se celebró un reencuentro del reparto con Cameron y Hurd, con motivo del 30 aniversario de la película. Asimismo, al director se le ha entrevistado por esta onomástica en diferentes medios. En una de estas entrevistas el canadiense recordaba cómo antes de rodar todo el mundo le recomendaba que no hiciera la película porque todo lo bueno de su secuela se asociaría a Scott y todo lo malo a él. Lo importante es que él tenía una visión, era propia, y funcionó. Tanto que hasta sido elogiada por el propio Scott. En la edición ilustrada del guión de Aliens se recogía la valoración del padre de la criatura. “No hay ninguna duda de que Cameron hizo un excelente film. Es realmente un logro”, aseguraba el autor de Blade Runner. Un logro que, curiosamente, comenzó como una pregunta de cortesía en un parking. Los grandes ríos tienen nacimientos pequeños.