VALÈNCIA. Hoy, 27 de enero, es el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto. La conmemoración viene marcada por el día de liberación del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau por parte de las tropas soviéticas en 1945. Al contrario de lo que pueda parecer, la elección de la fecha y la puesta en marcha de la celebración no datan ni siquiera del siglo XX, todo empezó en 2005 tras una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Sesenta años después del final de la II Guerra Mundial.
Esto lo que demuestra es que la memoria, tal y como la conocemos o interpretamos, no es algo que tenga su origen inmediato en el final de la contienda en la que fueron derrotados los fascismos. Una prueba palmaria de ello es el histórico documental The Laughing Man de la dupla de periodistas Walter Heynowski y Gerhard Scheumann. Era una entrevista a un mercenario europeo que luchaba contra las guerrillas y movimientos de liberación en Sudáfrica y países aledaños, Rodesia (Zimbabue), Zaire (El Congo), Angola, etc… El soldado explicaba sus acciones de comando con todo detalle, pero había algo más. Presumía orgullo de su Cruz de Hierro de Primera Clase, porque venía de hacerse la II Guerra Mundial entera, de 1939 a 1945.
El personaje era Siegfried Friedrich Heinrich Müller, conocido como Kongo Müller en África. Empezó la guerra en la frontera polaca y participó en todas las fases de la Operación Barbarroja, la invasión de la URSS. Primero la exploración de la frontera disfrazado como campesino polaco y, después, como soldado durante los cuatro años que duró la guerra. Fue herido en la retirada y evacuado a Frankfurt, donde le capturaron las tropas estadounidenses por suerte para él.
En la entrevista, de una hora, el soldado bebe tranquilamente licor, fuma y no deja de sonreír. Él mismo cuenta cómo se produjo su depuración. Tenía el rango de primer teniente, galones que había obtenido en el cumpleaños del führer, pero fue liberado en 1947 y enrolado en un Grupo de Trabajo Civil del Ejército de EEUU. De ahí pasó a trabajar en servicios de seguridad y llegó a entrenar a tropas de la OTAN.
Sin embargo, sí que tuvo un encontronazo con la “memoria”. En 1956, se le impidió la entrada en el Bundeswehr, el ejército de la RFA, y se fue a trabajar para British Petroleum limpiando las minas que había dejado tras de sí el Afrika Korps en el Sahara. A partir de ahí, emigró a Sudáfrica y enroló como mercenario.
En la entrevista explica que siempre le interesó la guerra subversiva, lo que se conocía en el siglo XX como “guerra moderna”. En todo momento, hace valer la carta del antibolchevismo. Explica con toda claridad que si antes luchaba por Hitler y ahora por “los ideales de la Revolución Francesa” (partiéndose de risa) era porque lo que tenía en común en ambas trincheras era el antibolchevismo. Era algo en lo que no había tenido mucha elección, venía de una familia conservadora prusiana y su padre, también militar, había muerto en Rusia durante la II Guerra Mundial. A él le internaron y prepararon para una sola cosa: la guerra.
Lo más relevante de todo el encuentro con él, entre mentiras y verdades, son sus comentarios del Apartheid. Dice orgulloso que es igual que la Alemania de Hitler con los judíos. Existía una separación en todos los aspectos con la población negra, que jamás podía tener acceso a puestos administrativos o directivos, ni aunque tuviesen la titulación más alta, subraya. Le encantaba.
En ese paraíso, él se dedicaba a las actividades contrainsurgentes de comando. Ante la cámara dice que consiste en misiones que se efectúan con limpieza, fuera de ella, con la grabadora todavía encendida, admite que se trata de guerra antipartisana, como en la II Guerra Mundial, que consiste, en resumidas cuentas, en matar a todo lo que se pilla. Él mismo lo explica: “a veces disparamos a gente que no sabemos sin son refugiados o partisanos”.
Entre sus compañeros estaba Friedrich von Mellenthin , general de la Wehrmacht que llegó a ocupar varios puestos en el Estado Mayor del Ejército. Tras dos años y medio en un campo de concentración británico, emigró a Sudáfrica y fue responsable de Lufthansa durante los años sesenta. Murió allí, en Johannesburgo, en 1997. Otro del que habla es de menor rango, el teniente Mazy, famoso por trabajar las calaveras de sus enemigos, una actividad que le encanta a la prensa. Kongo Müller bromea con que usó una de florero en su despacho.
Preguntado por la Cruz de Hierro que luce orgulloso en su uniforme, el entrevistado contesta: "No tiene nada que ver con la política (…) es un símbolo prusiano (…) que tenga una esvástica dentro es solo una expresión de aquella época (…) yo solo soy alemán". Para concluir: "no estoy luchando en África por Hitler, que murió hace mucho, sino por Occidente". La película Dark of the sun (Último tren a Katanga), del británico Jack Cardiff, está inspirada en sus andanzas, aunque su papel es el de malo de la historia.
Los autores de este documental eran cineastas de la RDA. Para lograr esta entrevista se hicieron pasar por periodistas de la RFA. Ellos también podían haber investigado en casa, aunque no les habrían dejado exponer el resultado. Pese a que la Alemania Oriental se fundara con un mito de identidad antifascista que se promovió oficialmente durante años, las realidad fue que numerosos nacionalsocialistas también se integraron en las elites funcionariales del nuevo estado, algunos hasta llegaron a estructuras de poder. De hecho, se considera que esta pudo ser una actitud compensatoria, la servidumbre ciega al nuevo estado, como forma de borrar el pasado.
Hay estudios muy interesantes que analizan y detallan cómo la RDA no podía hacer distinciones de pasado político hasta cierto punto porque dependía de la mano de obra cualificada. Al mismo tiempo, para la población, que había vivido y respirado el nacionalsocialismo, el silencio fue la mejor opción ante un planteamiento de futuro en el que se iba a “empezar desde cero” con la revolución socialista. La pregunta que le surge a los académicos es si la preparación de esa población para el totalitarismo con Hitler fue la que alimentó ese nuevo estado. En los diarios y testimonios de posguerra, se habla de sensación de deja-vu cuando los que vieron marchar a las Juventudes Hitlerianas ven hacerlo a la FDJ, la Organización Juvenil Socialista.
En el Oeste, como prueba el documental, la situación fue más esquizofrénica. La sociedad libre, protegido el pasado con una fuerte omertá entre sus responsables no juzgados, se apoyó en redes de mercenarios genuinamente nazis para la guerra global, o Guerra Fría, contra el comunismo. Cuando esta ideología se mezcló con la liberación de los pueblos colonizados, sencillamente, se repitió la historia de los años 40, pero en el tercer mundo. Un fascismo criminal. Habrá que estudiar en qué fase estamos ahora, cuando es la sociedad europea, que se creía libre, en la que brota con fuerza el anhelo totalitarista.