Cerca de 4.000 familias españolas han apostado por educar a sus hijos en casa, rehusando la escolarización convencional. Pese a las dificultades jurídicas y metodológicas, defienden la efectividad de un sistema que en nuestro país es casi clandestino
VALENCIA.- Jorge vive enValencia y tiene dos hijas, y a las dos las ha educado en el comedor de casa.«Tomamos la decisión cuando escolarizamos a la primera y descubrimos que era superdotada», recuerda. El sistema tradicional no atendía las necesidad esespecíficas de una niña con altas capacidades, por lo que empezó a valorar modelos alternativos. Visitó escuelas, habló con más padres y se dio de bruces con el homeschooling. En su caso, a través de la Calvert School,institución estadounidense de educación a distancia con un alto grado de exigencia y alumnos de todo el mundo. Ellos se encargan del currículum y los exámenes; lo de la pizarra recae en los padres.
La educación en familia, conocida como homeschooling por su denominación anglosajona, es un modelo de formación dentro del contexto familiar. Los padres se encargan de educar a sus hijos en cuestiones que tradicionalmente corresponderían a la escuela. Existen tantas variedades como coyunturas: se puede llevar a cabo totalmente en solitario, aceptando ayudas externas, con profesores particulares o inscribiéndose en academias a distancia. Aunque en España no se trata de una práctica tan generalizada como en Estados Unidos o Gran Bretaña, se estima que se adscriben a ella alrededor de 4.000 familias, de las que 400 se concentran en la Comunitat Valenciana.
Los datos pertenecen a la Asociación por la Libre Educación (ALE). El colectivo, nacido en 2002 y presente a nivel nacional, sirve de canal comunicativo entre la Administración Pública y las familias que educan en casa. Su portavoz en el contexto valenciano, Nely Vicario, es madre practicante con una responsabilidad adquirida. «Nuestra labor es normalizar el modelo, no escondernos, y reunirnos periódicamente con los políticos para buscar un cambio en las leyes educativas», asegura. Admite que entre los asociados hay todo tipo de familias, «desde los que no se lo habían planteado nunca, pero están descontentos con la escuela convencional, hasta quienes tienen motivos religiosos o ideológicos», por lo que no se puede hablar de un prototipo parental.
«Como estábamos satisfechos con Nerea, seguimos el mismo modelo con Sara», continúa Jorge. Él se encarga de impartir las materias de ciencias, su mujer se desenvuelve mejor con las letras y han contratado a un profesor particular para los idiomas. Fomentan la socialización con otros niños mediante actividades extraescolares como el ballet. Por descontado, la apuesta ha supuesto un cambio radical en sus vidas, en tanto que han limitado sus horarios de trabajo y conlleva un fuerte esfuerzo económico. Alrededor de 5.000 euros al año por hija, incluyendo matrícula, clases y material. «El sistema que hemos escogido no es barato pero cada cual configura el suyo», precisa.
El problema llega con la certificación. Aunque Nerea y Sara realizan exámenes extranjeros para su convalidación en territorio español, no siempre sucede lo mismo. ¿Cómo se accede entonces a la Universidad? Para retornar al sistema clásico, si es que se aspira a obtener titulaciones oficiales, hay que dar un rodeo burocrático: reingresar en la ESO antes de cumplir los 16 o pasar los exámenes para mayores de 18, con la consiguiente espera. «De algún modo, estos padres están privando a sus hijos de una educación estándar sin tener en cuenta su futuro profesional y su salida al mercado», opina Enrique Castillejo, presidente del Colegio Oficial de Pedagogos de la Comunitat.
Como recuerda la Conselleria de Educación, Investigación, Cultura y Deporte de la Generalitat, en España es obligatorio escolarizar a los menores de edad. Es por esto que no existen registros oficiales y el homeschooling se mantiene en el limbo de la legalidad. «Cualquier persona puede denunciar a otra porque sus hijos estén fuera de clase en horario escolar», aclaran fuentes de la Inspección Educativa, que dispone de una comisión autonómica de absentismo. En estos casos intervienen los Servicios Sociales, a cuyo criterio queda el actuar con mayor o menor hostilidad. «Evidentemente, no es lo mismo un niño desatendido que en estas circunstancias», deslizan.
Asociaciones como ALE apelan a la Constitución, concretamente al Artículo 27, que reconoce la libertad de enseñanza. «Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus convicciones», reza la Carta Magna. También hay jurisprudencia favorable desde hace dos décadas. Famoso es el caso de 23 menores educados en el complejo alternativo Niños de Dios, a cuyo favor resolvió la Audiencia de Barcelona en 1994. «La formación efectuada al margen de la enseñanza oficial es perfectamente aceptable en el marco de las libertades de la Constitución», explicaba la sentencia.
Un fallo del Tribunal Constitucional en 2010 diversificó la tendencia. El órgano jurídico obligaba entonces a tres familias practicantes a matricular a sus hijos en el colegio, al entender que la imposición legal de la escolarización es «un límite constitucionalmente viable a la autoridad de los padres en la educación de los menores». La sentencia, además, valoraba que esta práctica podría causar «graves perjuicios futuros» a los menores. El motivo por el que el homeschooling sigue siendo una práctica silenciosa dentro de nuestro país es por el temor a que la presunta «alegalidad» derive en la retirada de custodia. Sucedió en 2012, cuando una madre vasca fue privada de la tutela de su hija en favor del padre biológico tras intervenir el Ministerio Fiscal. En la Comunitat Valenciana, de momento, no ha habido problemas.
«No es para nada lo habitual, en la práctica se hace la vista gorda», asegura Nely Vicario, de ALE. «En un primer momento, los servicios sociales intervienen por abandono o absentismo, pero el caso suele archivarse cuando los padres explican su proyecto y se comprueba que los menores están atendidos», garantiza. La regularización final pasa por la Administración. Los activistas afirman haber mantenido reuniones con el anterior Gobierno valenciano, pero en los últimos años la acción se concentra en Madrid. «Siempre hemos tenido una respuesta positiva pero nunca se ha hecho una propuesta oficial porque había temas más urgentes», reconoce la portavoz.
La investigadora británica Paula Rothermel, de la Universidad de Durham, presentó en 2002 un estudio (Home-Education: Aims, Practices and Outcomes) donde apuntaba que los resultados académicos de los alumnos educados en casa eran mejores que los escolares. Del mismo modo, universidades como Harvard y Yale reservan cupos específicos para perfiles extracurriculares con características brillantes. «A los niños educados en familia se les suele atribuir mayor espíritu crítico y una iniciativa intacta. No necesitan que les digas qué deben hacer», defiende ALE.
Se muestra en desacuerdo Enrique Castillejo, presidente de los pedagogos valencianos, quien considera que la efectividad de ese sistema «todavía está por demostrar». «Se compara el caso español con el de países anglosajones, pero nada tienen que ver. En Estados Unidos hay muchos estudiantes que no asisten a clase porque viven en zonas suburbanas o aisladas, incluso por motivos religiosos extremistas», relata. Además rechaza que sea una tendencia en alza entre los países europeos y, lejos de considerarla moderna, la relaciona con «las clases pudientes de antaño que contrataban institutrices». En este sentido, rechaza «sacar a los niños del sistema» cuando «tarde o temprano tendrán que caer en la cesta oficial para obtener el título de la ESO».
Otra línea argumental tiene que ver con la profesionalización del trabajo del maestro. «Los padres que creen que pueden ser profesores de sus propios hijos están haciendo un flaco favor a todo el colectivo docente, en tanto en cuanto suponen que cualquier persona está capacitada para ello», critica el pedagogo. Compara la situación con la de quienes deciden no vacunar a sus hijos. «El diagnóstico de la situación cognitiva de un menor de edad no corresponde al padre, igual que a mí no me corresponde decidir si tiene gripe o cómo prevenir una enfermedad», ejemplifica.
Por último quedaría la socialización, la relación con los iguales, las estructuras de la comunidad. Colectivos como ALE aseguran que puede suplirse llevando a los niños periódicamente a lugares de reunión. «Se organizan quedadas para ir a museos o pasar el día en el parque», explica Vicario, quien además señala que así se previenen situaciones «como el acoso escolar». Por el contrario, y sin quitar importancia al bullying, Castillejo cree que los niños deben ir a clase para «aprender a enfrentarse a situaciones del ecosistema social que más tarde se encontrarán de mayores». «Un colegio es un sitio donde los niños sienten, se relacionan con el profesor, se enamoran, discuten… Privarles de esa vivencia me parece una postura muy cuestionable», reflexiona el experto.
Lejos de toda imprudencia educativa, el homeschooling es una decisión meditada, que se gesta en el pensamiento de unos padres devotos. Su mera existencia es indicio de un problema social. «Cuando buscábamos respuestas para nuestro caso, hablamos con gente muy diversa. Muchas personas rechazaban los colegios por cuestiones ideológicas, políticas... Había perfiles muy alternativos, otros más corrientes. En cualquiera de los casos, el sentimiento compartido era el descontento con el sistema escolar en España», dice Jorge, padre de las dos niñas homeschoolers.
«Es evidente que nuestro sistema tiene deficiencias, sólo hay que fijarse en el 23% de fracaso escolar», admite Castillejo, y añade: «La solución no es salirse de él». Si bien en algunos casos puede suponer un atajo, en otros acaba por convertirse en un laberinto. El experto aboga por abrir «un debate educativo de verdad para buscar entre todos métodos pedagógicos diferentes». Se hace necesario «un gran cambio de paradigma escolar» porque «si un padre está convencido de que el comedor de casa es un espacio formativo más enriquecedor que el aula, algo no va bien».
* Este artículo se publicó originalmente en el número 25 de la revista Plaza (noviembre/2016)