Quan Zhou sorprendió en el mercado editorial como un soplo de aire fresco. Era una china andaluza española, etc… que narraba con humor descarnado el choque cultural que esto le producía, sobre todo por parte de su familia, que era más tradicional. Ahora, en su tercera obra, vemos en modo autobiográfico todo lo que ha ocurrido desde entonces. Un rechazo a convertirse en un estereotipo no se sabe muy bien de qué, pero que le hace gracia a los medios, y una búsqueda de su identidad
VALÈNCIA. Conforme la sociedad española se ha ido volviendo más diversa, han ido apareciendo visiones más plurales de, perdóneme que lo exprese en confianza, nuestros culos. La identidad española, en tanto que arma arrojadiza, era ya de por sí bastante compleja. Ha habido siempre un acercamiento neurótico a la imagen que reflejaban nuestros culos. Orgullos ridículos, dramas intestinos, indigestiones, bulimia… Sería objeto de otro artículo, o de un estudio, tratar algo que ni Mater Dolorosa de Álvarez Junco logró resolver. Pero ahora mismo carece de importancia, porque el fenómeno migratorio ha dibujado otro panorama, la sociedad española es bien diferente, procede de culturas muy distintas que han convergido en este espacio y en este momento.
Si los libros de Hanif Kureishi siempre me han fascinado por la obsesión que le causaba el desarraigo de la inmigración paquistaní en Inglaterra, tanto en la sociedad a la que se llega, como dentro de esa propia comunidad migrante, cuando han empezado a aparecer ese tipo de visiones en España, mi interés se clavó en ellas.
El caso de Quan Zhou es paradigmático. Sus dos primeras obras, Gazpacho agridulce
y Andaluchinas
trataban con humor el choque entre la sociedad tradicional que traían consigo sus padres y la mentalidad de unas hijas que crecen en este país asumiendo todos sus códigos culturales. Al menos, los más básicos, como que una mujer puede casarse con quien quiera, tener hijos o no, y realizarse en una carrera profesional, que es muy respetable e incluso deseable.
Ambas publicaciones tuvieron reconocimiento. La autora empezó a colaborar en diversos medios y a ser un rostro conocido en saraos. Ahora ha salido su tercer álbum, también en Astiberri, La agridolce vita. Esta vez tenemos un trabajo más intimista. Zhou cuenta todo lo que le sucedió desde que tuvo éxito como creadora. Dejando a un margen las características de su identidad chinoandaluza, esta confesión está muy alineada con otros ensayos generacionales. Buena parte de lo que leo en este cómic es identificable en un ensayo que fue importante en su día, Can't even: how millennials became the burnout generation de Anne Helen Petersen.
La autora, como cuenta en la novela gráfica, iba avanzando profesionalmente en la rama del diseño. Lograba dejar atrás curros mal remunerados y crecer, sin embargo, esos nuevos puestos de trabajo eran cada vez más exigentes. El trabajo ocupaba todo el tiempo y, para mejorar, muchas veces había que emplear también ese escaso tiempo libre en trabajar más. Es una rueda de hámster en la que la diferencia si te va bien o si te va mal es bastante pequeña, porque no haces más que trabajar viendo pasar los años.
El stop, sigue Zhou, llegó con la pandemia. Esa gran pausa en la que no pocos trabajadores fueron incapaces de volver a las oficinas. En Estados Unidos fue todo un fenómeno la cantidad de gente que descubrió que vivía completamente alienada por el trabajo y que la vida podía ser algo más. ¿De qué te sirve ganar 20.000 al año o 100.000 al año sin ambos trabajadores se van a pasar toda su vida juntos bajo la misma luz de una triste oficina? Solo cambia en qué vehículo se van a casa y el tamaño de esta. El 90% del tiempo restante están juntos, en despachos contiguos o incluso en la misma mesa viéndose envejecer mutuamente.
Zhou rompió con todo. Volvió a pasar más tiempo con su familia, recordemos, que regentaba un restaurante chino en Estepona, y tuvo la oportunidad de pasar un largo periodo en Canarias en el que vio la luz y se decidió a viajar. Confieso que en este punto pasaba las páginas temblando a ver cuántos clichés me iba a encontrar sobre esos personajes que emprenden viajes para buscarse a sí mismos y que tienen más que ver con huir de sí mismos, objetivo que difícilmente se logra alcanzar.
No iban por ahí los tiros. Zhou emprende un itinerario que sigue comunidades chinas por todo el mundo. La emigración que históricamente ha salido del país de los padres de la autora ha sido de gran envergadura y está presente en todo el continente americano. Desgraciadamente, el viaje no es tanto de comparar culturas como de asistir a un legado histórico de marginación, persecución y, en general, maltrato de una comunidad migrante.
Me cuenta Zhou al teléfono que no pensaba realizar un mosaico de la diáspora china por el mundo, sino que le salió reflejarla. Ella se considera parte de esa diáspora y por eso, cuando se la encuentra en otro país, no puede evitar compararse ¿Qué tiendas ponen? ¿Cómo cocinan? ¿De qué región proceden? Preguntas que se haría cualquiera si la diáspora fuese la propia.
No obstante, hay más, en ese itinerario, entre las confesiones, Zhou admite sus inseguridades. A raíz de la cantidad de becas artísticas que la han rechazado hasta hoy, se pregunta si vale algo realmente o si solo le hacen caso por ser china y española, particularmente andaluza, una mezcla que se conoce que a mucha gente enseguida relaciona con el humor. No es algo del día a día, en entrevistas que le hicieron en medios importantes, Zhou se sintió amedrentada por bromas y comentarios de gracia muy relativa.
En suma, tenemos una expresión en viñetas interesante por su sinceridad. No voy a engañar a nadie, a mí expresiones como “personas racializadas”, que se repite bastante, me resultan agotadoras. La obsesión por la identidad, por encajar en grandes categorías, me resulta incomprensible. Pero por eso mismo me ha parecido interesante leer esta obra, porque la autora tiene una necesidad real de encontrar gente a la que la unan los mismos problemas o anhelos, lo cual no es fácil cuando, de entrada, se te cataloga como algo exótico; me ha resultado interesante porque son puntos de vista muy distintos a los míos.
Por otro lado, el desarrollo de su forma de expresión va creciendo publicación tras publicación. Para mi gusto, en una trayectoria ascendente. Si Fun Home de Alison Bechdel fue lo que le mencionó la compañera de trabajo que la motivó para escribir a una editorial en la que narrar las historias de “mamá Quan”, poco a poco vemos cómo la enjundia y contenido de las páginas que firma empieza a acercarse a esa constelación de autores que se han dejado el alma en viñetas autobiográficas o confesionales. Las inclasificables y, al mismo tiempo, adorables.