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Andaluchinas: Quan Zhou publica en Astiberri su segunda novela gráfica autobiográfica

25/09/2017 - 

BARCELONA. Las historias de hijos de inmigrantes asiáticos en Europa y Estados Unidos son todo un género. De las novelas de Kureishi a cómics como Shortcomings de Tomine. El interés literario de personajes con conflictos de identidad o con identidad conflictiva, puesto que muchas veces los problemas les llegan del exterior, no de ellos mismos, es enorme. 

Familias que se niegan a que sus hijos sean como los demás nacidos en su tierra de acogida. Amigos que niegan a sus amigos que sean como ellos por ser su familia originaria de otro lugar. El limbo del que no puede volver a su tierra de origen, porque allí es un extranjero, y en la suya también lo es en cierto modo... Hay mucho que leer ahí y si lo cuentan sus protagonistas, mejor. Nunca antes había ocurrido tanto.

Quan Zhou Wu publicó en 2015 Gazpacho Agridulce, una autobiografía chino andaluza. Ahí conocíamos las dificultades que experimentó al nacer y crecer como andaluza, pero con una madre china que aún conservaba los valores tradicionales de esa sociedad. Era un tour de force con su propia madre para no casarse con un chico chino que tuviese muchas tiendas. Eso de estudiar, de irse a otra ciudad para hacerlo, la mujer lo llevaba mal. No lo entendía. Por no mencionar que ya llevaba mal tener tres hijas y ningún chico, que era lo que deseaba desde siempre ¡el heredero! Varón, por supuesto. Hasta que por fin llegó.

La noticia esta vez se encuentra en las reacciones que motivaron esta continuación, como ella prefiere llamarlo, en lugar de segunda parte. Me llama mucho la atención porque da la medida de cómo son las nuevas mentalidades que estamos exportando de los campus estadounidenses y adaptando a nuestro natural instinto inquisitorial. A Quan le dijeron tras hacer un cómic sobre su identidad española siendo china que era "autorracista" y, por supuesto, los que se lo explicaron, eran todos españoles. 

El mayor impacto fue cuando El País la llevó a portada, puesto que los dibujos de Quan han sido virales hasta el punto recorrer radios, medios de todo tipo y finalmente aterrizar en Astiberri, editorial siempre atenta a la diferencia selecta. Ahí se encontró, para su sorpresa y la de cualquier español sin déficit de masa craneoencefálica, con ciento de comentarios negativos. 

La síntesis de aquellas reacciones, como explicó la autora en Tribus Ocultas eran que si ella era española, ellos se sentían menos españoles. Al final al racismo le da igual que los que han llegado aquí y sus hijos se integren -algo a lo que, por cierto, no están obligados- o no, lo que siempre prevalece el odio a cualquier diferencia por el bien de la tribu pura. El asco puro también. 

Además, dio con la otra vertiente del iberismo, la de los cafres, cuando un tuit la dejó marcada. Uno que decía: "Que un hámster nazca en un establo no le hace un caballo". Incluso esos nuevos curas medievales que tenemos ahora llamados politólogos arremetieron contra sus recuerdos familiares sobre China por no encajar con sus prejuicios y delirios ideológicos. Las dos Españas repugnando a tope. 

Diferencias ¿Cuáles?

Difícilmente entiende la gente a día de hoy lo que es ser o dejar de ser nación o nacionalidad o ninguna de las dos cosas. Actualmente, un señor con un perro escuchando música por los auriculares puede ser ruso, finlandés, alemán, francés, español o portugués tranquilamente. Notaremos su nación si abre la boca, si se expresa en una lengua, pero por lo demás, el conjunto de construcciones y ficciones sobre lo que es o debe ser la pertenencia a un país o grupo étnico están totalmente desfasados. Cada vez somos más iguales y el recuerdo de nuestras naciones que nos hacían distintos antaño está cada vez más, solamente, en las lenguas. 

Quan, como vuelve a reflejar en su segunda obra, tiene un acento andaluz que nadie se esperaba; no entendían cómo una china podría tenerlo. Pero es que había nacido y crecido en Andalucía. En un taxi en Algeciras, para ser exactos. 

Precariedad

No obstante, su cómic no es una colección de agravios ni mucho menos. Sigue reinando el sentido del humor a la hora de recordar o criticar situaciones y en ningún momento hay un ápice de mención a que se considere una víctima del sistema. Si acaso, una víctima de los bajos salarios y las expectativas laborales más bien oscuras. Pero eso nos pasa a todos. 

Hay que saber entender el valor que eso tiene. Quan, en una novela autobiográfica, no busca la lágrima ni exhibe recuerdos o situaciones morbosas. Cuenta una vida cotidiana, con sus esfuerzos para salir adelante ante la impotencia de una madre que intenta por todos los medios a su alcance, el WhatsApp y poco más, que se case con un chino con muchas tiendas. La constatación de que no se trata de ciencia ficción es que, según cuenta, ha recibido montones de cartas de gente en su misma situación y con idénticas situaciones. 

Es en la propia normalidad donde está el mensaje. No hay ningún rasgo distintivo en irse a buscar la vida a Miami y chocar con el individualismo de la cultura anglosajona hasta acabar medio convirtiéndose, como le sucede a Fu, una de sus hermanas. Tampoco en echar solicitudes de empleo al tuntún y acabar en el único país donde te la aceptan, como a Qing, la pequeña.

Tierno

 Por eso en esta ocasión, superados los gags de la primera entrega, el valor de Andaluchinas reside en lo cotidiano. Un realismo que nos lleva a eso, a anhelos y vidas muy homologables. La trayectoria de unas hermanas, las ciudades en las que han dejado trocitos de su vida para intentar buscársela. Sin adornos.

Un buen lector sabrá, de todas formas, llegar más allá de lo que tiene delante en apariencia. El padre de Quan en los dos números siempre está machacado de currar. Y ellas no paran de recibir comentarios ridículos, a veces desagradables, por algo tan poco censurable como su origen. Pero lo sorprendente, y también es sorprendente que sorprenda -pero en esas estamos- es que Quan no se muestre ni se sienta como una víctima. Pasa por encima de todo eso como un avión y se centra en describir sus sueños y sus sentimientos, en este libro fraternales, aunque haya unas cuantas relaciones rotas por medio. Ese vitalismo no es normal, marca la diferencia. Y ahí reconocemos el buen humor de Kureishi y sus personajes echados-pa-lante, como Karim del Buda de los suburbios, tan encantadores que uno acaba deseando que algún día alguien así sea su amigo. 

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