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NOSTÀLGIA DE FUTUR  / OPINIÓN

La dignidad del Valencia CF contra la economía 'fake'

El despertar de una afición que explica las tensiones de la economía de hoy

17/12/2021 - 

Unos 15.000 aficionados al fútbol se manifestaron el sábado pasado pidiendo a Peter Lim, propietario del Valencia CF que se fuera a su casa. No eran solo valencianistas, ya que ilustres levantinistas y franjiverdes, aprovechando que el Valencia CF-Elche CF se jugaría por la tarde, se sumaron a la marcha.

Fue una reclamación evidentemente metafórica, ya que el propietario del club nunca se ha llegado a instalar en nuestra ciudad y abandona con poca frecuencia su hogar en Singapur. En la restringida, por no decir clandestina, junta de accionistas de ayer se escuchó el eco de esa reclamación.

Como cada vez que se agita València, de esta batalla se han hecho múltiples lecturas. Hay quien quiere verla como el despertar definitivo del valencianismo. Otros, en cambio, la observan como un tardío e inútil cambio de perspectiva. Lo dije aquí, no perderé un solo segundo buscando incongruencias en los que antes adularon a quien venía de fuera. Es saludable (y necesario) cambiar de opinión cuando los hechos también lo hacen. He leído también puntos de vista más atrevidos, que han interpretado la movida como una cohesión sin precedentes de la sociedad civil valenciana. Ha habido también quien lo ha observado como la representación definitiva de una batalla épica contra el fútbol moderno. Hay un poco de todo ello.

Sin exagerar el impacto del debate pero sin desmerecer su valor, pienso que todo esto representa mucho más que una pataleta de unos cuantos aficionados ante una mala situación deportiva y una mejorable gestión empresarial. No es el campo de batalla definitivo, pero la lucha por ‘la dignidad’ del València CF es también representativa de las externalidades y fisuras que generan las finanzas globales. No es una cuestión banal. 

Hay pocas industrias que señalen de manera tan visible las tensiones entre lo local y lo global, entre la especulación y el arraigo, como lo hace el fútbol profesional. Es un deporte donde raramente los clubes emigran de ciudad, como sí pasa con las franquicias estadounidenses de baloncesto y fútbol americano. Es una industria profesional donde a excepción de unas pocas marcas claramente globales (¿una veintena?), los clubes dependen estrechamente del lugar que les da nombre, de las áreas metropolitanas que pueblan sus gradas, de las niñas y niños que se enfundan la camiseta con ilusión a pesar de que las alegrías sean escasas. 

A la vez que los intercambios financieros en la industria del fútbol funcionan a nivel mundial, los mercados de fichajes de los jugadores hombres llegan a cifras desorbitadas, y las estrellas viven vidas inalcanzables para la mayoría; las aficiones siguen estando mayoritariamente localizadas en el territorio y, aún cuando no lo están, tienen una vinculación estrechísima con las calles y los descampados de barro de la ciudad donde esos clubes nacieron. Pensemos en el Atalanta que regala una camiseta a todos los niños nacidos en Bérgamo. La épica de la Bombonera. El olor a salitre del estadio Pier Luigi, campo del Venezia FC. No hay duda, los clubes son ciudad y son territorio. Son también identidad e historia.

No es casualidad que Mestalla, junto a los campus universitarios y el Trinquet de Pelayo, sea probablemente el lugar de la capital donde más se escuche hablar en valenciano. El València CF es también un club de país. 

Pero ese fútbol se dejó seducir como el que más, con un paralelismo obvio con la burbuja inmobiliaria, por los cantos de sirena de la globalización, desarraigada y especulativa, como muchos pueblos lo hicieron con la promesa de la riqueza que nunca llegó ligada a urbanizaciones y campos de golf. Se desdibujó el territorio por la promesa incumplida de un desarrollo estandarizado. Aquí, el club se financiarizó y la capacidad de decisión se deslocalizó.

En otro artículo en este medio explicaba la idea de la economía fake definiéndola con las siguientes características: (1) genera beneficios a corto plazo pero lleva acompañados unos costes sociales, económicos o medioambientales mucho más importantes a largo plazo; (2) está fundamentalmente descontextualizada presentando proyectos y servicios absolutamente estandarizados y replicables independientemente del lugar donde se ofrezcan; (3) no tiene como objetivo principal satisfacer una necesidad con un producto o un servicio sino que subordina dicha producción a conseguir otras cosas, como datos de los clientes o inversión de terceros; (4) suele buscar beneficios administrativos, rebajas fiscales y condiciones favorables de regulación y cuando desaparezcan esas condiciones, la actividad económica fake también lo hará; y (5) trae consigo negocios efímeros, volátiles y tiene, a la vez, una tendencia irrefrenable a la auto-réplica y el crecimiento. 

El València de Meriton es un ejemplo de economía fake de libro, centrado más en generar márgenes por la compraventa de jugadores que en hacer funcionar la estructura del club, dando la espalda a la realidad de la ciudad y toreando a las instituciones.

De una manera similar a cómo Nueva York se opuso a las dádivas públicas para acoger las segundas oficinas centrales de Amazon, o la población de Toronto echó atrás el proyecto inmobiliario de Google en su frente marítimo, la afición del València se opone hoy a Meriton. 

Se dijo bien claro en el manifiesto leído el sábado: "Que ningú no s’enganye. No vos diguem que se n’aneu perquè sou de fora. Vos diguem que se n’aneu, Go Home, perquè sou uns mals gestors, que només gestionen en benefici propi!”. La dignidad valencianista contra la economía fake.

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