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VALÈNCIA A TOTA VIROLLA

La Fotoescuela se marcha de Benimaclet por el alquiler: a dónde irán los ‘bajos culturales’

Desertización comercial, necesidad de ocupar bajos vacíos y subidas del alquiler. La ciudad ante el vértigo de la pérdida de la viveza a pie de calle

11/02/2023 - 

VALÈNCIA. Hasta ahora, cuando se publicaban, lo hacían diciendo “estamos en la calle Utiel 6 Bajo, en pleno barrio de Benimaclet”. Pero La Fotoescuela va a dejar de estar allí. De hecho, ya no está en el barrio de Benimaclet. Era uno de esos epicentros en pequeño, de los que conforman la identidad de los distritos. Puede que tan solo haya que tratarlo como un cambio menudo más. El cambio de código postal permanente, la movilidad constante. O puede que haya más. La Fotoescuela se va porque le suben el alquiler. Con más precisión: porque al pedirles más por el local, decidieron replantearse el proyecto.

La escuela, liderada por Jorge Alamar, encontró que era momento para cambiar de coordenadas. Se van a Natzaret. Ya se han ido. Un buen día, casi ayer, les dijo a sus alumnos que debía hacer mudanza. Le dijeron que contara con ellos. Dónde hay que irse. En el viejo pueblo marinero tiene un piso. Allí va a instalar sus clases y su propio despacho profesional. Puede que tan solo haya que tratarlo como un cambio menudo más. O puede que haya más.

Un mes antes de la pandemia, otro bajo cultural, el de Sebastian Melmoth, empleado como tienda y galería de objetos artísticos, cerraba en la calle Sant Ferran para irse a la calle Baja, donde todavía siguen. No lo hacían ni tan siquiera por la subida de la cuota. No hubo opción. La llegada de un complejo hotelero les hizo afuera. Por entonces sus responsables -Roberto Martín y Laura Soriano- explicaban su preocupación: “la ciudad no puede convertirse en un parque de atracciones de y para los turistas, está hecha para la gente que vive 365 días en ella. Negocios que hacen diferente a la ciudad no pueden desaparecer”.

En la calle Baja no les han subido el alquiler. Sí el IPC. Ha cerrado la taberna el Olivo, en sus inmediaciones. En la zona -el Carmen- “han cerrado muchos sitios”, dicen ahora. “El escenario es completamente distinto de cuando nos cambiamos. Quizá no nos hubiéramos venido aquí… Tener un negocio así es ya quijotesco”. Puede que el suyo tan solo haya que tratarlo como un cambio menudo más. O puede que haya más.

Es un poco extraño. Una dinámica por la cual hay barrios animados que se convierten en paradigma de las ciudades gracias a locales distintos, repletos de personalidad, capaces de generar comunidades enraizadas. Pero esos locales distintos se van viendo estrangulados por condiciones de mercado que les hacen imposible permanecer en las mismas demarcaciones. Entonces se marchan. O desaparecen. O se olvidan. Otros locales en tránsito ocupan sus puestos. Y la ciudad convierte esos entornos en postales de la personalidad urbana, tan enraizada y local. Aunque ya no quede nada de eso. 

Las excepciones no crean síntomas, pero sí advierten. “Es un problema que muchas personas, con propuestas independientes y que no pueden llegar a ciertos aumentos de alquiler, acaben renunciando a sus proyectos”, cuenta Alamar, de La Fotoescuela, mientras transporta cajas. “Aunque parta de una situación que no es nada positiva, creo que me ha venido bien: Natzaret es un contexto interesante para un proyecto que no tiene ningún tinte especulativo”.

“Los locales del centro -recordaban en su búsqueda Martín y Soriano de Sebastian Melmoth- son prácticamente intocables para un comercio minoritario como el nuestro, los propietarios esperan que les caiga la franquicia de turno o algún emprendedor sin experiencia que se arruinará a los pocos meses pagando un alquiler tan elevado. Los locales más alejados bajan el precio aunque están muy lejos de la afluencia de público. El gran problema es que saben que lo van a alquilar; en todas las visitas que hemos realizado el comentario que siempre se repite es que hay varios negocios interesados en el local, entre ellos un espacio de alquiler de patinetes eléctricos. Es la vuelta a la cultura del pelotazo, algo muy típico”.

Entre tanto, los nuevos barrios, de Turianova a Malilla, están tan cargados de bajos como desprovistos de planes de usos. Entornos probeta. La fijación de dos modelos contrapuestos: centros de atracciones y centros residenciales. 

En el sentido contrario, hace unas semanas abría en la calle Salamanca la pequeña tienda de la editorial Media Vaca en las tripas de aquel bar con Scalextric gigante. Puede que su caso tan solo haya que tratarlo como un cambio menudo más. O puede que haya más. El proyecto municipal ‘Amunt Persianes’ les permitió el impulso. ‘Cada vegada que s’apuja una persiana, s’apuja l’ànim de tot un barri’, reza la iniciativa de València Activa, que subvenciona con hasta 20.000 euros la inversión nueva en locales vacíos en planta baja. El programa discrimina en base la desertización comercial. Con un área severa a la que pertenecen Benicalap, Ciutat Fallera, El Botànic, El Pilar, La Roqueta, Marxalenes, Nou Moles, Russafa, Soternes, Tormos y Torrefiel. Y otra con síntomas de desertización comercial: Aiora, Arrancapins, Beteró, El Calvari, El Carme, Els Orriols, En Corts, La Creu Coberta, La Petxina, La Seu, La Xerea, Mont-Olivet y Morvedre.

Otra vez es extraño: los barrios a los que se les supone mayor prestancia, mayor dinamismo urbano, mayor atractivo comercial, son también los que sufren una desertización acusada. Puede que sus casos tan solo haya que tratarlos como un cambio menudo más. O puede, definitivamente, que haya más.

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