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La vuelta al mundo en Benimàmet. El milagro de las tertulias literarias dialógicas

Las Tertulias Literarias Dialógicas son una práctica de éxito en comunidades de aprendizaje. Se basan en la lectura de clásicos desde edades tempranas, diálogos intergeneracionales y lectura interpretativa. Sus resultados son asombrosos

24/04/2017 - 

VALÈNCIA. Son las nueve menos cuarto y una fila de madres, de abuelas y de niños y niñas comienza a discurrir con lentitud por la carretera que bordea la antigua panificadora de Benimàmet. Los muros de la fábrica abandonada están llenos de grafitis y la estrecha acera por donde transitan los alumnos camino del colegio serpentea siguiendo el perímetro de las huertas, cercadas con vallas de aluminio, somieres, cañas y palés. El sol de abril aún es débil a estas horas de la mañana.

Algunos coches aparcan en los descampados en los que se yerguen los últimos bloques. Explanadas de escombros y de baches, de palmeras y mimosas por las que pasean perros y circulan algunos vehículos en busca de un rincón donde parar cinco minutos. 

Alguna vez este enclave debió de ser idílico. Un colegio en medio de las huertas que se extienden al norte de Valencia, donde los niños y las niñas pudieran aprender respetando el entorno natural y paisajístico que en algunas ocasiones confundimos con nuestra identidad. Hoy la Ronda Norte ha cercenado el entramado de huertas y casetas de madera levantadas junto a la acequia de Tormos, y muchos campos se han transformado en solares llenos de piedras y plásticos. De este modo, el colegio ha quedado enclavado en un cruce de autovías, puentes, acequias, caminos, huertas y bloques que difumina aquella filosofía de escuela libre, y que recogió a todos los niños primero del baby boom y del éxodo rural de los años sesenta y setenta, y luego de la inmigración. 

Estamos en las afueras de las afueras. Son los últimos rincones de Benimàmet, una pedanía al noroeste de Valencia que se resiste al abandono de la panificadora, de la huerta y de tantas promesas de la modernidad. Las madres y las abuelas esperan pacientes a la entrada del colegio, en cuyo tablón se pueden ver los resultados sobre la consulta del martes anterior para implantar la jornada continua (80,18% de participación, 76,05% a favor) y un anuncio de la próxima excursión en la que a cada niño se le repartirá un trozo de pan y de longaniza de Pascua.

Desde 0 años

Rosa Ortega es maestra en el tercer nivel del segundo ciclo de infantil y jefa de estudios del centro. Me saluda a la entrada y me invita a un café en una sala minúscula al lado de la portería, en cuyo mural se puede leer el lema antibullying “se buscan valientes”. Me presenta a algunas de sus compañeras y al director del centro, justo antes de salir al patio a recoger a los niños, que esperan en fila antes de entrar en el aula. 

El CEIP de Benimàmet es uno de los centros que ha implantado las comunidades de aprendizaje como modelo educativo, y que llevan a cabo el proyecto de Tertulias Literarias Dialógicas desde los primeros niveles de educación infantil. Rosa me habla con entusiasmo del proyecto y de sus resultados: prácticamente la totalidad de sus alumnos de cinco años saben leer más allá de la detección de las letras, y son capaces de desarrollar una lectura significativa, desentrañar el significado de los textos y negociar su interpretación. Pero además, han leído ya un buen número de libros, y les piden a los padres que les lean, o que les dejen leer. Crear un hábito de lectura es fundamental en edades tempranas. Me explica más sobre el proyecto, los recelos que despierta para los que asisten por primera vez o no lo conocen de primera mano, pero confía en lo que voy a ver esa mañana.

Rosa me explica con todo lujo de detalles. Las Tertulias Literarias Dialógicas son una práctica educativa de éxito, desarrollada dentro del proyecto INCLUD-ED, un proyecto seleccionado por el Programa Marco de I+D+i de la Comisión Europea en el que se analizan las estrategias educativas que contribuyen a superar las desigualdades y que fomentan la cohesión social, disminuyen el riesgo de exclusión y se centran  especialmente en los grupos vulnerables y marginalizados. Los resultados (y esto es fundamental) son igual de positivos en cualquier contexto socioeconómico, sea este de riesgo de exclusión o de entorno privilegiado. 

 

Así pues, bajo la excusa de la lectura, el aprendizaje de los niños y niñas estará estrechamente ligado a la participación de los entornos de aprendizaje: de madres, de padres, de abuelos con diferentes grados de escolarización, de voluntarios de todo tipo, desde estudiantes universitarios a jubilados sin estudios. Todos leerán el mismo libro y todos compartirán su interpretación, lo que les ha gustado más, lo que les emociona o les hace recordar experiencias, vivencias o anécdotas. Hay un principio sagrado en las tertulias literarias dialógicas: la igualdad. Todo participante, sea cual sea su edad, está capacitado para hablar en pie de igualdad en el grupo. Para contar sus experiencias. Para expresar lo que le ha gustado, lo que no, lo que le emociona o lo que le parece nocivo. Y todos deben escuchar con el mismo respeto. 

Los clásicos como lectura democrática

Entramos en el aula y entre todos los niños colocan las sillas en círculo. Algunos de ellos se marcharán a la clase de Raquel Cestero, otra de las maestras de cinco años, y otros tantos vendrán a la clase de Rosa. Una vez sentados, escogen a un secretario, que irá anotando los turnos de palabra y el orden de intervención. En nuestro caso, la secretaria irá anotando con pericia los nombres de sus compañeros. Rosa, la maestra, se sienta entre ellos. Durante hora y media será una más. 

Cada niño tiene su carpeta con el libro y las fichas con que trabajan en casa. El libro pertenece al colegio, y cuando la tertulia pone fin al texto, lo intercambian con otro curso que haya terminado otra obra. La dinámica es sencilla: cada participante debe leer en casa el capítulo seleccionado y destacar una palabra o un elemento que quiera comentar. En el colegio, se ponen en común todos esos intereses. Esa mañana toca uno de los capítulos finales de La vuelta al mundo en ochenta días. 

Existe mucha controversia sobre los títulos de las tertulias. El proyecto como tal exige que sean clásicos de la literatura universal, adaptados a los diferentes niveles educativos; las madres y los padres y no pocos pedagogos y maestros son escépticos al respecto. Rosa, en cambio, lo defiende a ultranza: son clásicos, indiscutibles de la literatura, excelsos, excelentes, ¿por qué les vamos a privar a los niños de la mejor literatura?

Antes de comenzar a debatir, los niños repasan las reglas de la tertulia: escuchar a todos los participantes; mirar a todos cuando alguien está hablando; explicar por qué en cada afirmación; animar a los compañeros que son más tímidos o tienen más dificultades. Establecidas las reglas, comienza el espectáculo.

Rosa lee el capítulo correspondiente. Todos los niños lo han leído ya en casa ayudados por sus padres, pero refrescan la historia antes de comenzar a debatir. Phileas Fogg acaba de atracar en Queenstown, Irlanda, procedente de Nueva York. Le quedan pocos días para ganar la apuesta de sus amigos del Reform Club, una apuesta que le ha obligado a dar la vuelta al mundo en tiempo récord. En Queenstown, Phileas Fogg toma un tren camino de Dublín, y de ahí un vapor en dirección a Inglaterra. Al poner un pie en el puerto de Liverpool, Fogg es arrestado por la policía. 

 

En riguroso orden, cada niño destaca una palabra sobre la que quiere comentar. Les llama la atención el arresto de Phileas Fogg, e inmediatamente comienzan a hablar de la policía. ¿Qué hace la policía? ¿Para qué está? Y entonces van levantando las manos para comentar que el tío de una de las niñas es policía, otro que vio a una patrulla la otra noche pasando por su calle custodiando una Virgen, otro que ayudan a cruzar la carretera a los niños camino del colegio. No importa que la conversación se desvíe del clásico de Julio Verne, importa que amplíen su imaginación y su comentario a partir de la lectura, que conecten aquello que leen con su experiencia de la realidad. No otra cosa es leer, sino comprender nuestro mundo. 

Otra niña destaca la palabra “simpático” y la explica y da ejemplos y ofrece sinónimos. Rosa le pregunta qué personaje de la obra le parece simpático. “Picaporte”, responde ella. Cuando un niño toma la palabra, todos escuchan o levantan la mano para intervenir al hilo de la palabra o el fragmento propuesto. Otro niño destaca “deliciosa”. Otro “cobardía”. Y se enzarzan en discusiones y comentarios sobre la comida que les gusta, o sobre actitudes valientes o cobardes. Rosa recuerda el lema que está colgado de la pared del colegio, “se buscan valientes”, y que intenta subvertir los conceptos de valentía y cobardía ligados a la violencia en las aulas. 

El hábito de lectura

Durante más de una hora, la secretaria irá dando turnos de palabra al resto de sus compañeros. Cada uno leerá su ficha. Cuando uno no entienda su letra, los que están sentados a su lado se aprestarán a ayudarlo. Dan y reciben ayuda como norma, sin sentirse agredidos ni excesivamente importantes. Durante más de una hora, escucharán todo tipo de interpretaciones. Cualquier palabra o fragmento sirve de pretexto para hablar de la vida a los cinco años. 

No solo Rosa, Raquel también es optimista. A la hora del recreo, veo salir a una madre emocionada de la clase de cinco años. A las tertulias pueden acudir madres, padres y voluntarios; el colegio es un lugar abierto. Rosa y Raquel quieren saber nuestras impresiones. La madre no da crédito. Apunta que, como en nuestra clase, a los niños les ha llamado la atención el arresto de Phileas Fogg por la policía inglesa, y que un niño ha insinuado algo sobre los gitanos, y una niña (gitana) ha podido defenderlos de acusaciones sin fundamento. 

Me cuentan las diversas reacciones de los padres al ver a sus hijos ganar en competencia literaria. El interés por leer. La obligación de leer con ellos en casa. La práctica de la lectura, cercana al placer y no tanto al deber o la obligación. Las interpretaciones de aquello que les interesa o les importa. La creación de un hábito de lectura sostenido y placentero. Los recuerdos de Bolivia, de Uruguay o de Ucrania que ningún padre sabía que albergaban. La capacidad de expresarse en público. La atención. El respeto. La ayuda que se prestan unos a otros. La autonomía que desarrollan. El aprendizaje basado en el diálogo y la participación. La emoción de aprender.

Noto que esta mañana he asistido a una sesión de lectura colectiva, de análisis textual y juego literario en el que los participantes se animan unos a otros mientras leen la Odisea, El Quijote, las Novelas ejemplares, Robinson Crusoe, La isla del tesoro, Platero y yo o Frankenstein. Y piden leer más y más. 

Decido acompañar a mi grupo de pequeños lectores durante la hora del recreo. Cada uno saca del saquet una mona de Pascua con huevos duros o huevos de chocolate. Es entonces cuando Raquel se me acerca y saca de una bolsa de panadería tres monas para que comamos Rosa, ella y yo. Aquí todos somos iguales, me dice. Ya me gustaría, pienso yo.

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