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las series y la vida

Lupin contra una Francia blanca y corrupta

6/02/2021 - 

VALÈNCIA. El elegante e icónico Arsène Lupin, con su capa, su sombrero de copa, su bastón y su monóculo, es uno de los personajes literarios más queridos de Francia, donde le rinden verdadero culto, así que no es de extrañar que en estos momentos de aluvión de series alguien se fijara en él. Pero lo cierto es que, con esas pintas, traer al siglo XXI al famoso ladrón de guante blanco inventado por Maurice Leblanc solo es plausible si se trata de un malvado enfrentado a Batman en Gotham City, pero no si ha de moverse por el París de hoy. De entre todas las opciones posibles, como hacer, por ejemplo, algo similar a la brillante actualización de Sherlock llevada a cabo por la BBC, Lupin, la serie francesa disponible en Netflix, ha optado por mantener el mito en su sitio y convertirlo en una fuente de inspiración para el relato y el protagonista, que no se llama Arsène Lupin, sino Assane Diop y es un inmigrante senegalés.  

Nos fascinan los ladrones elegantes que roban a los ricos o a los malvados. Es un placer ver a esas mentes privilegiadas buscar modos de entrar en edificios inexpugnables y enfrentar desafíos inesperados con toneladas de ingenio sin perder un ápice de encanto. Nunca abandonan la ironía ni el sentido del humor, esa ligereza displicente que les convierte en iconos. Son ladrones, pero también magos, como deja patente la aparatosa Ahora me ves (Now You See Me, Louis Leterrier, 2013). 

Y nos encantan las aventuras rocambolescas, claro, ese vivir al límite, el más difícil todavía, el salvamento en el último minuto. Será porque rocambolesco, qué cosas, procede de Rocambole, un personaje literario creado por Pierre-Alexis Ponson de Terrail en 1857 que era, nunca lo adivinarían, un ladrón de guante blanco y antecedente directo de Arsène Lupin.

El mito del ladrón de guante blanco ha perdurado con muy ligeras variaciones. Ahí están Ocean’s eleven y su saga, tanto en la versión original de los años cincuenta con Frank Sinatra y el Rat Pack, como la contemporánea con George Clonney y Brad Pitt. O las dos encarnaciones de Thomas Crown, sea Steve McQueen o Pierce Brosnan, derrochando ambos carisma y belleza. O series como Ladrón de guante blanco (White Collar, USA Network, 2009-2014), en la que un encantador y refinado delincuente acaba trabajando para el FBI, o Las reglas del juego (Leverage, TNT, 2008-2012), con un grupo de habilidosos ladrones comandados por Timothy Hutton que se saltan la ley, pero para equilibrar las cosas (el “leverage” del título) y que el mundo sea menos desigual. 

El gran acierto de la serie es su protagonista, tanto el personaje, ahora volveremos sobre ello, como su intérprete, Omar Sy, el actor revelación de la famosa Intocable (Intouchable, Olivier Nakache y Éric Toledano, 2011), una de las películas más exitosas del cine francés. Tremendamente carismático, incluso nos hace olvidar que, a lo mejor, elegir a un actor con su envergadura y su muy rotunda presencia para interpretar a un maestro del disfraz no es la mejor idea. Justo es decir que acaba no importando. De hecho, Sy sostiene todo el relato con su presencia magnética, lo cual no deja de ser una debilidad de la serie, puesto que el resto de personajes nos importan bastante poco. 

La serie deja sus mejores momentos cuando se mantiene en la lógica de los robos imposibles y los cambios de identidad y pierde fuelle cuando la historia opta por el melodrama y se olvida del ladrón de guante blanco, que es lo que verdaderamente singulariza al protagonista y le hace especial. Esto implica que los tres primeros capítulos son entretenidos y tienen cierto punch, pero a partir de ahí nos encontramos en medio de una historia de venganza mil veces contada, indistinguible de cualquier otra. En realidad, es como si fuera otra historia. En todo caso, ha encandilado a millones de personas, siendo una de las series más vistas de Netflix. A ver qué nos depara la segunda parte de la temporada, que llegará en verano, porque los cinco capítulos que están disponibles son solo la primera parte. 

Lo que sí resulta interesante y hasta provocador es la vuelta que sus creadores, George Kay y François Uzan, le han dado al mito de Lupin, un ejercicio de resignificación que añade una capa de realidad consecuencia de los cambios que se han producido en la sociedad francesa desde que se publicaron las novelas. El cambio de un Lupin blanco a un trasunto de Lupin negro tiene mucho sentido y es toda una declaración de principios. Que un mito tan inequívocamente francés como Lupin le sirva al protagonista, negro, pobre e inmigrante, para construir su identidad en la Francia de hoy no es precisamente banal. La batalla de Diop en el relato es contra la injusticia social, contra la explotación de los suyos, contra los poderosos que representan una Francia blanca y profundamente corrupta que hunde sus raíces en una grandeur muy antigua, que ha estallado en las banlieus de las grandes ciudades. Esta reencarnación de Lupin en forma de Assane Diop y producto de entretenimiento, proporciona algunas resonancias que conviene atender. 

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